Epílogo

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Los primeros días que pasaron luego del sacrificio, Intiawki no podía evitar sollozar en los desayunos. El Inca mandaba a su tutor a que le reprendiera por mostrar debilidad frente a los representantes y súbditos del imperio. Sin embargo, el Inca sabía que su pena era debido al haber perdido a su amigo.

En la siguiente estación; la fertilidad, la abundancia y la riqueza colmaron al imperio.

Las frutas salieron más grandes, más jugosas. Desde todas las zonas del imperio traían regalos para el Inca. Hermosas plumas, caracolas, animales, joyas y soldados.

Los caminos por donde pasaban los chasquis se extendieron mucho más.

Hubo victorias militares, el imperio creció.

Intiawki vio que llegaban un gran número de sanadores, yatiris, artesanos y una gran abundancia de alimentos, vasijas y textiles que provenían del Collasuyo. Seguramente eso fue gracias a Sisa, quien ayudó a convencer a los demás pueblos del altiplano.

No volvió a ver más a la aimara. La última vez que se vieron, fue una tarde en que ella puso sus pertenencias en una llama y estaba lista y apresurada por irse.

Intiawki la vio, y Sisa lo miró de vuelta. Tenía el ceño fruncido, pero notaba en el temblor que había en el rictus de sus labios, que la mujer estaba punto de llorar. Tan sólo dio media vuelta bruscamente y se alejó de la ciudad.

La gente se amontonaba en las afueras del palacio, gritando, saludando, otros llorando de alegría en agradecimiento a los poderes del Inca, que hicieron que el Imperio se volviera próspero y que la escasez fuera cosa del pasado. Las lágrimas de regocijo de las personas iban dirigidas al Inca. Intiawki quería que ellos supieran que fue gracias a la muerte de Killa'illapha que tenían todo aquello. Tenía miedo de que él fuera el único en acordarse de él. O peor, llegar a olvidarlo algún día.

Pero eso sería difícil. Intiawki no podría olvidar a Killa'illapha. Recordaba su dulce risa, sus lindos y oscuros ojos, su sonrisa, su curiosidad... también el cómo se aferraba a él cuando esperaba que salieran a jugar o cuando algo le asustaba.

Lloraba de vez en cuando pensando en él.

Entendió que para solucionar aquella debacle por la que pasaban tiempo atrás, no se bastaría con el sacrificio de llamas, ñustas, guerreros o simples muchachitos. Calmar a los dioses requería que sacrificasen a un príncipe. Alguien de la nobleza. Y según Intiawki, al más puro de espíritu... alguien que pudiera hacer buena compañía a los dioses. Esperaba que la pachamama y los dioses tutelares fuesen gentiles con él... pero no sabía de esas cosas. Lo más que deseaba, era que Killa'illapha no hubiese despertado dentro de aquel cántaro.

Intiawki se preguntaba si es que no hubiese estado Killa'illapha, a qué hijos de los demás nobles habría mandado a sacrificar... se preguntaba si es que el Inca habría siquiera pensado en mandarlo a él, a su propio hijo como ofrenda a los dioses.

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La solución de el Inca ante la pena de Intiawki fue traer a un jovencito que vendría del Chinchansuyo. Un chiquillo de cabello corto, que fue separado de su familia para que pudiera acompañar al heredero. Al principio no le dio mucha atención. Hasta que vio que aquel chiquillo estaba muy deprimido. Después de todo lo habían separado de su familia y tierras para que le acompañase. Le habló, pero nunca tuvo ganas de jugar. Lo suyo era conversar, hablar sobre cualquier cosa, observar, e incluso permanecer en silencio, pero con la compañía del otro. Intiawki no tardaría en contarle sobre Killa'illapha.

En el seno de la PachamamaWhere stories live. Discover now