Tres giros sobre el escenario

3 1 0
                                    

Ella odiaba ver su imagen en la televisión. No era que se preocupara por su forma física, no, esas preocupaciones habían quedado atrás al darse cuenta que era impecable. Más bien lo que sentía era que se veía tonta, como si todo el tiempo tuviera una cara de estúpida y eso se estuviera transmitiendo a nivel nacional.

Apagó el aparato para dejar de ver su entrevista, abrió la puerta de la nevera y sacó una botella. El vaso se quejó cuando lo sacó de entre los demás. Luego fue hasta la tablilla, cortó un limón y lo exprimió en el vaso para después llenarlo con alcohol. Su respiración se fue acompasando al ritmo: un, dos, tres, un, dos, tres.

Se detuvo en ese momento y miró el reloj que parecía flotar en una de las columnas. Vació el contenido del vaso en el fregadero, se lavó las manos y se dirigió hacia la puerta. Tomó las llaves del auto, salió de la casa, subió y arrancó. Un, dos, tres, un, dos, tres.

A veces le pasaba eso, sobre todo cuando estaba muy nerviosa y estresada. Ella no era de esas artistas, le gustaba bailar a veces con su esposo pero no le gustaba llevar el trabajo a casa. Siempre debía de existir la separación entre su vida y su profesión, entre su verdadero yo y aquella diva que bailaba sobre el escenario.

Recordó las cartas que había dejado sobre la mesa y maldijo por lo bajo. Volvió a su casa a toda prisa y las tomó, guardándolas en la guantera del auto. No podía arriesgarse a que su esposo las viera, no quería que se preocupara innecesariamente. Ella podía con eso.

El maldito tráfico bajo el sol del medio día no le hacía ninguna gracia, pero realmente deseaba llegar a su restaurante favorito, ese rinconcito tranquilo y agradable donde podía sentirse de nuevo como una joven sin importancia que sólo pasaba el rato.

Las personas se movían como una masa, aquél sitio ya no era para ella. Probablemente hubiera hecho mejor en ir a uno de esos lugares nuevos donde no tendría que lidiar con todo el gentío. Sin embargo aquel era su lugar favorito y ya estaba apenas a un par de calles de distancia, no valía la pena volver.

Un, deux, trois, pirouette. La bailarina se giró casualmente, casi con gracia medio disimulada como un movimiento cotidiano. Quería ver si estaba abierta una tienda donde solía comprar productos naturistas, pero algo la hizo casi perder el equilibrio.

Un hombre muy alto disfrazado de payaso la miraba fijamente, sin sonreír. No tenía globos, no parecía estar ofreciendo nada ni interactuaba con la gente alrededor. Es más, la gente ni siquiera parecía notar su presencia. Lo esquivaban e ignoraban, y él tan solo la miraba, quieto en su lugar.

El recuerdo de los sobres, el estrés de los últimos días, todo aquello pareció acumularse en su interior y explotar. Asustada, la bailarina comenzó a apresurarse hacia su destino, olvidando la tienda naturista. Una vez llegó allí pudo, mirar su reflejo en el cristal del restaurante y vio que no la había seguido. Aliviada, entró.

Una vez hubo terminado aquel pequeño intermedio, la bailarina volvió a su danza. Un, deux, trois, pirouette. La bailarina salió del restaurante, miró hacia el sol del mediodía, respiró hondo y se giró para tomar el camino de vuelta hacia su auto.

Casi se le escapa un grito, porque ahí frente a ella cruzando la calle estaba el payaso mirándola fijamente de nuevo. Las cartas, que por fin habían salido de su mente mientras disfrutaba la comida, volvieron con toda la fuerza a su cabeza.

Intentando calmarse, decidió que volvería a su auto por otra ruta y se dirigió a un centro comercial cercano. Antes de entrar decidió hacerlo otra vez. Un, deux, trois, pirouette! Al girarse el payaso se había ido.

Más calmada y sonriente, entró al centro comercial y se dirigió a la plaza central para poder tener una vista panorámica de todo el escenario. Pero antes de que pudiera observar siquiera una tienda una extraña calma los envolvió a todos.

Un sonido monumental que parecía provenir desde arriba, casi armónico, hizo que todos levantaran la cabeza. Pudo ver a través de los tragaluces que el cielo se estaba llenando de lo que parecían ser luces boreales de colores inimaginables, así como otras extrañas formaciones de luz. Miró hacia la entrada y vio que los árboles de afuera parecían verse agitados por una corriente de aire muy fuerte. ¿Qué demonios estaba pasando?

Entonces comenzaron a bajar las estelas. Como bengalas de luz líquida, los extraños restos que caían lentamente desde el cielo tenían trayectorias muy extrañas. Una de ellas parecía estar justo sobre ella. Fascinada, la bailarina la miró como en trance. No vio al payaso que ahora se encontraba a pocos pasos, apuntándole con una pistola.

La Bomba (TCA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora