Capítulo 1 - Una nueva vida

161 13 3
                                    

El Uber me deja en las puertas del centro comercial, Leandro ya despertó gracias al ruido de los carros en el tráfico de la ciudad. Camina agarrado de mi mano mientras sus rizos rubios rebotan a ambos lados de su carita.

¿Así se siente la libertad? Es la primera vez en dos años que salimos de casa solos, sin la compañía de Iván o el chofer que nos asignaba. Tengo el corazón acelerado, siento que en cualquier momento aparecerá delante de mí ese hombre, pero con sólo ver la carita de felicidad de mi bebé al caminar sin la sombra controladora de su padre, se me pasa y el alivio prevalece.

Faltan aún unas cuantas horas para que salga el bus, solo pude conseguir asientos libres para el horario de las 4 de la tarde y todavía es medio día. Me siento en una banca cerca de la pecera gigante que hay en la zona recreativa, a pesar de ser día de semana hay mucha gente paseando o haciendo compras. Jóvenes saliendo de sus institutos o universidades, niños caminando de la mano de sus padres luego de un día de escuela. Miro a mi niño y lo imagino yendo a la escuela, de mi mano con su mochilita en su espalda contándome qué piensa hacer durante el día.

—Algún día, mi amor, algún día así estaremos, caminando de la mano, yendo hacia la escuela, al parque, contándome cómo te fue —digo colocando sus rizos detrás de sus orejitas.

—Mma...mma...mma —balbucea señalando a un niño que va saltando de la mano de su madre.

—Si mi amor, así, solos tu y yo, solo mami y tú —le doy una cucharada de su papilla de plátano y el me la recibe gustoso aplaudiendo —.Aunque, puede que tu tía Ámbar también se una a nuestro pequeño equipo. Ella nos está ayudando mucho, hablé con ella y nos recibirá en su casa hasta que el alquiler del departamento que nos encontró empiece, además —le di más de su alimento—, me dará empleo en su cafetería.

Así pasé mucho tiempo hablando con mi bebé, recibiendo solo balbuceos de su parte y miradas extrañas de la gente que pasaba, pero que le puedo hacer, me gusta hablarle a mi niño como si fuera más grande, a parte si no lo hiciera con él, con quién más lo haría. Con Ámbar solo hablamos por medio de mensajes de texto y por este medio hace un par de meses se enteró de todo lo que sucedía en mi matrimonio, demás está decir que se molestó, y mucho porque no se lo dijera antes.

Desde ese momento ella quiso que saliera de ese lugar, incluso me ofreció pagar los boletos de autobús de Boston a Nueva York, pero yo le pedí calma, pues quería idear bien lo que iba a hacer, no quería ir a la volada sin tener nada seguro. Por eso le pedí que me buscara un lugar donde vivir, mientras yo ahorraba al máximo lo que me daba Iván para los gastos del niño, para de esta forma poder vivir tranquilos al menos durante unos meses en tanto nos establecemos en el lugar.

Seguimos caminando tranquilos por las diversas tiendas, por un momento Leandro se suelta de mi mano y empieza a correr a su manera tras un globo que se le ha caído a un pequeño. Voy tras de mi bebé, con miedo a que caiga pues recién está aprendiendo a caminar solito y él ya se lanzó a correr. Cuando está por tomar el objetivo por el que iba, la presencia de otro niño hace que frene en seco y como consecuencia trastabille y caiga sentadito.

No hace ademán de llorar, más bien mira al otro niño y toma impulso para pararse en tanto llego yo para ayudarle. Con mi hijo de la mano, voy por el globo que rodó a unos centímetros, para luego regresar al lugar donde permanece aún solo el pequeño. Aparenta tener 2 o 3 años, es raro que se encuentre sin supervisión, se le debe haber corrido a sus padres.

—Hola amiguito —digo acercándome a él— qué haces por aquí solito, dónde están tus papis —le pregunto mirando a los alrededores para ver si alguien viene a verlo.

—Globo —me responde.

—Viniste por esto —le muestro lo que llevo en mi mano izquierda, mueve su cabeza afirmando—. ¿Cómo te llamas, compita?

Pequeña fortalezaWhere stories live. Discover now