El invierno me recuerda a ti. A tus manos frías y tu nariz colorada.
A tus sudaderas, pero más a tus abrazos.
En invierno me tapabas y me agarrabas las manos dentro de tus bolsillos y, a veces, debajo de las sábanas de la cama, dónde pasábamos las horas escuchando aquel vinilo de tu abuelo que tanto me gustaba y que te acabó gustando a ti también, o simplemente escuchábamos como la lluvia caía sobre el techo.
En invierno echo de menos tu voz ronca y el brillo de tus ojos al ver el primer copo de nieve caer a la vez que sonreías junto a mí cuando nos salía aquel vaho de nuestras bocas.
La Navidad llegaba y con ella nuestra ilusión por ver las calles y a los niños jugar entre ellos, como nuestras manos jugaban intentando entrar en calor.
Que ironía que el invierno me recuerde a tus ojos cuando eran la cosa más cálida que había visto nunca.
Y que cosas tiene la vida, que en un invierno, te marchaste de la mía.