Capítulo 4: El palacio de los fenómenos blasfemos | Reencuentro y escape.

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      ¡¿Qué frunck es este lugar?! ¿Cómo llegué hasta aquí?

   Es lo primero que mi mente logra formular al observar aquellos viejos y gastados muros, grises y verdosos - por todos los líquenes y musgos que crecían en ellos – que me rodeaban. Aquel lugar era un palacio, uno abandonado. Era inmenso y – en algún momento, supuse – lujoso. Docenas de cuadros de héroes del pasado permanecían colgados en las escabrosas paredes, otros yacían en el suelo. Antiquísimos muebles de madera, ya corroída por el pasar de los años, se disponían de manera armoniosa en toda la habitación, como si alguien hubiese dejado todo en su sitio, para nunca más volver.

   La luz del sol se colaba a través de pequeñas aberturas en los muros, y se disolvía justo en mis pies, descalzos ¿Cómo rayos había perdido mis zapatos?, también vestía una ropa vieja y roída. No sé cómo llego hasta a mí, no tenía ningún recuerdo de habérmela colocado.

   La luz era naranja, intensa. Asumí que era el ocaso. Estaba a punto de anochecer. Cuando eso ocurriera, me sumergiría en la densa oscuridad. Necesitaba salir de ese lugar. Me urgía ver dónde estaba. Pero no podía moverme.

   Sólo el "tik tok" de las agujas de un antiguo reloj en la pared me hizo reaccionar. Su sonido era intenso, penetrante y monótono. Y el eco que producía parecía fundirse con la inmensidad de aquel lugar. Artículos de guerra adornaban grandes muros: lanzas, armas de fuego, incluso una armadura con una especie de hacha gigantesca. Mi instinto me gritó con apremio << Tienes que salir de aquí >>.

   Corrí desesperadamente por un largo pasillo, el que estaba frente a mí. En el fondo se vislumbraba un moribundo reflejo de luz rojiza. Al final de este, mi esperanza ¡Una puerta, Dios mío! Corrí más deprisa. Cuando estuve a punto de llegar a ella, sólo a unos pasos, sentí un agudo pinchazo en mi pie derecho, aquello era insoportable, como si cientos de dagas encendidas en el más furioso fuego penetraran tu piel, atravesaran tu carne y perforaran tus huesos, en el mismo segundo. El intenso dolor me tumbó de inmediato y me hizo revolcar en el piso. No podía parar de gritar y de estremecerme. Las lágrimas comenzaban a bajar, y la hemorragia también. Estaba perdiendo mucha sangre.

   Rápidamente, recordé que aún debía salir de ahí, o podría ponerse peor. Me reincorporé como pude, aún gimiendo de dolor, en un mugriento rincón ¿Qué me había causado aquel sufrimiento tan insoportable? Esperé que mis ojos se adaptaran a la ya casi consumada oscuridad, y pude ver aquella cosa extraña, una especie de insecto mutante, de unos 50 centímetros de diámetro, tal vez más, no lo sé. Su cuerpo era como el de una escolopendra, con protuberancias en su espalda y centenares de púas, pero sus patas eran similares a las de las arañas, aunque éste monstruo sólo tenía tres pares. Sus patas eran largas y terminaban en pinzas filosas. Estaba erguido con cuatro de ellas y mantenía libres las dos restantes. De su boca salían pinzas también, brillantes y filosas cual cuchillo. Todo su cuerpo era del color de la plata más fina, pulida y tajante. Sólo con verlo podías sentir como te rebanaba en mil pedazos. Y al final ¡La cereza del pastel! en su cola tenía un aguijón gigantesco, más afilado que esas agujas que usan en los hospitales, aún teñido por mi sangre, roja y espesa.

   Me observaba atento, con sus luminosos ojos violetas, muy brillantes. Ya estaba oscuro, y eso hacía que sus ojos resaltaran, tenebrosos, sin dejarse devorar por aquella penumbra.

   No se movía, yo también evitaba hacerlo. Contuve la respiración e intenté ponerme de pie, lentamente. Apoyándome de la pared y de mi pie izquierdo, logré levantarme. Di un paso hacia un lado, sin quitarle la mirada a aquella cosa. Pero, en el instante en que me moví, sus ojos cambiaron a rojo, y el inmenso dolor se hizo aún peor. El insecto adefesio, podía controlar a su placer el dolor que había causado en mí, y hacerlo aún más insoportable.

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⏰ Última actualización: May 12, 2019 ⏰

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