Segunda Parte: "Velada carmesí"

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Se hallaba sentada frente a un gran espejo, rodeado de bombillas de luz que iluminaban todas las facciones de la joven. Ella, quien había decidido ese cambio, parecía sumamente preocupada y arrepentida. Su gran y fiel amiga, al verla en ese estado de arrepentimiento, colocó sus manos en sus hombros, e intentó animarla.

-Vamos, no te preocupes. Todo saldrá bien, ¡y quedarás bellísima!

-No lo sé, ¿y si me queda mal?

- ¿Estás dudando de mis habilidades? - comentó, fingiendo estar ofendida. Ambas rieron un poco, pero escasa fue esa expresión, ya que el rostro de la de cabellos castaños volvió a entristecer. - Escúchame, el cabello volverá a crecer. Atrévete, anda.

Se quedó pensando unos momentos, ladeando la cabeza con los ojos cerrados, y luego se tomó dos mechones mientras se observaba fijamente en el espejo, intentando idearse con el cabello corto. Su amiga la miraba expectante, pero respetaría su decisión final.

-Lo haré. - Confirmó con una sonrisa tímida, y su amiga chilló de felicidad.

Se tardó una hora y media en la peluquería, saludó y agradeció infinitamente a su amiga por el buen trabajo, y cuando se dio cuenta, ya estaba en la calle. Volvió a su hogar, el cual compartía con su pareja, quien aún trabajaba. A pesar de su ausencia, suspiró aliviada. Se dio una ducha, se peinó el cabello, ahora más corto y liviano, se colocó los aretes que le había regalado en su primera cita, e incidentalmente en su cumpleaños de hace tres años. Se colocó un vestido bastante largo, pero no lo suficiente como para que les llegara a los pies. Detestaba usar tacones, por lo cual optó por unas igual de elegantes sandalias. Llamó a su amado novio, que para ese entonces ya había salido de la oficina. Le informó que irían a un restaurante, y que por el camino pase por la casa de un amigo y compañero de trabajo, para asearse y vestirse con el traje que ella le había preparado.

Sin rechistar ni un poco, él acató las peticiones de su querida novia al pie de la letra, y varios minutos después, se encontraron en la puerta del edificio donde residían.

Ambos atónitos por la apariencia del otro, se observaron de arriba a abajo, quedándose incluso más fascinados.

Él halagó su cabello, y su hermosa vestimenta. Ella apreció su puntualidad y elegancia. Ambos se agradecieron con un dulce beso, y se tomaron de las manos. Caminaron hasta el cercano restaurante; No muy fino, pero era perfecto para ellos dos. Celebrarían su tercer aniversario.

Llegaron al establecimiento, tuvieron una espléndida velada, y disfrutaron de una deliciosa cena. La charla fue de las más triviales que podía existir, pero aun así la disfrutaron como nunca.

Y llegó el momento. Ella calló un momento, y tomó las manos de su amado. Se levantó de su asiento lentamente, y de su cartera sacó una pequeña cajita de rojo terciopelo. Adivinando sus intenciones, el mayor se echó a reír en un volumen que no molestara al resto de los comensales que, sin embargo, estaban mirando atentos la escena. La joven se sonrojó un tanto avergonzada, sin saber el motivo de la risa de su novio, pensando quizás en que se estaba burlando de ella. Y cuando iba a preguntarle el por qué, él se levantó y sacó de su bolsillo una caja exactamente igual, y, por ende, con el mismo contenido.

Ahora entendió todo. La situación en la que se hallaban era ridícula, y no pudieron evitar reír juntos. Se abrazaron, y ambos dijeron que sí, aceptando la propuesta mutua. Los comensales aplaudieron y gritaron con júbilo por la futura boda de esa desconocida pareja.

La temperatura había descendido al pasar las horas, pero los prometidos no se percataron de ello hasta que salieron de la calidez del establecimiento y una fría brisa los recibió afuera. El mayor se quitó el saco, quedándose en camisa y chaleco, y lo puso sobre los descubiertos hombros de su futura mujer. Ella lo miró mientras que lo hacía, le sonrió atenta y aprovechó en robarle un fugaz beso. Ambos caminaron todo el camino de vuelta en silencio, simplemente disfrutando la compañía y agradable presencia del otro. Además, un par de cuadras no ameritaba el uso de ningún transporte.

Y cuando estaban abriendo la puerta del edificio, un disparo se escuchó a lo lejos, y resonó en toda la cuadra. Algunos se despertaron de sus apacibles sueños, otros siguieron de largo.

Pese a ello, creo que cualquiera, dormido o no, había escuchado el doloroso grito de la muchacha, quien se desesperó al ver esa blanca camisa manchada de un rojo carmesí en la zona del abdomen. Él se cubría la herida con la mano, pero eventualmente recibió un segundo disparo, haciéndolo desmayarse. Ella no supo mantener la cabeza fría, y gritó por ayuda. Afortunadamente se acordó de que llevaba el celular, se tranquilizó lo más que pudo y llamó a varios contactos, y éstos a una ambulancia.

La única imagen que pudo recordar antes de subir al vehículo con su herido novio, fue una oscura y refinada silueta masculina, que sostenía un arma. Y en ese momento pudo jurar haber escuchado unas palabras. "Mis condolencias." Palideció ante estas palabras, para luego cegarse por la ira. Los enfermeros rápidamente la detuvieron, y la tranquilizaron luego de varios minutos.

Esa no fue su mejor velada.

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