Se halló en frente de la camilla desocupada, viendo melancólica la ausencia de sentimientos cálidos que había en esa sala.
Sus brazos se dejaron llevar por las olas azules que inundaban su corazón, y acurrucó su torso sobre las blancas y puras sábanas. Escondió sus facciones de la luz blanca que iluminaba ese tan frígido cuarto, para que la luz no delate las lágrimas que danzaban en sus mejillas ya ocultas.
Ella, la dama vestida de blanco, entró a la sala y se dirigió al altar. Ambos estaban de blanco. Resonó el "Sí" con la felicidad presente en ambas voces, y él se quedó observándola. Entrelazó sus manos, y la miró a los ojos, que ahora ya no estaban ocultos por el inmaculado velo adornado con delicadas flores e hilos dorados. No llevaba un ramo, porque absurda le parecía la idea de no poder tomar las manos de su marido.
Sus alas de suaves plumas blancas se extendieron, y él hizo más firme el agarre, para no dejarla caer.
Y se echó a volar, desplegando sobre las nubes los lentos y entrañables pasos de vals. Bailaron con un ritmo moderado, realizando movimientos suaves de gran elegancia, sin despegar la vista el uno del otro. Las miradas que se echaban profesaban un amor tan profundo que los océanos embravecían de celos y envidia.
Un hilo rojo y resplandeciente parecía unirlos, el cual los rodeaba, pero en ningún momento se enredó. De repente, un rayo se hizo presente, interfiriendo en aquel baile apasionado, al ritmo de la balada de amor. Un rayo, y luego uno, y después otro más. El novio abrazó a su novia, intentándola protegerla con su cuerpo.
Pero fue inútil.
Esa chispa que a veces parece inocente pero que resulta mortal, decidió atacar al hombre, matándolo. Pero su cuerpo se mantuvo flotando. Y poco a poco, su cuerpo se iba haciendo cada vez más y más pequeño.
Intentó aferrarse a él, resistiéndose a dejarlo ir. Pero era demasiado tarde. Los gritos que vociferaba eran mudos, y sus manos imploraban hasta el más mínimo roce. Estaba cayendo, sus gardenias se marchitaban, se quedaban sin pétalos. Su níveo vestido y su delicado velo rozaban violentamente contra el aire, y ella estaba a punto de ser ahogada en las olas de la aflicción; hundida en el infinito mar del luto, de la desdicha.
Despertó.
La misma sala con olor a desinfectante que invadía su nariz, la misma silla de plástico azul en la que se había sentado. La misma camilla de blancas sabanas que estaban húmedas por los amargos sollozos. Apenas se incorporó, sintió unas punzadas en la nuca, debido a la mala posición en la que se había dormido.
La dama vestida de blanco entró a la sala, y se dirigió a la joven.
– ¿Es usted la esposa del oficial herido?
– Soy su prometida... – Su corazón se encogía ante el mayor de sus miedos. Miró a la enfermera, y ahí lo notó. Allí comprendió todo. Le faltaba ese humano brillo en su mirar, y se notaba la lástima en sus ojos. – No... –
– Lo lamento mucho.
Han pasado días de que su mundo se volvió insulso. El funeral, el entierro. El luto, el llanto. Todo aquello fue pasajero. Sin embargo, el dolor nunca se desvaneció, porque ella jamás olvidaría el momento en el que su amor se fue para siempre, cada vez que mirara a ese montón de piedra gris para dejar un ramo de claveles, o uno de gladiolos.
YOU ARE READING
Nuestros encuentros
Storie d'amoreUna serie de cuatro relatos, los cuales narran una breve historia de amor. ¡Contiene dos finales! Historia recién salida de mi cabeza, así que se la puede llamar original. Si les surge alguna idea o si quieren ambientar mi historia en sus universo...