Capitulo 2.

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Lissandra se vendó el tobillo cuidadosamente, soltando pequeños gemidos de dolor. Las ropas empapadas estaban tendidas, secándose lentamente al calor de la estufa. La chica dejó las vendas en la pequeña mesa de cristal y se refugió en su manta cálida, protegiéndose del frío. En la televisión se veía un aburrido programa de debates, pero era lo mejor que había en la programación. Lissandra alcanzó su tazón de chocolate caliente y le dio un sorbo. Notó como el calor del chocolate bajaba por su garganta hasta llegar a su estomago. Dejó la taza en la mesa y se tumbó en el sofá. Acurrucada, se quedó dormida. 

"- ¿Que ha pasado?- preguntó la anciana. 

- Mamá usó uno de sus palitos de fuego esta vez...- murmuró Lissandra con sus ojos grisáceos inundados en lagrimas. 

La abuela chasqueó la lengua en gesto desaprobatorio.

- Mi niña... ya te dije que me llamaras inmediatamente cuando te pasara algo.- atrajo a la niña hasta ella y beso su sien con gesto maternal.- Siempre tienes sitio en casa de la abuela. 

- Lo sé, Nana... pero papá se enfada cuando hablo de ti... y me hace daño...- las lagrimas corrían por la cara de la pequeña. 

La abuela se agachó hasta ponerse a la misma altura que la niña. 

- No llores, preciosa, ya sabes, las chicas fuertes no lloran, y tú, Lissandra, eres una chica muy fuerte. No dejes que ellos puedan contigo. 

- Pero... papá y mamá son aún más fuertes...- replicó Lissandra, sofocada por el llanto.

- Tu serás aún más fuerte, mi pequeña muñeca rota."

Lissandra se despertó sobresaltada y con lagrimas en los ojos. Cuando su respiración volvió a la normalidad, levantó la manga de su camiseta. Paseó los dedos con cuidado por encima de aquellas cicatrices que le acompañaban durante toda su vida. Contuvo las lagrimas y se levantó del sofá. Cojeando, llegó a la cocina donde se preparó el desayuno. Mientras se hacía el café, se dirigió  la habitación donde se vistió con dificultades por el tobillo herido. Volvió a la cocina, desayunó, recogió todo y se puso la chaqueta lista para salir de casa. Cerró la puerta de la casa y llamó al ascensor. Montó en él y bajó. Abrochó su chaqueta, preparada para el frío exterior. Salió por el portal. Caminó cojeando por la calle. 

- Lissandra. Eh, Lissandra.- oyó tras ella. 

La chica se giró y vio a aquel pelirrojo de sonrisa perfecta. 

- Emmm... Alan, ¿verdad?- dijo ella dudosa. 

- Si.

- ¿Qué haces aquí?- preguntó confusa. 

- Estaba esperándote. Por si necesitas ayuda con lo del tobillo.- respondió Alan. 

- ¿Como sabes donde vivo?- preguntó Lissandra asustada. 

- Te acompañé ayer a tu casa, solo era cuestión de tiempo que salieses. 

Él extendió la mano para ayudarla pero Lissandra se apartó inmediatamente. 

- No me toques.- dijo ella tajantemente. 

- No te voy a hacer nada, solo quiero ayudarte.- contestó Alan. 

- He dicho que no me toques. 

- Vale, tu mandas.- dijo Alan, levantando las manos en señal de paz.

Lissandra echó a andar torpemente y Alan la siguió.

- Bueno, ¿y a donde vas, Liss? Te acompaño. 

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