II

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Preparada para enfrentarse a su señor, Rieta apretó los puños para darse valor y acercarse a Ivlis. Aunque aterrada por lo que este podía hacer contra ella, su rostro estaba endurecido con las cejas juntas y los labios hechos un rictus de tristeza. Ignorando los gruñidos y la mirada amenazante que le daba, Rieta se plantó frente a él y clavó su mirada sobre la otra.

Ivlis veía cuidadosamente cada movimiento de Rieta al acercarse, sus músculos se tensaban a cada paso que ella daba y esperaba paciente a que aquella mujer, que no podía identificar pero que reconocía como una amenaza, estuviera a su alcance para poder eliminarla. Esa mirada de compasión que ella le daba lo sofocaba y lo enfadaba a partes iguales, era un sentimiento con el que él no podía ni quería lidiar y la mejor solución que su perturbada mente podía encontrar era acabando con ella.

Un deseo insano nacía en su interior, anhelaba con exterminar el brillo de aquellos ojos hasta que quedaran opacos y sin vida, pero aun así Rieta parecía no darse cuenta de aquellas intenciones, ya que estaba hipnotizada por la mirada y aparente tranquilidad de aquel hombre. Ivlis había dejado de gruñir y parecía esperar por ella, con sus ojos áureos directamente sobre su cuerpo femenino, Rieta sentía un ligero temblor y aun así estaba feliz de que ella fuera la única reflejada en esos pozos de oro líquido, casi podía verse a ella misma nadando en ellos. Era como una presa cautivada por su captor que no se daba cuenta del peligro que corría hasta que ya era demasiado tarde.

Tan pérdida estaba en esos ojos que no se dio cuenta del momento en que Ivlis comenzó a concentrar una gran cantidad de energía alrededor de ellos. Expandiendo el fuego y alejando a todos los soldados que intentaban intervenir. Ivlis casi podía saborear la sangre de su próxima víctima y sin ser consciente su sonrisa se ensanchaba cada vez más, al grado de que la bonita sonrisa que Rieta recordaba de su señor se volvió una sonrisa espeluznante que la hizo estremecer.

Con una expresión de locura y los ojos inyectados en sangre, Ivlis elevó su mano listo para lanzar una esfera de fuego contra ella. Sin embargo, los gritos de alguien más los interrumpieron. Fijando su atención en el demonio que había llegado, Ivlis chasqueó la lengua ante la interrupción y con gran velocidad atrapó el cuello de aquel demonio para estamparlo contra la pared.

El demonio de ropas creepy y piercings torció el gesto ante el impacto y al abrir los ojos, fue consciente de que ya no tenía sus inseparables gafas oscuras sobre el rostro, que sus pies ya no tocaban el suelo y que Ivlis lo veía como si él fuera un conejo al que estuviera a punto de destripar. Con las pupilas dilatadas en puro terror, y los ojos bien abiertos, Emalf veía como el otro se acercaba a él para burlarse de su debilidad, amenazándolo con la esfera que mantenía en su diestra y hacía gala de su piromancia.

Él sabía que Ivlis hacía eso sólo para alargar lo inevitable e inflar su ego con los ruegos que salían estrangulados de su garganta. Una imagen miserable. Emalf sentía el cuerpo sudoroso y temblando sin control mientras luchaba por respirar con normalidad para tranquilizar su desbocado corazón, pidiendo por su vida.

Ivlis entrecerró los ojos y aferró con más fuerza la garganta del otro al sentir como Emalf tenía la osadía de tocarlo, moviéndolo con brusquedad lo volvió a estampar contra la pared, pero al ver como el demonio estaba a punto de quedar inconsciente lo soltó.

Tirado en el suelo tosiendo, Emalf respiró desesperado en busca de aire. La carrera que había dado para llegar al castillo y, la nada, amable bienvenida de su señor lo habían llevado a un paso del desmayo. Desesperado buscó sus lentes oscuros y cuando por fin los tuvo sobre sus ojos, y pareciendo que estos fueran algún tipo de escudo volteó a ver al Diablo que ya no le prestaba atención. Del cielo caían pequeños copos oscuros que se acumulaban sobre su nariz y que le hicieron recordar la razón por la que iba corriendo al castillo, levantándose rápidamente y evitando a Ivlis, Emalf fue hasta Rieta y la tomó de los hombros.

— ¡Es una emergencia! Los volcanes de la región Este entraron en erupción sin previo aviso, los ríos de magma se desbordaron y todas las colonias aledañas están llenas de ceniza y lava. La gente está desesperada. Por no decir que los murciélagos de fuego están haciendo estragos también.

Rieta se quedó inmóvil ante tal declaración, tan absorta estaba en apaciguar a Ivlis que no había notado que el cielo siempre rojizo con nubes rosas de su mundo ahora estaba colmado de nubes grafito, que aunque le daban una apariencia pintoresca al paisaje no significaba nada bueno, si no hacían algo el eterno cielo de atardecer del inframundo Flama pronto sería una masa brumosa gris. Sus ojos fueron a parar a la espalda de Ivlis quien veía el cielo sin decir o hacer nada, con el cabello encendido y las garras cerradas en puños.

De repente, Ivlis volteó a verla y comenzó a caminar en su dirección. Sin desearlo su cuerpo tomó una posición de ataque, que la sorprendió a ella y por lo que pudo ver al Diablo también. Parecía que su subconsciente no sería embelesado de nuevo por Ivlis, ya que al final de todo ella era una guerrera, por más que tuviera sentimientos de admiración o cariño por el otro, su cuerpo tenía una respuesta reflejo ante las amenazas, avergonzada bajó los brazos y se irguió para esperar a que su Diablo llegará a ella.

A pesar de que los ojos de Ivlis seguían teniendo aquel brillo amenazante, y su forma lenta y metódica de caminar le recordaba a un depredador. Rieta se quedó firme como un soldado, esperándolo. Ivlis sonrió de medio lado y se detuvo a su lado.

— Rieta que nadie me moleste, no quiero que nadie entre al salón del trono hasta que yo salga. ¿Entendiste?

— Sí señor. Nadie estará ni siquiera cerca del salón. —respondió con la cabeza baja y una reverencia.

El cuerpo de la chica se estremeció cuando sintió sobre el hombro la cálida mano de Ivlis, que le daba un ligero apretón mientras le susurraba un gracias apenas audible y seguía su camino entre los soldados que se movían a un lado para permitirle pasar.

Rieta sentía una gran pena por su Diablo, sabía que Ivlis no confiaba en nadie, que no permitía que nadie se acercara a él y, que en consecuencia, él se sentía solo aunque estuviera rodeado de gente. Ivlis era un "gran cabeza hueca" que no se daba cuenta del cariño de todas las personas que estaban cerca de él, prefiriendo ignorarlos y pasando de ellos para encerrarse solo con su dolor justo como en ese momento.

Ella negó con la cabeza mientras pasaba una mano por su cuello. En definitiva Ivlis era un completo cabeza hueca, pero tanto tiempo había esperado a que se diera cuenta de su presencia que no le importaba esperar un poco más. Ella siempre estaría a su lado, siendo su apoyo y nunca dejándolo solo, estaría ahí hasta que Ivlis se diera cuenta. Con una sonrisa en los labios y sintiendo un cosquilleo en su pecho al recordar las gracias que le había dado su Diablo, se dio media vuelta para ir con Emalf y encargarse del problema de los volcanes, quería solucionarlo lo antes posible porque tenía un pastel que preparar. 

Bloody Kisses.Where stories live. Discover now