Capítulo 1

13.5K 1K 44
                                        


Katerine se sentía como un títere roto mientras refregaba el retrete totalmente embarrado de porquería en el baño de mujeres. Ni siquiera podía sentir asco, no lo hallaba en su interior, no después de dos años haciendo lo mismo. Lavar baños, pisos, mesas y ser maltratada por su desgraciado jefe Jackson Trenn, él creía que, porque ella era una extranjera, podía tratarla como se le viniera en gana y pagarle mucho menos que a los demás.

«Regresa a tu pocilga si tanto te molesta estar aquí», solía decirle cuando ella intentaba quejarse. Una amenaza oculta. Katerine sabía que si abría la boca él no dudaría en botarla, no podía arriesgarse a eso, sabía que no encontraría un mejor lugar para ella.

Los habitantes del pueblo con los que ella se había topado no la trataban como si fuera basura como lo hacía Jackson, eran respetuosos pero mantenían sus reservas respecto a ellas. «No toleran a los extraños», le había dicho su amiga Kristani una vez, «Los ponen nerviosos». Katerine no había creído que la situación fuera tan exagerada como ellos decían, ella acaba de llegar a La Perla y los nativos de la tribu la habían tratado bien -aún seguían haciéndolo-, lo que ella no esperaba era que "el pueblo" y "la tribu" fueran como dos mundos distintos, donde las personas eran como fuego y hielo. Los nativos -una vez que los conocías- eran el fuego, porque a pesar de vivir en ese bosque congelado, tenían una calidez extraordinaria que te hacía olvidar que había nieve bajo tus pies.

Y las personas del pueblo eran el hielo, reservados, estoicos y ariscos. Sus amigos habían sido la excepción, Kristani y Cole fueron tan amables al conocerla, no la juzgaron y se agruparon en seguida.

Ellos eran lo único que -en ocasiones- la hacía mantener la cordura. Sin embargo, seguía habiendo de esas noches, como aquella, en la que Katerine perdía la respiración, sentía como el peso de sus actos se aplastaba contra su pecho amenazando exprimir lo que quedase de su corazón.

La impotencia la ahogaba, la hacía temblar enfurecida.

Pero seguía siendo mejor...

—Mierda —se quejó levantándose.

Se sostuvo del lavamanos desgastado y amarillento. No quiso verse al espejo, temía encontrar lo que su madre le había advertido que era unos días antes de que se marchara.

Eres un fracaso le había escupido—. Acéptalo de una vez por todas.

Eso fue todo para Katerine, ella había fijado sus ojos en sus manos y su mente la absorbió, no se dió cuenta de lo que hacía hasta que tuvo un ataque de histeria en medio de la carretera. No le dijo nada a nadie sobre su viaje, ya lo había hecho y su familia solo se había reído porque estaban seguros de que ella no lo haría, ella nunca había logrado nada por sí misma, ¿Cómo viajaría por si sola en su pequeño auto de porquería?

Entonces solo calló. Durante días trabajó para conseguir algo de dinero y marcharse. Así lo hizo, ni siquiera se despidió o miró atrás. Nada. Un día solo lo supo.

Algunas veces se arrepentía por no haberse despedido, pero para acallar ese dolor invocaba otro más fuerte, como el de las veces que su madre le decía que no merecía nada o se burlaba de ella.

—¿Qué diría ella ahora? —su voz salió ronca y llena de sarcástica diversión—. No puedes ni mirarte en el maldito espejo —levantó la mirada encontrándose con su reflejo—. Eres patética.

Quiso romper el vidrio o golpear el lavabo hasta romperlo.

No lo hizo.

Ella tomó el cepillo y fue hacia el retrete para terminar de limpiarlo. Ignoro las lágrimas y la vapuleada de ira.

Demonio blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora