Cada vez que ese sujeto se asomaba, mi cuerpo empezaba a electrificarme de ansiedad. Era una sensación de repulsión mezclada temor. Ese hombre mantiene un parentesco conmigo, es mi «hermano», aunque yo realmente jamás lo veré como tal. Aunque no siempre fue así, tuvieron que pasar muchísimos episodios de violencia psicológica para que esto se diera. A medida que crecía también lo hacía mi miedo, puedo recordar lo que ocurría cuando tenía ocho años en el cuarto de mi hermana y mi mamá, que también era el mío los días domingos siempre se quedaba horas y horas viendo la pequeña televisión del cuarto, yo no me salía de la cama sino hasta que se fuese. Esto se volvió costumbre tediosa, pues se repetía todos los domingos.
Ahora no es miedo lo que precisamente siento. Sólo sé que odio ser consciente de que, tres años, felices años, después de que se largara del albergue materno después de tantas fechorías que hizo, regresara. Odio ser consciente de que está aquí. Sin embargo aquí está. Puedo oír esas risas vulgares de algún programucho que verá, pero ya no en ninguna televisión, pues la última que tenía la casa fue robada por él mismo. Sin decir nada, cual ratero la sacó un día a las 5:am. La vendió sin permiso, con ese dinero quién sabe lo qué hizo, nunca lo explicó. Mi madre, sumisa como desde que salí de su vientre, lo dejó pasar.
A mí aún sigue dándome asco y cólera.
Pensé en denunciarlo, pero mi madre me acotó que no lo hiciese o mi papá (otro antagónico) sufriría su carpem diem.
Después de todo no lo hice. ¿Debí? Tal vez así me divertía un rato, pero sabía que no podría porque el aparato no estaba a mi nombre. Y eso me detuvo.Con escalofríos corría a la puerta de mi habitación, en donde me encierro hasta que alguien decide acercarse o cuando percibo el ambiente afuera soportable, es decir que logro respirar.
Nadie en mi familia toma en serio mis ataques, ninguno de todos los que todavía continuó teniendo.
Supongo que después de años así, poco les importa, creerán que me he acostumbrado u que es una manera exaltada en la que trato de llamar la atención.
Eso último sería lo más patético que podrían pensar. Eso pienso. ¿Atención de quién? Estamos hablando de alguien que aprendió todo lo de un niño de kinder por su cuenta. Sí, así es. Yo no asistí a inicial, ni al primer grado de primaria. Puedo recordar cuando rompí el cochinito en donde recibía mesada para comprarme un ''Coquito'' y con éste estudiar. Lo leía y leía y volvía a leer, mis hermanos son mayores que yo, ambos, mi hermana y yo nos llevamos diez años. En ese entonces yo tenía tres o cuatro.
Puedo imaginarme la voz resignada de mi mamá, susurrando, por qué no son capaces de enseñarles, siendo mayores...
Ninguno de ellos lo hizo nunca, ni ese día ni después. Yo no se los reproché, pues a esa edad no sabía cómo debía comportarse un buen hermano mayor. Ni nada sobre el sermón de los papás sobre eso de ser «buen ejemplo». Yo les critiqué las acciones a las que se acostumbraron después. Era una niña de seis años cuando reparé en lo decepcionante de esos hermanos que tenía. En cómo hacían sufrir a mi mamá, mi hermana con su soberbia y caprichosidad, ese otro con su desobediencia y agresiones. Si bien es acertado decir que mi mamá por el machismo en el que se adoctrinó sólo se quejaba de mi hermana, nunca puso más freno que esos quejidos que eran siempre tan fácilmente rebasados por los gritos.
Al final, aprendí con Coquito más allá de cosas básicas de niño pequeño, la ternura del libro dio efecto en mi pequeño ser, empecé a reír, a jugar, y aún después de tener cinco años, yo aún abría el libro y seguía en busca de otra canción, otro cuento, la pasaba fenomenal. Era una reliquia mi coquito, lástima que de tanto moho se deshojó u verías aquí una imagen de hoja garabateada por mí.
Cuando camino en línea recta hasta mi cuarto, me siento lo más miserable del mundo. Justo al frente esta el cuarto de ese tipo, cuarto que comparte con mi mamá y mi hermana.
Yo tengo mi propio cuarto, después de la tercera mudanza esto se estableció. Me preocupaba dormir todos los días con mi familia y quería algo de privacidad.
Mi hermana es... Jodidamente desordenada. Esto me ponía de los nervios. Yo ansiaba algo más pulcro a bragas esparcidas por el suelo. Quería perfumarme de mí propio aroma o hedor, pero sentir que es el mío. Y reconocer que tengo un espacio personal, frente a una ventana y aunque pequeño, suficiente. Ahora, el mismo lugar que significó en algún momento una prueba de mi individualidad, es ahora una celda de reclusión. Pero no me adelantaré, seguiré diciendo que en esos momentos dichosos (cuando organizaba mi vida práctica con cambios adolescentes) que aún era razonada, tendría cosa de quince años entonces.
He pasado tantas crisis emocionales. Cosas que me han afectado tan profundamente porque han dado directo en mis valores y principios que, al no tener educación ni orientación materna o paterna, me costó muchísimo aprender por mí propia cuenta.
Juzgar. Descartar. Tomar. Aceptar. Todos esos verbos que implican permitir o negar hacia otros, me enseñé a conjugarlos lo mejor que pude.
Nunca sucederá, en estos diecinueve años me hubiese gustado oír una invitación de diálogo de parte de mi madre para tratar sobre sexo entre mujeres.
Pero ahora, lo único que desearía es que me ayudase a salir de esto. Pero sé que esa posibilidad está arracanda de un libreto de ficción, llevo afrontando mis traumas y la evolución de estos, yo sola. Y próximamente soplaré otra velita imaginaria deseando morirme o escapar.
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Diario de una hikikomori
Non-FictionHola, soy X. Vivo en Perú, tengo 19 años y soy una hikikomori. Esta es una historia 100% basada en hechos reales y actuales. Con esta historia que es tanto una historia como un testimonio de mi vida, tengo dos propósitos. El primero es liberar mis g...