Parte única

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-No quiero hacerlo.

El soldado se estremeció cuando una risa grave lo rodeó. La voz terrible provenía de todos lados y de ninguno a la vez. Su espada estaba solo a unos metros, pero no tenía el valor para intentar recuperarla.

-Ya has matado antes. ¿Cuál es la diferencia?

El temblor constante en el cuerpo del elfo se intensificó. La herida en su torso dolía a horrores, y la pérdida de sangre empezaba a marearle. Aunque, desgraciadamente, sabía que el terrible ser, que lo observaba desde alguna parte de la habitación, no lo dejaría morir tan fácilmente.

-No volveré a matar, para nadie.

¿Por qué había creído que podían salir victoriosos? Debió haberse quedado en casa, escuchar a su madre y no unirse al ejército del rey. Presionó un poco más fuerte en la herida y otra lágrima entre tantas se deslizó por su mejilla. Ya ni siquiera intentó limpiarse. Estaba cubierto de mugre y sangre, y de todos modos moriría pronto.

-No estarás matando para mi-dijo la voz-Si no para ti mismo.

El tono no había dejado de tener un toque de burla. Estaba divertido por lo que sucedía. Sin poder contenerlo más, empezó a llorar en voz baja, cerrando los ojos con fuerza.

-¡Yo no deseo herir a nadie!

La voz volvió a reír, esta vez más fuerte.

-¿Ah no? Sabes que tus manos desean sujetar esa espada. Quieres tomarla y enterrarla en ese cuerpo, ver la sangre correr libre, y la vida abandonar esos ojos. Dices que no deseas hacer daño, pero esas palabras son solo para convencerte a ti mismo de que todavía eres.... "bueno".

Los sollozos se intensificaron. Entre sus lágrimas, el filo de la espada pareció brillar y la necesidad de tomarla se intensificó, pero no movió sus manos de la herida que lo atormentaba. ¿Con que valor, después de todo, podría blandirla si ni siquiera se atrevía a verlo a la cara?

-Hazlo.

-No... no lo haré... no....

-¿No quieres enorgullecer a tu familia? ¿Regresar victorioso? Tu espada está ahí, sólo tienes que tomarla. No te pondré trabas en hacerlo y lo sabes.

Quiso retroceder, pero los trozos esparcidos de su armadura se clavaron en la palma de su mano abriendo más heridas.

-Jamás voy a escucharte, t-tu...

-¿Soy malvado? ¿Terrible? Por supuesto que si. Pero también una parte de ti lo es. ¿De qué sirve negarlo?

El elfo rogó ayuda a los valar, pero sabía que no obtendría respuesta. Nunca la tendría y moriría ahí, consumido por el mal.

-Yo no soy como tú...

-Creo que eres exactamente como yo.

Otro corto silencio entre ellos, aunque al soldado le pareció una eternidad de tormento.

-Hagamos un trato-dijo la voz- Si tú aceptas tu interior y alzas la espada, dejaré que vayas libre. No tendrás que obedecer mis órdenes si no lo deseas.

-¿Lo ... prometes....?

-Te doy mi palabra.

La sangre escurrió espesa por entre sus dedos, y jadeó desesperanzado entre los cuerpos inertes de sus compañeros de armas y amigos.

Y entonces tomó la empuñadura de la espada y la clavó en su pecho.

Entre su último aliento, el elfo por fin se atrevió a alzar la mirada.

Los ojos azules del noldor brillaban salvajes, el conflicto reflejado en ellos, su corto cabello rojo como el vino había sido desordenado tras la batalla y toda su armadura de plata estaba bañada en sangre, así como su espada, que acababa de darle una estocada mortal.

Una mano apretó el hombro del fuerte guerrero, y por fin Melkor, el señor oscuro, salió entre las sombras para situarse a su lado.

-Estoy orgulloso de ti, Maedhros.

Él cerró los ojos, aceptando la caricia en su rostro. Esa fue la última imagen que los ojos del otro elfo registraron.

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