La pequeña Sam y la oveja

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La pequeña Sam no pudo dormir otra vez. Dio tantas vueltas en la cama que hasta empezó a sentirse mareada. Llevaba casi una semana en una rutina desesperante en la que solo el cansancio extremo le permitía quedarse dormida; evidentemente, no era un sueño reparador. En realidad, cada cierto tiempo tenía problemas para conciliar el sueño, solo que ahora se sentía aún más agotador.

Así, la pequeña Sam un buen día decidió ir a visitar a su abuela y preguntarle que podía hacer con su problema.

Su dulce abuelita siempre la esperaba con los brazos abiertos, la consentía tanto que la hacía sentir pequeña de nuevo - y esta vez hablamos de edad y no de su pequeña contextura-. Era reconfortante su compañía.

Su abu le brindo una buena taza de té aromático y galletas de leche, de esas crujientes que tanto le encantaban. Hablaron de todo un poco, lo cual le dio chance de soltar algunos problemas y así aligerar la carga que llevaba en sus hombros y luego, como siempre, recibía un cálido abrazo. Siempre se sentía mejor luego de visitar a su tierna abuelita, era un lugar seguro para refugiarse.

Cuando la pequeña Sam estaba a punto de irse, su abu trajo consigo un sobre.

- Toma – le dijo- pon esto en tu cabecera y recuerda contar como cuando eras niña.

La pequeña Sam fue a casa y abrió el sobre esperando encontrar una solución certera a su problema de insomnio, mas solo encontró tres calcomanías fosforescentes de ovejas. Al principio no entendía porque su abuelita le había dado un regalo de ese tipo, pero luego cayó a cuenta en la vieja costumbre de contar ovejas para quedarse dormida. Era una idea un poco trillada, pero no tenía nada que perder.

Esa noche pego las calcomanías en un lugar discreto de la pared. Las iluminó con una linterna para que se cargaran y así pudieran brillar en la oscuridad. Por un momento se sintió como si tuviera nuevamente ocho años y no la edad de crisis existencial por la cual atravesaba.

Se acostó y espero en silencio a que ocurriera un milagro de Morfeo. Escuchaba claramente el tic tac del reloj, anunciando que los minutos caminaban y que el tiempo no se detendría frente a ella tan solo porque no lograba dormir. Sin nada que perder, obedeció al consejo de su abuelita y empezó a contar mentalmente las ovejas. Pensó en las tres ovejas de la pared, una de ellas era un poco más grande; así que imaginó que esta guiaría al resto. Eras un pensamiento tonto, pero finalmente todo transcurría en su cabeza; nadie podría burlarse de lo que ella decidiera hacer con las ovejas.

Intentar dormir contando cíclicamente tres ovejas no era muy inteligente, así que mentalmente añadió todas las ovejas posibles. Una oveja, dos ovejas, tres ovejas... 89 ovejas... El número iba creciendo pero sus ganas de dormir no. Pronto abandonó la cuenta y cerró los ojos sin más. Tal vez quedándose completamente quieta lograría mejores resultados.

- ¿Por qué dejaste de contar?

- Porque igual no he logrado nada.

Después de responder, la pequeña Sam se levantó de golpe de la cama. Acababa de hablar con alguien en la oscuridad. Encendió su lámpara y empezó a gritar "¿Quién anda ahí?" pero no vio nada.

- Esta bien, cálmate. – se dijo así misma- Quizá el cansancio la había hecho imaginar esa voz.

Aun con el corazón a punto de salirse del pecho, se acostó y apagó la luz. Al poco tiempo, la vocecilla volvió hablar.

- ¿Ya no jugaras con nosotros?

La pequeña Sam volvió a encender la lámpara y esta vez estaba dispuesta a hallar el origen de esa voz, ya sea que fuera real o se hubiera vuelto loca. Buscó durante mucho tiempo pero no encontró nada. Esa noche no solo no durmió, sino que además se quedó con las luces encendidas y alerta por si volvía a escuchar aquel niño hablar.

Efímero...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora