•Memorias•

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¿Quién lo diría? Pasé de tener al amor de mi vida a mi lado a estar a punto de dar a luz sola en mi apartamento sin nadie a quien pedirle ayuda. El dolor era tan inmenso y la sangre brotaba tan horriblemente que por momentos me desmayaba para luego volver en mí y darme cuenta de lo deprimente que era mi situación. Era irónico el ver que mis vecinos subían a tocarme la puerta cuando tenía el volumen de la televisión en 25 y ni se atrevían a pararse en la entrada cuando escuchaban mis gritos de dolor suplicando auxilio.

Atravesé la reja a pesar de la desorientación que todavía permanecía conmigo, detallé cada parte la casa que podía: césped recién cortado pero flores algo marchitas en las macetas, cerca con olor a pintura fresca pero la fachada se estaba cayendo a pedazos, puerta enorme de madera tallada pero ventanas con marcos aparentemente mohosos, con tanto potencial y tan echada a perder a la vez.

Toqué la puerta tres veces y pronto una hermosa joven me abrió con una sonrisa tan dulce que me hizo sentir en casa.

─H...hola, vengo por el retiro espiritual que anunciaron. ─Ella sonrió aún más y pronunció un leve y tierno "pase adelante". Cuando entré me asombré por completo al encontrarme con un interior digno de una mansión, había un tipo de decorado tan pulcro que jamás imaginarías que le pertenece a una casa en apariencia tan abandonada y la gente que estaba adentro cantaban tan bien que juro por un segundo que sentí que eran un coro de ángeles aunque no entendía nada de lo que decían.

─Mi nombre es Alicia ¿cuál es tu nombre? ─La mirada azul y ausente de ella me hipnotizó, según las enfermeras mi bebé tuvo los ojos azules más preciosos que alguien pudiera tener, creo que sus ojos hubieran sido parecidos a los de ella.

─Soy Helena, Helena Román ─dije─ ¿Qué es lo que hacen todos ustedes aquí, en que consiste todo esto? ─Ella me respondió en voz baja y calmada

─Buscamos la sanación y consolación, tanto nuestra como para el mundo. Todos los que estamos aquí vinimos porque en algún punto de nuestras vidas descubrimos que no éramos normales, que teníamos algo que la mayoría de la gente no tiene ─Su respuesta me dejó con más preguntas que al inicio para ser sincera.

─ ¿Y que es ese algo? ─Hubo unos segundos de silencio algo incómodo pero luego ella dijo después de pensarlo un rato.

─No estás lista todavía para saber que es... Estoy segura que pronto lo averiguarás pero tiene que ser por tu cuenta, ni yo ni nadie de aquí te puede decir que ese algo que nos distingue del resto, Helena.

No sabía que más responderle o incluso que más preguntarle... solo se me ocurrió hacer un par de preguntas sobre el retiro, cosas al estilo "¿Puedo traer a mi gato?" A todas y cada una le prestaba atención y en menos de lo que canta un gallo ya tenía mi decisión tomada... Iba a estar aquí unos meses sin decirle nada a nadie, aunque, tampoco es como si hubieran muchas personas a las que pudiera decirle o incluso personas que se preocuparían por mi desaparición repentina.

Alicia me terminó dejando sola ahí a lo que yo no supe que más hacer excepto seguir explorando dentro de la propiedad, si por fuera la casa parecía grande puedo asegurar que era una total ilusión puesto que la casa no era sólo grande sino gigantesca. Tantas habitaciones, pasillos, escaleras y salones me tenían un tanto confundida y desorientada. Vi en el último piso una puerta con un poco más de anchura que las demás, tenía una recubierta de lo que creo yo era terciopelo magenta y un olor extraño provenía de esa habitación... Me sentí tentada a abrirla pero cuando estaba girando la manilla alguien detrás de mí me lo impidió.

─No tienes permitido abrir esa puerta, Helena ─dijo un muchacho con la mitad del rostro quemado con cabello pelirrojo y largo por debajo de los hombros.

─L...lo siento... No era mi intención... ─me apresuré a decir. Él posó su mirada escalofriante en mí tantos segundos como él pensaba que era adecuado hasta intimidarme en su totalidad, logró su objetivo al final. Era un hombre joven, supongo que de unos 32 años más o menos y aparte de esa gran quemadura lo que más resaltaba en él era que en sus manos habían... bordados; con diferentes tipos de hilos, diferentes espesores, distintos colores... como si alguien se los hubiera cosido. Me tomó del antebrazo y me dirigió por otro pasillo que no había recorrido antes en todo el tiempo que había pasado ahí (creo que llevaba una hora y media explorando todo pasando desapercibida). Algo que no noté en el momento fue que ese hombre sabía mi nombre aunque no le di demasiada importancia puesto que de seguro conocía a Alicia y ella le pudo haber comentado perfectamente que había una mujer con uniforme de mesera merodeando por la casa y que su nombre era Helena. En el camino al destino al que esta persona me estaba escoltando pude escuchar cantos parecidos a los que esperarías escuchar de los mismos ángeles como ya había comentado antes pero esta vez vi como ese cantar provenía de una multitud de personas agrupadas en una sala decorada con cuadros de gente desfigurada que inexplicablemente no podía parar de mirar por más quisiera, me recordaban a los cuadros de Ken Currie. Repentinamente llegamos a la entrada de nuevo y por fin mi extraño acompañante volvió a hablar.

─Me dijeron que planeas quedarte, si es así, vete de unas vez por tus cosas y vuelve cuanto estés lista y a propósito, no te recomiendo merodear mucho por aquí ─Sonrió─, hay cosas que no estás lista para ver ni para saber.

─Entendido. ─Abrí la puerta por la que entré y así como vine me marché bajo el cielo que ya se tornaba de color cobrizo. 

Bienvenidos sean todos al culto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora