Capitúlo Único

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Dabi.

El pelinegro veía cielo estrellado, sin demasiado interés, cubierto en humo de tabaco y su propia soledad, él poco a poco se hundía en recuerdos de lo miserable que era su vida; de como conteplaba con repugnancia e impotencia como su padre torturaba a su hermano más pequeño, que a pesar de no demostrarlo se tenían ese dulce calor fraternal, recordando como de niño veía a su madre llorar en el sillón mientras fingía reír viendo algún programa de televisión, totalmente sola y absorta en su locura, al igual que él ahora. Que curaba su soledad cubriendo sus manos con sangre y ceniza, mientras hundía una aguja en su brazo.

  Su cuerpo pedía tregua a veces y su demacrado aspecto era la prueba de ello, no había forma de que llegara sano a los veinticinco después de todo lo que había sufrido a lo largo de los años, se hundía en su propio pozo sin fondo cada noche de su vida y esa estrellada velada en un techo de un edificio masacrado por el tiempo no era la excepción, fumaba su cigarrillo viendo como el humo huía de él al igual que todo lo que alguna vez amó.

  Para él todos los días eran un infierno de fuego azul como el que él tenía la habilidad de crear, azul como su animo o sus píldoras para calmar la ansiedad y ganas de morir. Era como la tinta que lo ahogaba en su propia pintura de autodesprecio, como si no hubiera un salvador para él en sus días grises como el humo del cigarrillo que lo abandonaba en sus lamentaciones o como sus meros sueños vacíos cada vez que el insomnio le permitía morir hasta el próximo amanecer. No veía color en su vida monótona y a pesar de ser un villano y temido asesino no veía emoción el seguir respirando, una vida llena de penurias incurables.

Lo único que lo mantenía en pie era ese dulce y único pensamiento positivo que tenia, un sentimiento que jamás creyó que podría poseer.

Amor.

Ese sentimiento tan confuso y melodrámatico que suelen sentir las personas con un corazón; su amor no era el más puro o inocente, tal vez ni siquiera era verdadero amor pero era lo único que mantenía su animo un poco más a flote para seguir con vida un día más.

Shigaraki Tomura, era el nombre del dueño de su único pensamiento agradable, él sabía que ese sentimiento era mas que efímero, que jamás lo vería reír con sinceridad ó lo escucharía respirar al despertar en la mañana junto a él y eso hacía que su mente volviera a caer en un pozo sin fondo de tinta negra que llamaba pasado, recordando su obra maestra de decepciones e ira hechas con su propia sangre, lagrimas derramadas por la desesperación de saber quien era y el odio a su propio ser era lo que lograba pintar su lienzo, recordándole ferozmente que no valía nada. Como la soledad llenaba su mundo de ese pálido y molesto azul y le recordaba que cada caricia que Shigaraki le proporcionaba en la soledad de su habitación eran solo mentiras, eran solo parte de ese pequeño juego macabro que su mente jugaba.

Y le encantaba.

También había días donde sentía que el peliceleste le proporcionaba todo el amor que jamás recibió por parte de nadie y le recordaba los colores que lo cubrían y que jamás llegaría entender o tan siquiera ver, para él todo seguía siendo una escala de grises como las cenizas que dejaba Tomura al tocar algo con sus cinco dedos. Con sus manos, esas manos que tanto le gustaban, que no tenía miedo de tocar a pesar de las negaciones y advertencias del peliceleste, ellas aparecían en sus sueños como manos salvadora, las únicas capaces de destruir sus muros, sus panoramas grises y grotescos y volverlos a ver con otro tono, uno más vivo.

- tenías razón- comentó Tomura observando a Dabi sin pudor alguno. Ambos habían estado encerrados en un silencio incómodo en la barra del bar del edificio donde se escondía la poderosa Liga de Villanos, ambos atrapados en sus pensamientos después de una caliente discusión. El lugar fue testigo de lo que los malévolos chicos hicieron en sus muros y la evidencia que dejaron. La sesión de cadentes besos que habían compartido por todo el lugar, dejando cosas caer a su paso, muebles fuera de lugar y botellas rotas por el frenesí detrás de la barra del bar. No había freno a su lujuria, todo era como siempre, otra calentura que sería bajada con otro encuentro ocasional pero para mala suerte del pelinegro, había liberado las palabras que estuvieron atrapadas en su corazón y garganta por años, palabras que al tratar de mencionar después de sus tantos encuentros se atoraban en su corazón y ataban sus cuerdas vocales, liberando las inseguridades que habían dentro de la mente de Touya, por primera vez se había atrevido a decirlas, a sincerar su alma unos cuantos instantes y soltar la lengua de las ataduras de su mente.

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