Jason tiene un sueño recurrente.
En su mundo onírico el objeto de su deseo le ama, sus ojos brillan cuando se posan sobre él, sus labios se llenan de palabras dulces que recita para sus oídos, su sonrisa se ensancha en su rostro y llena su pecho, inflando de inconmensurable felicidad.
En el punto álgido de la fantasía se tocan. Brazos fuertes sosteniéndolo, apretándolo con la promesa de nunca dejarlo ir.
Susurra su nombre y le jura palabras de amor y es cuando sus bocas se tocan que el encanto termina.
Cuando abre los ojos puede sentir el sueño desvanecerse y llenar su realidad de desesperación y soledad.
No es solo la frustración la que le carcome. Es la nostalgia sin sentido la que no lo deja vivir, porque no debería extrañar lo que nunca ha tenido.
Ya aprendió a no derramar lágrimas, sentado en su cama llama su nombre, pero Bruce no acudirá.
Nunca lo ha hecho.