Salchipapa

9 2 0
                                    

Clase de biología, faltando algunos minutos para acabar la jornada de aquel día, pleno verano.

– Oye – sentí que llamaban desde la lejanía de mi inconsciente, ¿o era de mi consciente? como sea – Javi despierta, faltan 5 minutos pa' salir – esta vez fue acompañado de un movimiento suave en mi hombro.

Pasaron cinco segundos en que mi cerebro trabajó arduamente para volver al presente, abrí lentamente los ojos tratando de acostumbrarme a la luz blanquecina de la sala, saqué la cabeza de entre mis brazos y miré a mi alrededor.

– Uh la carita, estuvo buena la siesta – bromeó mi compañero de atrás.

– Cállate culiao – respondí sonriendo, tallé mis ojos y estiré mis brazos, un hueso cercano a mi espalda tronó – conchetumare me rompí – dije bromeando.

Las risas de los que escucharon no tardaron en llegar, de pronto sonó el timbre que nos dejaba libres al fin.

Junté rápidamente mis cosas y las eché dentro de mi mochila, subí la silla dejando ordenado mi lugar y salí al pasillo para esperar a la Caro.

– Ya po' señora me van a salir raíces aquí esperando – anuncié a mi amiga – ¡Quiero irmeee! – alargué la frase para enfatizar mi apuro.

Lanzó una mirada molesta en mi dirección mientras terminaba de ordenar su puesto, caminó a paso de tortuga hasta mi, ella sabía que eso me ponía aún más estresada, maldita anciana.

– En serio no te haría mal acelerar un poco el paso, hay gente como yo que desea llegar pronto a su casa a hacer nada en toda la tarde, gracias – tomé su brazo para que caminara más rápido, soltó una risa.

– Hueón me duele la rodilla, ten consideración con esta pobre abuela – suplicó.

Bajamos las escaleras entre quejas de su parte por el dolor de su rodilla, yo en verdad la entendía pero era su culpa por ser tan sedentaria. Tampoco es que yo fuera fiel deportista y saludable si me pasaba la mayor parte del tiempo viendo anime y comiendo kilos y kilos de papas fritas.

Pero en mi defensa estaba delgada como un palo, bailaba varios días a la semana y tomaba todos los días mi cajita de leche descremada sin lactosa de chocolate, auspiciada por mi mamá; En resumen mis huesos estaban en su mejor estado, aunque me sonaran cada vez que me estiraba.

Al poner un pie fuera del liceo me invadió el delicioso olor a fritura que cada tarde a la misma hora aparecía para envolver mis sentidos y despertar a la bestia (mi estómago).

– Hay olor a papas fritas – baba imaginaria cayó de mi boca al decir esas palabras, aunque solíamos almorzar en la escuela, yo siempre tenía un espacio extra para algo más.

Generalmente con la Caro vivíamos en la pobreza extrema y nunca teníamos dinero para comprar algo fuera del liceo, ya que tristemente dentro de este sólo vendían comida "saludable", en resumen era como si vendieran sólo agua y pasto envasado.

Al menos así lo veía yo, usualmente vendían barras de cereal que podían romperle los dientes a cualquiera con sólo darle una mordida, sopas instantáneas que traían mas químicos que insecticida y unos queques mas duros y secos que escupo de momia.

Pero habían días especiales en que recibíamos dinero de nuestros parientes cercanos, lo juntábamos hasta hacer un monto decente y lo gastábamos comprando comida entre nosotras.

– ¿Querí una salchipapa? – ofreció mi amiga levantando las cejas provocadoramente.

Conchetumare que te amo, pensé.

– Lo que se ve no se pregunta – dije con mi mejor cara de Juan Gabriel, si no conocen el meme en verdad no sé qué hacen con sus vidas.

Nos acercamos como perritos hambrientos hasta el carrito de las salchipapas, una señora extranjera de piel morena nos sonrió amablemente.

Señora usted no lo sabe pero tiene un lugar en mi corazón sólo por vender estas bombas tapa arterias, pensaba cada vez que la veía al finalizar las clases.

– Queremos dos – pidió con voz temblorosa la Caro.

Puta que somos nerviosas cuando se trata de comprar, por eso la quiero tanto, porque ella entiende cuando casi me meo encima al tener que hablar con un extraño.

Por esa y muchas razones más somos tan cercanas, siempre bromeamos que estamos casadas y que soy su señora y viceversa, así que no se sorprendan si más adelante las cosas se ponen aún más homosexuales. 

Cuando recibimos las salchipapas estaban muy calientes, así que decidimos sacar un par de mondadientes para pinchar la comida.

Para nuestra mala suerte sólo quedaba uno.

Íbamos a compartirlo pero la señora que vendía nos detuvo.

– Ay no se preocupen – dijo con su característico acento – ahora mismo envío a mi niño comprar una cajita para que se lleven otro – sentenció.

Rápidamente mandó a uno de sus hijos, el mas pequeño, a comprar al negocio que quedaba a unos pasos de donde nos encontrábamos, como nosotras no estábamos apuradas decidimos esperarlo y así evitar quemarnos las manos con la comida caliente.

Habían pasado más de cinco minutos y el niño no volvía, la señora sin tomarle demasiada importancia a ello simplemente siguió vendiendo, para ese entonces yo estaba perdiendo la paciencia y la Caro se reía de mi expresión al ver que yo estaba a punto de soltar una grosería.

Me acerqué al oído de mi amiga para que la señora no escuchara lo que yo iba a decir.

– Puta este conchetumare ¿fue hacer los palos culiaos? – susurré soltando una risa al final, nunca podía decir algo cien por ciento molesta.

La Caro soltó una risa al escuchar el enojo en mi voz, en serio esta estúpida y larga espera me sacaba de quicio.

Estaba a punto de hablar otra vez cuando divisé al niño corriendo hacia nosotras, llegó junto a su mamá y le pasó la cajita de mondadientes, nos acercamos rápidamente para que la Caro obtuviera su estúpido palo y nos fuéramos de una vez.

La señora abrió la caja y literalmente le pasó lo primero que agarró volviendo a su trabajo sin prestarnos atención. Avanzamos un par de pasos en silencio cuando siento una pequeña risa, miré a la Caro sin entender nada, cuando me mostró lo que sostenía en la mano no supe si reír o llorar.

Mis ojos no podían creer lo que veían, y la situación se volvió tan ridícula y patética que sólo decidí reír.

– ¡ESA HUEÁ ES UNA ASTILLA CONCHETUMARE! – grité deteniendo mi paso y soltando la carcajada más grande que salió de mi interior – pero mira esa hueá po' Caro, es que no lo puedo creer – señalé la pequeña hilacha de madera que sostenía entre sus dedos.

Nos carcajeamos alrededor de diez minutos sólo mirando esa patética cosa, recordando la larga espera sólo para recibir esa insignificante mierda.

– Pasa pa' acá oh – le arrebaté la pequeña astilla y la lancé lejos, ni como basura contaba, era una burla – toma, puedo comer con los dedos, de todos modos esta cosa ya se enfrió – apunté hacía mi comida sonriendo orgullosa, soplando con toda mi existencia había logrado dejar a una temperatura comestible mis preciosas papitas.

– No puedo creer que esperamos caleta pa recibir esa cagá chica – alegó la Caro – ¡Nos han timado! – continuó haciendo una imitación de Don Cangrejo y soltando una risotada.

– No sé, yo sólo sé que nos cagó como quiso, pa' mi que hizo esa wea adrede sólo porque tení cara de weona – bromeé.

– Tshoa compare' – puso una mano en su pecho, fingiendo haber sido herida.

Seguimos caminando en silencio pero con una sonrisa en el rostro, a veces nos pasaban cosas tan ridículas, pero era divertido vivirlas juntas, así al día siguiente se lo contábamos a nuestras demás amigas y lo agregábamos a nuestra larga lista de anécdotas de mala suerte.

 𝗣𝗿𝗼𝗵𝗶𝗯𝗶𝗱𝗼 𝗢𝗹𝘃𝗶𝗱𝗮𝗿 [ᴄʜɪʟᴇɴsɪs]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora