Capítulo 2

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No tardamos en volver a las clases y seguir con la ajetreada mañana, hacer algunos exámenes y terminar algunos trabajos. Cuando al fin salimos del edificio, siento que la cabeza me va a explotar en cualquier momento, luego dicen que no nos estresemos... Isabela me acompaña en el camino, hablamos de cosas triviales y, al cabo de un rato, nos despedimos mientras ella prosigue su camino y yo el mío.

Llego a casa exhausta, con inmensas ganas de darme una ducha, un deseo que no tardo en hacer realidad. Siento como el agua fría se escurre por mi piel, aliviando un poco el mareo de mañana que he tenido que pasar. Me lavo el pelo y me enjabono al completo para acabar retirando el jabón con el agua y saliendo de la ducha.

Me envuelvo en una toalla y camino hacia mi cuarto, donde busco algo cómodo y me cambio. En cuanto tengo una camisa holgada y unos pantalones de lino me encamino a la cocina, preparándome algo de comer. Almuerzo con la compañía de Rayis, añadiendo vivacidad al ambiente con algo de música. Le envío un mensaje a mamá para desearle un buen almuerzo y preguntarle por el trabajo, al cual no tarda en responderme con varios emoticonos y lindos mensajes.

Sonrío vagamente, tengo una madre espectacular, se preocupa por mi 24/7 y es bastante cariñosa, pero siempre tiene mucho trabajo y tiende a viajar más de la cuenta. Me guardo el móvil en el bolsillo y revuelvo un poco mi pelo para que se seque algo más rápido. Cojo la mochila de clase y me dispongo a hacer las tareas, asegurándome de que no me dejo nada por repasar ni hacer.

Papá siempre me decía tenía que estudiar si quería hacer algo en esta vida, así que yo comencé a esforzarme por él, para demostrarle que podía hacer valer mi vida. Pero él nunca apreció las horas que me pasaba estudiando ni todas las buenas notas que había conseguido por mi esfuerzo. Él solo veía el fruto que había conseguido al estar con mi madre, solo veía el varón que nunca pudo tener, únicamente atisbaba a ver la supuesta poca inteligencia que tenía con respecto a un hombre.

Por muchas veces que insistiera en tener un chico a la familia, nunca lo conseguía, pues mamá se negaba, ya que perdió mucha sangre después de mi nacimiento y era riesgoso que tuviera más descendencia. Para ella siempre fui la niña de sus ojos, la que la alumbraba en sus días grises, pero papá... No me veía más que como algo inservible, como un estorbo en la familia, nunca tuvo fe en mí, ni en esos momentos y dudo menos ahora que vive en la otra punta del mundo con su adorado hijo varón, nacido de una infidelidad.

Ahora es cuando me doy cuenta del hombre que de verdad es mi padre, pero cuando recuerdo los pensamientos que tenía hacía él cuando era niña, la compasión que sentía hacia él cuando papá nunca se compadecía de mi... Me da rabia. Mamá dice que él nunca pudo ver mi potencial y que cuando se de cuenta de todo lo que se ha perdido de mi, se arrepentirá como nunca antes lo habrá hecho, y que los años que me dejó de lado le volverán de golpe algún día, porque dice que todo lo que mandamos al universo lo tendremos de vuelta en algún momento multiplicado por mil.

Pierdo la noción del tiempo mientras me centro en los estudios y vago entre recuerdos, acariciando de cuando en cuando a mi gata. El reloj de mesa no tarda en sonar, advirtiéndome de que se me hace tarde de nuevo. Reviso una última vez todos los ejercicios y me aseguro de ir bien de tiempo. Mi pelo ya está completamente seco, por lo que me pongo una gorra roja y me cambio nuevamente.

Salgo de casa mientras le escribo a mamá, esta vez si bajo por el ascensor y me dirijo hacia el garaje, donde tenemos el trastero. De allí recojo mi bicicleta y salgo pedaleando alegremente con el pelo al viento, una de mis sensaciones favoritas. Pedaleo entre las calles de mi barrio, teniendo cuidado en no tropezarme con nada ni nadie. No tardo en visualizar entre las casas de dos pisos la pequeña mansión que estaba esperando encontrar.

Me bajo de un salto de la bici y me acerco a la verja de entrada, donde abro con una llave propia. Llego a un gran jardín, el eco de unas risas se escucha en la lejanía, por lo que no puedo evitar sonreír. Acelero el paso y dejo la bicicleta junto a un grupo de vehículos que hay en la entrada. La puerta principal está medianamente abierta, por lo que me cuelo por ella, así que el sonido de las risas se hace más potente.

Avanzo por un corredor específico y llego a un gran salón donde hay varios niños de diversas edades jugando entre ellos o con el personal de la casa de acogida. Saludo con un beso en la mejilla a la dueña del lugar, una mujer avanzada en edad que nunca pudo tener niños por su infertilidad, pero que igualmente no se dio por vencida.

¡Yumbrel!

Me vuelvo enseguida para encontrarme con un niño de unos seis años corriendo hacia mi. Sonrío ampliamente y lo recibo en mis brazos, abrazándolo con fuerza.

- ¿Cómo estás, pequeño? -le pregunto, dándole un beso en su sonrosada mejilla.

Darío es un niño bastante vivaracho y alegre, aunque tiene una triste historia detrás que creo que ni él mismo conoce. Llegó aquí teniendo apenas dos años, nunca se supo de sus padres, pero al parecer debían tener raíces de indios americanos, pues el pequeño manejaba vagamente ese vocabulario. Entres las pocas palabras que logra pronunciar se encuentra Yumbrel, pues ha decidido llamarme así por su lindo significado: "arco iris en todo su esplendor".

- Muy bien -dice, sonriendo- ¡Ven, te voy a enseñar el dibujo que te he hecho!

Lo sigo encantada, sentándome junto a él cerca de la ventana, pudiendo así recibir la fresca brisa de la tarde. Paso la tarde pintando con él, pero, sintiendo de alguna forma que varios pares de ojos nos observaban desde las sombras.

~ Azar [BTS] ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora