Rival invencible: Dios.

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Hubo un tiempo en el que viví enojado, enojado con todo, animado e inanimado, viví acompañado de la ira. Tuve muchas peleas desde el principio de mi adolescencia y la más ardua de ellas fue mi pelea con Dios. Existe algo hilarante acerca de las peleas del ser humano con Dios, tal vez sea la singular característica de no poder ganar o el detalle de ni siquiera observar al contrincante, pero, es curioso que llegue un punto en la vida de cualquier hombre en que mire al cielo con ojos furtivos buscando cualquier señal de Dios para despreciarla con toda la intensidad que su razón le permite.

Provengo de una familia sumamente católica.Llevé a cabo todos mis sacramentos hasta la confirmación, asistí a misa cada domingo por un lapso de varios años, sin embargo prestando atención a las enseñanzas de las escrituras comencé a formular preguntas de todo tipo en mi cabeza. Siempre tuve un comportamiento singular producto de diversas cuestiones psiquiátricas que rigieron mi persona, una de las tantas, fue el trastorno obsesivo compulsivo o TOC, al cual en estos tiempos se le ha dado bastante difusión.

A pesar de mi carrera, la medicina, no me ocuparé de dar la explicación científica o psiquiátrica de lo que representa un padecimiento como este, sin embargo lo que haré será describir mi experiencia con esta condición en la adolescencia. Para la cual expondré mi rutina de un dia normal para mi a la edad de 13 años.

Cuando abría los ojos, en la mañana, antes de levantarme de la cama, debía recitar todas las oraciones que sabía para después poder desayunar. Cuando abría la puerta de mi casa llegaba a la escuela secundaria caminando, cuidando de no pisar ninguna hoja seca o hierba en el suelo pues mi mente me prohibía pisar la creación de Dios por más pequeña que fuera, ya que resultaría un acto deplorable, que solo podría ser espiado con una penitencia severa. El dia en la escuela transcurría de forma normal, solo debía alejar mi mente de cualquier pensamiento lujurioso que pudiera traerme el observar alguna de mis compañeras en la escuela.

Una vez terminada mi jornada en la escuela llegaba a mi casa, antes de comer debía recitar, de nuevo, todas la oraciones que conocía y si, si se lo preguntan el credo estaba incluido. Comía, después de haberme lavado las manos de forma frenética por un mínimo de diez, veces y me dedicaba después a cualquier tipo de actividad, hasta que la noche cayera, me recostara en mi cama para repetir todas las oraciones por tercera vez en el dia por un mínimo de tres veces cada una. Yo era consciente de que mi comportamiento no era normal y que tenía consecuencias en mi desempeño escolar, sin embargo no podía evitarlo.

Todas las personas con Trastorno Obsesivo compulsivo se dan cuenta de que su comportamiento no es racional ni correcto, sin embargo no pueden dejarlo de lado. La razón son los llamados. "Pensamientos intrusivos." Estos pensamientos consisten en ideas, la mayor parte del tiempo nefastas, en las que se imaginan consecuencias fatales si los rituales no son cumplidos. Pondré mi ejemplo pues es el que mejor conozco.

Digamos, por ejemplo, que se dió alguna ocasión especial o comida familiar en la cual no podía llevar a cabo mis rituales antes de comer. Digamos de, manera hipotética, que antes de que yo, de manera disimulada, pudiera terminar mi larga cadena oraciones, sirvieran el plato, entonces por presión social yo debía comer, aun sin terminar mis oraciones. Venían en consecuencia una serie de pensamientos que me castigaban por no haber completado mi adoración a Dios. Si Dios era el centro de mi compulsión es lógico pensar que Dios fuera el verdugo que propinara la penitencia ante mi comportamiento rebelde.

En este proceso de causa consecuencia, mi penitencia eran las visiones de mi familia siendo castigada por Dios de forma inconcebible, siendo víctimas de un accidente, del delito o incluso de mi mismo. Me obsesionaba la idea de que si no completaba estos rituales descritos, Dios dejaria caer su pesado puño sobre mi y sobre aquellos que me rodeaban.

Cada pequeño evento en mi vida que hubiera podido de forma remota encajar como consecuencia de un castigo divino lo conectaba, de forma automática, con alguna falla en mi comportamiento siendo así que los rituales diarios se hicieron cada vez más intensos y extensos. A pesar de mis oraciones seguían pasando cosas malas a mi familia , a veces grandes como una pelea en el matrimonio de mi madre, a veces pequeñas como un mal dia en el negocio familiar.

Como la situación empeoraba sin importar la frecuencia y extensión de mis oraciones, existió un punto de quiebre, un punto de separación entre Dios y yo.

El trastorno obsesivo compulsivo no es algo que se controle con fuerza de voluntad, sino con tratamiento psicológico y psiquiátrico. Yo tenía muchas otras compulsiones, como usar una toalla del baño para cada extremidad o revisar de forma enferma las cerraduras de la casa. Fueron, sin embargo, los pensamientos intrusivos que tenían por protagonista a Dios los que fracturaron mi mente en la pubertad.

Recuerdo estar acostado en mi cama, una noche y decir en mi mente: "No más."Conecté mis audífonos al viejo mp3 que tenía y cerré los ojos, sudoroso de ansiedad, apretando los puños, esperando en cualquier momento que Dios en persona bajase del cielo para tomarme del cuello y reprocharme no haber rezado todas las oraciones que sabía por 5 veces consecutivas, como pueden imaginarse, aquello no pasó.

La mañana siguiente me levanté para llevarme en resumen dos grandes sorpresas: La primera de ellas fue que yo seguía vivo, no estaba en el infierno siendo descuartizado hasta la agonía eterna. La segunda sorpresa fue que mi contexto en general, hablando de aspectos como familia,escuela, etc. Seguían completamente intactos, no mejor, no peor, todo sin haber rezado la noche anterior.

Mi miedo a la fuerza omnipotente destinada a castigarme ante el primer desvío ya no estaba, era libre, libre de mi fe.

Mi PanteísmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora