Capítulo 3. Si pudiera bajarle la luna, sin dudarlo, lo haría

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Llego la segunda semana de febrero y yo ya tenía planeado todo para San Valentín: Dulces, flores y su comida favorita, sushi. El 13 por la tarde, salí en busca de esos regalos, principalmente porque quería que estuvieran frescos para el día siguiente. Subí a la ruta auxiliar Oriente-Poniente, en dirección a Centro Max. Bajé justamente ahí y entré por la puerta principal, esa donde se encuentra el amplio pasillo de comida. Tratando de no marearme con tan diversos aromas, caminé hasta Sushi-Tai y pedí una orden de sushi Cheese maki con camarón y cangrejo, porque ese era su favorito, y la especialidad del lugar también. De ahí, salí y tomé el mismo camión de regreso, pero esta vez me bajé mucho antes de mi casa, a la altura de la florería. Caminé hasta el local y con mucho gusto la señorita atendió a su cliente frecuente (porque procuro llevarle rosas seguido a mi mamá); pedí media docena de gerberas y otra media docena de rosas color lila pero también una docena de gerberas para evitar celos en mi madre; la señorita me las arregló, y prosiguió a cobrarme. Saliendo de ahí, me dediqué a buscar algún puesto que estuviera vendiendo chocolates, para mi suerte abundaban, siendo un día antes de San Valentín. Caminaba por un bulevar abrazado de las sobras proyectadas de los árboles y carpas de locales, pero bañando encima de todo esto, una luz blanca, artificial y cegadora. Preguntaba por los Ferrero, pero pronto me di cuenta que mi dinero no daba para tanto, y me tuve que conformar con una bolsita de huevitos de chocolate cubiertos de ese dulce, duro y blanco, como un cascarón. Tan feliz como emocionado, regresé a mi casa y le di su ramo a mi mamá, y con esos ojos tan bellos, llenos de una luz tan maravillosa, me agradeció, yo sabía que las gerberas son sus favoritas (y las mías también). Le pedí que me acercara un florero para conservar las flores de Luisa, mientras yo metía la orden de sushi y los chocolates al refrigerador. Me bañé y me fui a dormir.

Al día siguiente me levanté antes de lo acostumbrado, solo para arreglarme, quería estar lo más presentable posible, aunque fuese con el uniforme, pero lo más presentable para ella. Me lavé dos veces los dientes, la cara, perfumé mi uniforme y peiné muy rigurosamente mi pelo. Traté de meter los regalos en una mochila con tal de que no se vieran, sobre todo porque no quería que me los quitaran al entrar a la escuela, pero fracasé en ambos aspectos. Llevaron mis regalos a una concentración, donde había miles más, confiscados. Todos los que fuimos descubiertos tuvimos que recogerlos y entregarlos a la salida. Lo único que logré salvar fue el sushi.

Sonó la campana del receso y mi cuerpo comenzó a temblar incontroladamente, tomé el sushi y me pegué a un amigo, para no bajar solo. Estuve esperándola, sentado, a que bajara. Nos vimos a lo lejos y se veía tan bella como acostumbra; y sin saber qué hacer, mi cuerpo respondió por mí: me acerqué, olvidé dónde estaba, solo sabía que ella estaba ahí, conmigo, y le di el sushi. Nos volvimos a abrazar, un abrazo de 30 minutos, mientras escuchábamos los palomazos –alumnos que se animaban a cantar en el escenario de la escuela, en medio del patio de receso-.

Al final de clases salí corriendo por los regalos, esos que aún seguían en un salón, a la entrada de la escuela. Me acompañaron Alan y Emilio, quienes también iban a recogerlos. Estuve ahí para cuando ellos les dieron sus regalos a sus novias, espere pacientemente, pero por dentro la desesperación me ganaba, solo quería entregarle mis regalos antes de que Luisa se fuera. Cuando por fin terminaron con su asunto, ambos la buscaron por toda la escuela, y para mi suerte ese mismo día le tocaba entrenar, por lo que aún no se iba, de hecho ni siquiera había empezado el entrenamiento, por lo que supuse que ella seguía cambiándose. Platicaba con mis amigos cuando de pronto la vi, muy apresurada, agitando su mochila amarillo fosforescente, así que traté de alcanzarla para darle las flores y los chocolates que me faltaban. Llegué, y para no quitarle más tiempo, solo se los entregué. Ella, a pesar de todo, me dio un gran abrazo, luego corrió hacia el entrenamiento.

Un mes después, la invité a salir por primera vez. He de confesar que ya planeaba declararme, pedirle que fuese mi novia. Mi excusa era invitarla a ver una película en el centro comercial; de ahí, pensaba ir por un helado para luego irnos a caminar a un parque. Entonces cuando estuviéramos a cierta altura de la pista que rodea al parque, se encontraría Jorge, esperándome, con un globo gigante con forma de corazón, una caja de chocolates y un ramo gigante de rosas con una artificial ahí mezclada. La rosa artificial solo era como justificación para decir una cursilería: "Cuando la última rosa de este ramo se marchite, te dejaré de amar". Pero no fue así.

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⏰ Última actualización: May 11, 2019 ⏰

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