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El día que conocí a Marcus Calaham volvía a llover.

Estaba sentado en una de las sillas que el doctor Harris había colocado en el rellano de su consulta en su último arranque de empatía hacia sus pacientes. Su chaqueta marrón vieja  se asemejaba, aunque no a primera vista, a una de esas gabardinas que llevan los detectives en las películas antiguas, si bien es cierto que mi percepción podía verse distorsionada por el agua que practicamente escurría de ella. De hecho, me encontré preguntándome si sus sencillos pantalones verde oscuro serían en realidad de aquel color tan horrible.

Recuerdo que me llamó poderosamente la atención el hecho de que él sí parecía un cliente habitual de los que podría tenr el doctor Harris. No me malinterpreteis, yo misma me consideraba una persona "normal" y allí estaba, pero me temo que estamos demasiado contaminados por la basura televisiva y las malas películas. La mayoría de la gente que había visto en la improvisada sala de espera no encajaba en los parámetros cliché de alguien acudiendo a un psicólogo, una de las cosas, reconozco a mi pesar, que me sorprendió los primeros días.

Sin embargo, él era diferente. Tenía el pelo aplastado contra la cabeza a causa del agua, de un negro grisáceo billante, y se notaba mal peinado, como si hubiera salido corriendo de casa. Llevaba una gafas de pasta rectangulares tras las que ocultaba dos pozos azules de insondable profundidad. En aquel momento pensé que tenía la mirada soitaría y apacible de alguien que pasaba mucho tiempo pensando en voz alta. Uno de esos genios locos y despistados que no recordaban la hora de comer o el cumpleaños de su hija.

Fruncí el ceño. De alguna manera mi pasado se había visto reflejado en aquel extraño y había reflotado en mi memoria. Se afeitaba igual de mal que mi padre, pero a diferencia de él, este desconocido me resultaba extraña e inexplicablemente atractivo.

Jugaba con una hoja llena de números que tenía tantos dobleces que más bien parecía un papel arrugado. Buscaba un espació libre, apuntaba algo, y lo doblaba de nuevo. Mi curiosidad me impulsó a acercarme un paso, lo suficiente como para verle mejor sin parecer que quería hablar con él, aunque mi cuerpo me traicionara con sutiles gestos de interés. Queria saber lo que estaba anotando y quién era. Un vistazo fugaz por encima del papel me hizo renunciar rapidamente a ambos.

Como había supuesto, uno de esos genios que nunca tenían tiempo para nadie. Una vida basada en fórmulas y conjeturas que no hacían sino herir. A veces a unos, a veces a otros, pero siempre había alguien que salía herido.Incluso sin ese juicio prematuro por mi parte, sabía que aquella hoja se me hubiera presentado como un galimatías sin solución de haberme molestado en analizarla detenidamente. Que le voy a hacer, hace mucho que abandoné las ciencias.

En mi trabajo -soy profesora de primaria e infantil- había visto muchos como él. Cuando era joven, pensaba que la gente que no conseguía llegar a donde se había propuesto profesionalmente, terminaba en la enseñanza (tengo que reconocer que es posible que mi juicio en ese entonces se debiera a algún desacuerdo con uno o dos profesores. ¡Como si a vosotros no os hubiera sucedido nunca!). Y, ciertamente, con mis años de experiencia no había hecho si no comprobar que estaba en lo cierto. Es comprensible si lo piensas bien, a nadie le gusta sentir que no es quien creia ser, que no descubrirá la cura contra el cáncer o que sus sueños nunca serán más que eso. Sueños. Que el final feliz de sus esfuerzos no existe y que su vida se fundamentó en ilusiones distorsionadas por el ego del ser humano. Entonces algo cambia en su cabeza, lo olvidan todo, se hacen un master y comienzan a dar clase mientras se van amargando un poco más día a día. Y encima tienen la desfachatez de invitarte a un café y decirte, con la sonrisa más falsa de la que son capaces, que enseñar siempre fue su vocación.

Entonces me miró.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando sus ojos se encontraron de frente con los mios, algo primitivo burbujeando en mi estómago y enviándome una sensación de calor por todo el cuerpo.

Me sonrojé.

Él me sonrió y se puso de pie para entrar en la consulta. Tan absorta había estado en mis cavilaciones que no me había percatado de que el doctor Harris había llamado a su próximo paciente.

-¿Julia?- Preguntó - ¿Se te ha olvidado algo?

-No.- Respondí notando como el ardor de mis mejillas aumentaba.- Ya me iba.

-No olvides que la siguiente cita tiene que ser un poco más tarde, te espero a... ¿Las seis y media te viene bien? El mismo día.

-Si, por supuesto. No lo olvidaré.Buenas tardes.- Musité dándome la vuelta para salir de allí lo más pronto posible. "Respira, Julia, respira." me ordené enfadada conmigo misma. La fase de la timidez deberia estar olvidada en el baúl de mi infancia, rodeado de telarañas y muros inexpugnables. No caería de nuevo.

Estaba a punto de abrir la puerta del ascensor cuando un carraspeo a mis espaldas me detuvo.

-Disculpa, Julia ¿verdad?- El desconocido de la gabardina estaba detrás de mi, mal afeitado, despeinado, completamente empapado y sonriéndome divertido.Era tan solo unos cuantos centímetros más alto que yo, al contrario que más de la mitad de la población humana. Mis genes decidieron que no necesitaba medir más de 1,54.

-Eh... si, soy yo.- Titubeé al confirmarle mi identidad. ¿Y si era un psicópata? La consulta de un psicólogo no me parecía un lugar muy apto para hacer amigos. O enemigos.

-Verás, es que antes te he visto mirar esto muy interesada, y me he dicho "Un punto de vista diferente siempre es un apreciado regalo"- Me mostró el papel de antes. Números incomprensibles en aparente desorden.- Asi que si estas dispuesta podríamos hablarlo tomando un café. Te prometo que no soy profesor.- Me guiñó un ojo y, de alguna manera, terminó en mis manos una tarjeta de "Vitaldent" con nueve números garabateados en el reverso.- Que pases una buena tarde, Julia.

Acto seguido se metió en la consulta y cerró la puerta, dejándome en el rellano sola con la luz fluorescente del ascensor a mi espalda y su número de teléfono en la mano.

A través del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora