Dos minutos en el cielo

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- ¿Crees que cuando muera sea feliz? – Clara lo miró.

El calor era insoportable y ellos estaban sentados bajo el sol. Ninguno lo decía, pero ambos querían que aquella bola de fuego los quemara. Que pulverizara sus cuerpos reduciéndolos a polvo para que sus espíritus volasen libres en el viento.

- Yo creo que sí. Todos lo dicen, ¿no? Al morir uno abandona todas sus ataduras terrenales, quedan atrás todos los miedos, todo el dolor y las preocupaciones. Morir debe ser algo sublime. – sin voltear a verla Samuel apagó su cigarrillo en la cornisa.

El canto de las aves, el llanto de las cigarras, la brisa del clima del valle. A lo lejos, las montañas, y en primer plano los hoteles, las casas, las calles. Un anuncio de Coca Cola cortaba su visión, informándoles que la felicidad se encontraba a una botella de distancia.

Aquel verano el tiempo se les había ido como humo de cigarrillo que se aleja volando con el viento. Entre la música, las charlas, los libros y el aburrimiento, la terraza del complejo departamental se había convertido en su fortaleza.

No era como si les gustase, es que no tenían otra opción. A Clara su padre con trabajo la dejaba salir a la tienda de la esquina, y cuando Samuel había llegado allí para estudiar la Universidad había caído en una situación económica precaria en un sitio donde nadie lo conocía.

- Oye, cuéntame un secreto.

- Qué pesada, ya te he dicho que no me gusta hablar de mí.

- Entonces dime, ¿por qué decidiste venir?

- Me gusta más acá... Además, necesitaba alejarme de allí.

- ¿A qué te refieres?

- No importa. – Samuel se incorporó para sentarse en la cornisa. – ¿Te volviste a caer en el baño?

- Cállate, me pasa seguido. – abrazándose las piernas, Clara cubrió sus moretones.

Las almas que caminan juntas pero siempre en soledad llevan probablemente las cargas más pesadas. ¿Quién puede llorar en silencio mientras a su lado hay otro que también se muere en vida?

- ¿Conoces el juego llamado cinco minutos en el cielo, Sam?

- ¿No es ese en el que dos personas se meten a un armario?

- No, esta es mi versión. – de un salto, Clara se paró y se acercó a la cornisa – Esta es una prueba de valor y de confianza. ¿Qué pasa, no somos amigos?

El chico suspiró. La cornisa estaba muy caliente bajo el sol del mediodía, podían sentirlo debajo de las suelas de sus zapatos. Tomados de las manos y parados frente a frente, a ella se le ocurrió que parecía que estaban a punto de ponerse a bailar y comenzó a reír.

- Si mi padre nos viera me empujaría al vacío. Ay ya, perdón... Vale, el juego consiste en lo siguiente: tenemos que hacernos preguntas y contestarlas con la verdad. El otro sabrá si mentimos porque no nos soltaremos de las manos.

- ¡¿Qué?! Te dije que no me gusta, ¿por qué insistes tanto en...?

- Porque quiero saber, Sam. Llevamos hablando todo el verano, ¿acaso no confías en mí?

- Está bien. Pero te advierto que ya llevamos medio minuto.

- Me parece justo. En fin, mi primera pregunta será... ¿Por qué nunca hablas de tu vida antes de aquí? – el viento soplaba.

- Yo... La verdad es que no me fui en los mejores términos de mi hogar. Mi familia me odia, no, odia lo que soy. Cuando yo estaba allá, ellos intentaron que yo cambiara y... Bueno, yo decidí no hablarles nunca más.

- Ya veo... Lo siento. Yo creo que eres un gran artista.

- Estoy bien, es mejor así... Ahora mi turno. ¿Cómo te haces tantos moretones? – había pasado el primer minuto.

- Esa pregunta... Vale, verás... Mi padre es algo violento y...

- ¡¿Tu padre te pega?! – Samuel apretó sus manos.

- ¡No! Bueno, no siempre... Solo cuando lo hago enojar... No importa, pasemos a la siguiente pregunta. Sé que no puedes salir a divertirte por la falta de dinero, ¿pero por qué has rechazado a todas las chicas que te han invitado a salir?

- Eso no es... Prefiero no hablar de ello.

- No Sam, eso no lo puedes hacer. Yo te hablé de mi padre.

- Es que no me gusta tocar el tema. No seguiré, voy a bajar.

- ¡Apenas van dos minutos, deja de moverte!

- No lo entiendes, es que...

- ¿Eres gay, Sam?

- ¡DÉJAME!

Una mórbida ráfaga de viento los atravesó, justo cuando él se apartaba de ella violentamente. Todo el cuerpo de Clara se dobló mientras sus brazos se agitaban con desesperación. Samuel intentó volver a agarrar sus manos, pero entonces la chica entera resbaló hacia el vacío.

El cielo se estremeció mientras una extraña corriente de aire recorría la atmósfera. La chica sintió una fuerza temible que la impulsaba hacia arriba y en diagonal, a las alturas. Aterrorizada vio cómo la terraza quedaba atrás a toda velocidad, ni siquiera veía a Samuel ya. Se dio cuenta de que estaba gritando, gritaba con todas sus fuerzas. Pero allá en el cielo nadie podía oírla, nadie podía ayudarla. 

La Bomba (TCA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora