Al día siguiente, a las cinco y cuarto de la tarde, descubrí que Marcus Calaham tenía un gusto exquisito en cafeterías. "The Golden Apple" era un local pequeño, semiescondido entre las callejuelas del casco antiguo de la ciudad que serpenteaban en torno a la catedral. Apenas había espacio para una barra de madera bien barnizada, un par de cubículos con asientos de cuero envejecido, y algunas mesas desperdigadas en aparente desorden.
Sin embargo, resultaba sorprendentemente acogedor con su música tenue de fondo, los colores cálidos y las sombras danzantes que producían las pequeñas llamas de las velas. A pesar de la hora, dentro del café reinaba una atmósfera relajada, parecía que la noche se hubiera asentado entre nosotros y nos regalara un momento interminable de paz, esa que solo consigues respiras un anochecer de invierno. En el aire flotaba un sutil olor a café recién hecho y pastas caseras, junto al bullicio apagado de unas pocas conversaciones tranquilas.
Nada más empujar la pesada puerta de entrada, decidí que se convertiría en mi nueva cafetería favorita.
Agradecía que mi Internet, que iba y venía cuando le apetecía, anoche hubiera decidido funcionar medianamente en condiciones, por que dudaba haber podido encontrar "The Golden Apple" preguntando por el centro.
Él me estaba ya esperando, mirando distraído su papel arrugado y con un café frio entre las manos. Aquel día, con el pelo seco y alborotado, su gabardina detectivesca marrón y un pantalón gris oscuro que conjuntaba infinitamente mejor que el verde vejiga, lo encontré, si era posible, más apuesto. Atraía mi mirada con una fuerza que comenzaba a hacerme sentir incómoda, me hacía olvidar, sin pretenderlo, que no existía nadie más a quien mirar. Encandilaba mis ojos de tal forma que solo suspiraban por seguirle a donde quiera que fuera.
Perturbador.
-Disculpe señorita ¿Va a pedir algo? - la voz monótona y desapasionada del camarero me ayudó a despertar de mi ensoñación. Vestía de traje, como los camareros antiguos y, como si estuviéramos en mi típica película de los 80, llevaba en la mano un vaso que limpiaba incansablemente con un paño.
-Sí, claro. Póngame un descafeinado largo de café, por favor.
-Ahora mismo ¿Quiere que se lo lleve a la mesa?
Miré a Marcus. Aún no se había percatado de mi presencia.
-No, no hace falta, gracias.- Me apoye en la barra y volví a mirar a mi desconocido. Las luces del local se reflejaban en el cristal de sus gafas desde aquella posición, impidiendome caer en su hechizo magnético. No se había afeitado. Aquello me hizo sonreír.
Todavía se me hacia extraño sentir todo un cúmulo de emociones al ver a alguien con quien apenas había compartido un saludo o una extraña conversación telefónica. Como esa intensidad podía nacer de solo verle.
-Señorita, su café.- El camarero me tendió una taza grande de porcelana decorada con bandas florales de azul cian y un plato con tres galletas de mantequilla.
- Gracias.- Me quemé un poco los dedos ante el café humeante sin que me importara lo más mínimo, pensando en la agradable tarde de conversación que me esperaba.
-Hola.- Le saludé sentandome frente a él y tendiéndole las pastas. Pareció sorprendido.
-¿Julia? ¿Ya son las cinco?- Preguntó con una cara de confusión que se me hizo enternecedora.
Aquel hombre me volvería loca, lo sabía incluso antes de quitarle la etiqueta de extraño y sustituirla por su nombre, hasta ahora el único dato que poseía de él.
-Las cinco y cuarto para ser exactos.-Le respondí divertida dándole un sorbo a mi café. Estaba realmente bueno. Nunca había sido una gran aficionada a esta bebida, demasiado amarga para mi gusto dulce, pero ese me encantó.
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A través del espejo
Science Fiction-"A veces pierdo la cordura tratando de olvidar que un corazón enamorado no se rinde jamás " Una historia de amor, la consulta de un psicologo y miles de posibilidades. -"Solo soy un reflejo más en el espejo"