Uno

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Choi Minho se encontraba tumbado en la litera superior con sus brazos por detrás de la cabeza cuando su nuevo compañero apareció. El hombre parecía tener alrededor de los treinta, dos años más joven que Minho y era de altura media con un cuerpo fuerte, bien entonado. Como todos los demás aquí, el recién llegado llevaba una camisa negra con su número en blanco cosido a la izquierda de su pecho y pantalones blancos. Su juvenil pelo era oscuro y corto, de piel blanca, palido, con ojos oscuros. Era muy atractivo. Parecía tan cauteloso y conflictivo como todos los recién llegados.

Minho le observó mientras entraba en la celda con su ropa de cama y enseres privados en los brazos y las rejas se deslizaban firmemente cerrándose detrás de él.

Minho no estaba interesado en hacer nuevos amigos ni hacer amistades, sino sólo sobrevivir en este infierno. No salía de su zona de confort para molestar a la gente como algunos presidiarios, pero tampoco le importaba los sentimientos de los demás. Se mantenía alejado, mezclándose con algunas personas a las que toleraba lo suficiente como para intercambiar algunas palabras, pero si alguien intentaba joderle, tenía reputación de ser un luchador salvaje y temible. Y no era sorprendente, cuando uno consideraba su físico –metro ochenta y tres de músculo perfilado en el exterior y perfeccionado durante su condena. Su camisa estirada a través de su amplio pecho y sus vaqueros apretados hacían poco para ocultar lo que albergaba. Su cara era aturdidora –una piel perfecta sobre grandes huesos esculpidos y unos alarmantes ojos azules de apariencia más grandes por su pelo oscuro rapado. Tenía un gran éxito entre los gays y los despreciaba a todos.

—La cama de abajo es tuya —dijo a su nuevo compañero de celda, con ese tono chulo y firme, avisaba al intruso quien era el que mandaba desde el principio.

El forastero observó la litera de abajo y luego observó a Minho, deslizando descaradamente sus ojos al curtido cuerpo hasta su ingle, antes de que una sonrisa sardónica abriera su sensual boca.

—Tal y como me gusta. —Se dobló para poner sus cosas sobre la cama.

—¿Eres maricón? —exclamó Minho al instante, moviéndose incómodamente hacia su litera después del calor no deseado de esa oscura mirada fija.

El hombre se enderezó y le observó otra vez, su expresión estaba peligrosamente cerca de lo irrespetuoso por lo que Minho pudo ver. —Podría ser. ¿Es un problema si lo soy?

Minho se sentó. Balanceó sus piernas en la litera y luego saltó hacia abajo, satisfecho de ver a su compañero retroceder dos pasos en el reducido espacio mientras lo hacía. Minho anduvo hacia adelante, acotando el espacio personal del otro hombre, haciéndolo retroceder hasta que Minho le hizo pegarse contra el lavabo, y colocó una mano encima de su cabeza en el espejo.

—Bien, déjame ver. —Su voz era baja y amenazadora —. Sería sólo un problema si te agarro mirándome cuando me desnudo o si oigo que te la meneas por la noche o soy testigo cuando le hagas una mamada a alguien en la ducha. Pienso que tú y yo podríamos tener entonces un problema. Si guardas tus pequeñas sucias manos y no te fijas en lo que no te puedes permitir, entonces estoy seguro que marchará todo bien.

Hubo un largo silencio durante el cual el hombre de ojos negros miró fijamente de nuevo a los ojos de Minho.

Seguro que estaba intimidado, pero también tenía una expresión valiente. —Intentaré por todos los medios no metértela cuando te vea inclinándote, —dijo con frialdad, casi rallando el sarcasmo.

A Minho no le gustó esto. Agarró a su compañero por la garganta y chocó de golpe su cabeza en el espejo. —Hazlo —escupió con ojos centelleantes. El otro hombre no trató de luchar contra él. Sólo lo fulminó con la mirada de nuevo, quedándose inmóvil y esperando a que Minho lo liberara.

And so is love (2min)Where stories live. Discover now