•Heridas•

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Realmente no recuerdo haber sido feliz en la vida, simplemente he sido neutral y la vida que me ha tocado hasta ahora tampoco me ha dado motivos de ser la mujer más feliz de esta tierra. Pareciera que me hicieron a partir de un molde roto e inservible que para lo único que es realmente bueno es para cometer los mismos errores una y otra vez.

Ya con 25 años lo único medianamente bueno que me ha pasado ha sido poder vivir sola desde los 18 y conseguir un trabajo decente pero siempre todo se ve opacado con personas que no valen la pena o que simplemente les encanta arruinarte la vida como si fuera el mejor de los pasatiempos.

Francamente no estoy segura de como llegué a estar en el estado en el que estoy ahora, digamos que prefiero echarle la culpa a la suerte porque me rehúso a pensar que yo misma me he saboteado sin saberlo. El trabajo ya me tenía agotada, trabajar en un bar no era precisamente relajante si me lo preguntas y es mucho más aburrido de lo que te puedes imaginar... Sí, habían unas cuantas peleas entre borrachos de vez en cuando pero cuando te acostumbras es casi tan normal como ver una película.
Me fui del bar tarde en la madrugada ─caminaba sola por calles apenas iluminadas por postes de luz y tan solas que toda la ciudad parecía un pueblo fantasma─, hacía mucha brisa y por ende me estaba congelando a pesar de tener abrigo por lo que caminé más rápido de lo usual, por fin llegué a la entrada del edificio donde vivo desde hace más de seis años y mientras abría un papel que venía arrastrado por la brisa se quedó atorado en la reja; no perdía nada si lo recogía así que eso hice y por lo que leí era un anuncio diciendo que abrirían próximamente una especie de retiro espiritual que duraría dos meses: todo esto organizado por una pseudo iglesia que había a unas cuatro calles de aquí ─lo guardé, no sabía bien el por qué pero lo hice─.

Entré a mi apartamento y mi gato me recibió con un maullido, le puse de comer y me fui sin cenar a la cama pues estaba exhausta cualquiera se agotaría siempre de la misma demoledora rutina. Cerré los ojos por unos segundos y pude verla, como siempre en mis sueños... mi pobre hija. En realidad nunca logré verla ni cargarla cuando nació pues los doctores dijeron que no era lo más recomendable y ahora por eso de jamás haberla visto creo que me tendré que conformar con mis fantasías donde ella está con vida.

La alarma sonó antes de lo que esperaba y realmente no quería pararme de la cama, quería seguir ahí hasta que me encontraran muerta algún día en un futuro no muy lejano pero no podía darme el lujo de perder este trabajo que había sido el único en el que había podido durar más de tres meses, de hecho aquí ya llevaba unos dos o tres años trabajando como una de las meseras del lugar. El tiempo pasaba lento, cada ruido me causaba una migraña terrible pero seguía ahí a pesar de todo aparentando que todo estaba bien en mi cabeza; comencé a sudar frío, veía borroso, cada vez estaba más aturdida y mareada así que salí un momento afuera a pesar de los gritos lejanos de mi jefe diciendo que volviera más sin darme cuenta estaba casi que corriendo sin dirección aparente hasta que me tropecé y caí, no sé cuánto tiempo estuve ahí lo único que sé es que desperté hace unos tres minutos y tenía aquella magnifica estructura tan cuidada y a la vez tan en ruinas delante de mí, la miré unos dos minutos más me levanté y me dispuse a entrar casi como si ese ataque de pánico que me dio hubiera sido una guía a lo que sería la sanación de mis heridas.

Realmente no recuerdo haber sido feliz en la vida, simplemente he sido neutral y la vida que me ha tocado hasta ahora tampoco me ha dado motivos de ser la mujer más feliz de esta tierra pero si estaba parada por casualidad o por destino frente a esta majestuosa casa era la señal inequívoca de que debía entrar así me arrepintiera después.

Bienvenidos sean todos al culto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora