Al lugar al que nos dirigimos

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Llevaba un tiempo sin oír nada. Desde el ataque de aquel hombre enmascarado, su cuerpo parecía haberse negado a moverse, a no llevar a cabo la voluntad que le exigía su alma. Sin embargo, hace poco notó algo extraño en su ser, como si algo que no debía estar ahí estuviese. ¿Sería el veneno, que ya había empezado a hacer efecto? No creo.

Tras aquella sensación, se encontró él solo en medio de un lugar oscuro, en penumbras. No podía ver absolutamente nada, ni siquiera sabía donde acababan sus piernas y donde empezaba el suelo. Anduvo errante durante un rato y, cansado, decidió sentarse para aclarar sus ideas. Parece que había llegado a una especie de pared, ya que notó cómo su espalda se apoyaba en algo. El lugar, a pesar de su tenebrosidad, era muy pacífico.

—¿Es esto el Cielo?

—Si fuese el Cielo, yo no estaría aquí.

Fukuzawa se giró rápidamente tras oír aquella voz pedante y llena de burla que tanto conocía. Su espalda no estaba apoyada en una pared… Estaba apoyada en la espalda del jefe de la Port Mafia, el cual se hallaba también sentado en el suelo. Llevaba puesta su típica bata de médico en vez de su gabardina negra. Parecía aburrido.

—Doctor Mori, qué honor saber que no solo aparece en mis pesadillas…

—Se dice que cuando alguien sueña con otra persona, es porque la otra persona también está soñando con ella. Además, ¿qué le hace pensar que este es su sueño? Yo llevo más tiempo aquí.

—¿Es algún tipo de habilidad que encierra a las personas en otra dimensión?

Mori soltó un suspiro mientras se estiraba.

—No creo. Solo usted y yo estamos aquí, por lo que debe de haber algo que nos haya ocurrido de la misma forma.

Fukuzawa hizo memoria.

—Lo único que recuerdo es que me envenenaron. Pero, hasta ahora, no había descubierto este lugar —razonó mientras se llevaba la mano a la barbilla.

—¿Notó algo raro?

—Humm… Como una sensación extraña… Como si me invadiera algo…

Observó a Mori sospechosamente. ¿Y si fuese aquello? ¿Y si hubiese notado que Mori había entrado en su subconsciente?

—¿Y usted?

—Dostoyevski me apuñaló y, cuando perdí el conocimiento, aparecí aquí.

—El hombre enmascarado me habló de un veneno… ¿Puede significar algo?

Los ojos de Mori se iluminaron y mostró la habitual media sonrisa de cuando descubría algo. Fukuzawa odiaba aquellos momentos donde el médico sabía mucho más que él. Aquel estúpido e inútil médico al que debía proteger en el pasado…

—¿Y bien? ¿Cuál es su conclusión? —preguntó con un bufido.

—Hagámoslo como en el pasado. Intente adivinarlo usted.

—¿Mientras me cronometra?

—Lamentablemente, no tengo el móvil aquí.

Fukuzawa también se lamentó por no tener la espada.

—¿Usted también ha sido envenenado?

Mori asintió mientras miraba hacia arriba con aire indiferente.

—Una especie de veneno nos ha unido…

—¡Minipunto para usted! Y eso no es todo… Por lo que he podido escuchar en mis intervalos de consciencia, dicho virus se activará en dos días, matándonos a los dos. A no ser…

Notó un escalofrío cuando el doctor le miró de reojo.

—El uno solo puede vivir si el otro muere. Es decir, esta unión y el virus se curarán cuando uno de los dos muera.

Fukuzawa tragó saliva al escuchar aquello. Entonces, si mataba allí mismo a Mori, ¿se salvaría?

—Y no intente matarme: no podemos dañarnos en este lugar. Ya he intentado pellizcarme para despertarme y no siento ni dolor.

Maldijo su sempiterna habilidad de leerle la mente. Mori soltó otro suspiro mientras se recostaba más.

—Sigue sin ver el alcance de todo esto, ¿verdad?

—¿De qué habla?

—La Port Mafia no es un grupo de monjas de la caridad.

La sangre se le heló al presidente. Si ellos sabían todo eso, ¿también lo sabrían sus subordinados? Rezó para que a Ranpo no se le ocurriese de nuevo la brillante idea de actuar por su cuenta y provocar una guerra en Yokohama. Al menos quedaba Dazai… Aunque eso tampoco le tranquilizó.

—Supongo que ya habrá llegado a la solución lógica para salir de esta situación —comentó el doctor mientras cerraba los ojos.

—El uno solo puede vivir si el otro muere… —murmuró para sí mismo—. Creo que ambos hemos llegado a la misma conclusión.

—Me agrada saber que por fin me sigue a la hora de pensar.

Fukuzawa no necesitaba girarse para saber que Mori estaba sonriendo. Le conocía tan bien que solo por el tono de su voz sabía perfectamente el rostro que tendría en ese momento.

—Al final todo era cierto… —comentó Mori mientras se levantaba.

—¿El qué?

—Todo esto… El plan de Natsume-sensei… —comentaba mientras volvía a observar hacia arriba—. No es más que una utopía… Una utopía irrealizable.

Fukuzawa se sorprendió cuando el médico se giró, mostrando una sonrisa ingenua:

—Sinceramente, hay días donde odio tener razón.

Con el paso de los años, Fukuzawa había descubierto que las mentiras hacían menos daño que las verdades. Para alguien como Mori, que puede ver a través de cualquier mentira sin esfuerzo alguno, debía ser un infierno. Vivir en un mundo donde sabías que eras engañado constantemente o que todo no era más que una farsa debía de ser aterrador.

—Puede que sea una utopía irrealizable, yo también lo pienso —dijo el presidente mientras se incorporaba y se quedaba cara a cara con el jefe de la mafia—, pero eso jamás lo sabremos si nos damos ahora por vencidos. Si damos un paso hacia delante, confiando en ese futuro, creo que la fuerza nacerá por sí sola. Y como ejemplos tenemos a nuestros propios subordinados, ¿no cree?

Mori se sorprendió con aquellas palabras, pero su sonrisa regresó a su rostro de nuevo.

—Es usted demasiado legal, Fukuzawa-dono. En cualquier caso, me encargaré personalmente de darle el jaque mate. A fin de cuentas, la partida no acaba hasta que el rey no cae.

—Haré que caiga por su propio peso, doctor Mori.

Antes de poder decir algo, Mori se desvaneció en una especie de nube.

Fukuzawa alzó la vista, intentando centrar sus sentidos para saber si sus subordinados estaban bien. Parece que todavía no le tocaba despertar.

¿Enserio era una utopía irrealizable el plan de su maestro?

Idiota, las utopías no existen. Y si existiesen, desearía que fueran tal y como es todo ahora: la ciudad que ama, su Agencia siempre dispuesta a ayudar, la Mafia como obstáculo para que maduren, el doctor que en el pasado le quebraba los nervios y el gato anaranjado que siempre le acompaña en sus paseos.

Para Fukuzawa, aquello sí que era una utopía.  

BSD || El lugar al que nos dirigimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora