Primera vez

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Una exuberante biblioteca le llamó la atención. El cuarto de Pamela era más impresionante que lo que imaginaba.

—Sé que sos de leer, pero no pensé que tanto. Ojalá pudiera tener tantos libros.

—No soy de presumir nada. Si tengo este pensamiento será por horas de quemarme la cabeza, encerrada, siendo lo que tenía que ser. En estos dos últimos años, mi viejo estuvo tan perdido en la droga que me dediqué a vivir por vivir. No tengo concentración, vivo angustiada, las cosas me dejaron de importar poco a poco.

—¿Depresión? —preguntó Facundo, sin tener idea.

—A ver... Tener una condición mental no significa que sea una loca de mierda. Mi vida está cambiando, Facu; siento que poco a poco la inocencia muere. Ya no soy esa chica que amaba soñar con conocer el mundo. Estoy dando pasos para atrás. Necesito que alguien me entienda antes de que me pase algo. No quiero perderme en otra persona, quiero ser yo misma, esta chica que no ve diferencias, esta persona que entiende que lo verdadero se esconde en la mente. La otra vez, me leíste eso que escribiste y entendí que nadie gastó más de media hora en hacerme un regalo, una torta, una visita. ¿Qué le pasa a la gente que no siente el arte? ¿Es posible vivir sin pasiones?

—Quizás tenga miedo, Pame.

—¿Miedo a qué?

—Miedo a enamorarme. Me aterra depender de las emociones o humor de otra persona.

—¿Acaso eso no es lo que se busca en una pareja? —cuestionó la rubia, riéndose.

—Soy un pendejo que sabe que le gusta la chica que está viendo ahora mismo. ¿Qué hacer o decir? Eso intento comprender.

—Podrías... Podrías leer algo mientras me cambio para ir a la pileta.

—¿Qué me recomendás?

—Mm... Buscá el que tiene señalador.

Facundo se levantó, sintiéndose cómodo, sabiendo que estaba en donde realmente quería estar.

—Ya que está, prendé esos botones así se escucha música por toda la casa.

—Me jodés... —contestó sumamente impresionado

—Si conocieras la casa en el Delta que está por conseguir mi viejo... Esto no es nada.

Al cumplir con el pedido de Pamela, comenzó a oírse «Africa», de TOTO.

—¿Podés leer escuchando música? —indagó, hojeando el libro.

—Tonto, ¿por qué no te acercás?

—Tengo las cosas en el auto...

Pamela bailaba, invitándolo a hacer lo mismo.

—¿Te incomoda algo de esto? —le preguntó, sacándose la remera— No van a robarte la guitarra, si esa es tu preocupación...

—No sé qué decirte —respondió con la cara en llamas, abandonando la obra sobre la cama de dos plazas.

—Esperame abajo, mejor. No te presiono, tengo una manera de ser algo demandante.

Pamela cerró su habitación, dejándole una sonrisa justo antes de desaparecer. Él bajó y se dirigió a la camioneta. Al abrir la puerta., agarró nuevamente su libro y se acomodó en una de las reposeras pegadas a la piscina. Intentó seguir leyendo mientras la rubia terminaba de prepararse. Miró para adentro, pero ella no salía. Agarró una hoja doblada que tenía entre las páginas de su preciado objeto y escribió algo. Ya tengo mi primera frase para ella, pensó. Al salir, vistiendo su bikini, Rondino se acercó a Facundo con dos tazas de café.

—¿Escribiendo? —le dijo al verlo nuevamente.

Pamela tenía una genética envidiable, además de una gran inteligencia y aptitudes dignas de alguien que podría llegar a triunfar en cualquier ámbito. Facundo, esta vez, quedó atontado al verla.

—¿Por qué sigo pensando en que no sos real? —le preguntó, con los ojos maravillados.

—¿Real en qué sentido? —contestó al apoyar los recipientes en una pequeña mesa de exterior.

—Que no puedo creer estar viviendo un momento así, junto a vos. No sé, a veces siento que no merezco nada bueno. Quizás así me enseñaron a ser, callarse y respetar lo que se diga.

—¿Y qué conseguís con eso? —preguntó ella desde su desconocimiento e ironía.

—No lo sé, pero como te digo, no todos tenemos tu suerte.

—Acabo de decirte que nada de esto sirve, todo es una careta. No soy feliz.

—«Vos tan para el orto y, sin embargo, mirá cómo sonreís. Das orgullo» —dijo él, relatando las palabras escritas unos segundos atrás.

—¿Qué dijiste? —cuestionó ella con asombro.

—Lo que escribí, te estaba esperando y...

Pamela se acercó a besarlo; Facundo no pudo contener las mismas ganas.

—Basta, basta, Facu, que me acabo de dar cuenta de que, seguramente, el Gurú puede estar por ahí.

—¿Eh?

—Nada. Facundo, me gustás, ¿qué querés que te diga?

—Pame, no me digas esto y después hacés que no me conocés. Ya lo hiciste, y la gente vuelve a hacer lo que no le salió mal.

—¿Y qué querés decir?

—¿Por qué creés que los padres con una gran empresa van a querer que el chico con el que salga su hija sea un intento de músico?

—¿Sabés lo que es el amor propio?

—Te sigo diciendo que no sé lo que es el amor, que tengo miedo de sentir algo así, quiero enfocarme en mi proyecto.

—Armá otra banda entonces, porque tus amigos no piensan lo mismo. Ya te dije, estamos solos en esta vida.

—Lo sé. Entiendo que ellos quieran divertirse, lo que no entiendo es la necesidad y el apuro.

—Estás a un paso de arruinar todo por la falta de chispa.

—¿Ser a tu manera para divertirte? —preguntó, molesto.

—Estás un poco a la defensiva, como siempre. Si tanta bronca te quedó por haberte ignorado durante meses... ¿Por qué volviste?

—Siento que me entendés. ¿No sentís que, por más que intentes, no te bancás a nadie? A veces merezco lo que tengo.

—¿Tener qué? ¿Preocupación por lo único que importa? Exactamente por esto pasás a ser vos y no otro. No pensés más, dejate llevar.

—Esto está pasando, ¿no? —preguntó Facundo, pellizcando su propio brazo izquierdo.

—Podría pasar más en la habitación de mis viejos...

Fue una mirada de aceptación; las ganas de sentir a la libertad martillando en el alma. Pamela cerró la camioneta y ambos entraron a la propiedad. El Gurú, desde lejos, solamente sonrió.

Errados Principios: Descartando CaminosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora