Cascabel

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Era la tercera noche y no podía dormir, entraba a veces en estas rachas de insomnio que me dejaban en vela hasta los albores de la mañana. Apaleaba la desesperante espera del sueño escribiendo algunas notas acerca de mi trabajo o breves cuentos para mí. El escritorio en donde me situaba a confeccionar mis ideas estaba contiguo a una puerta de cristal que daba hacía el jardín trasero de la casa. En ese jardín, hacía ya 30 años exactamente, mi madre y yo habíamos sembrado un árbol de mango. Siempre fui curioso con las rocas desde pequeño, y recuerdo que le pedí a mi madre rodear la pequeña rama del árbol con rocas varias. La pequeña plantación creció y hoy en día lucía frondosa y enorme.

Como comenté al principio, no podía conciliar el sueño y el motivo en esta ocasión era por demás angustiante, pese a que mi cuerpo estaba exhausto, mi mente no paraba de pensar en Franca, había partido hacia el sur y volvería en una semana. No se había comunicado conmigo como había prometido hacerlo y eso me tenía en velo.

Me resultaba por demás tétrico permanecer en casa, pues nunca superé el dormir solo en ella. Sin embargo, no tenía a donde mas ir. Las sabanas aun olían a ella y eso era mitigante para abatir a la soledad.

Desperté creyendo oír su risa desmedida, un frío se coló entre mis sabanas y como reacción natural decidí levantarme para ir al baño, esto hizo que mi frágil sueño se hiciera polvo. No iba a poder descansar en toda la noche una vez más, por lo que salí del cuarto y me dirigí a la zona en donde tengo el escritorio. Prendí la lampara de mesa y esta hizo resaltar el brillo exagerado de un ágata musgosa que descansaba sobre una base de mármol en color negro. Un cuarzo fascinante que contiene óxido de hierro, manganeso y clorita que dan un color verde a sus inclusiones. No hay dos ágatas musgo iguales, por lo que la fascinación que tenía sobre ella era sin igual, había sido un regalo de Franca y la atesoraba con recelo. Me comentó que la había conseguido en uno de sus viajes al bosque de la entidad, la extrajo a escondidas de los cuidadores pues las historias alrededor de estas piedras son fascinantes. En su retorno prometió contarme acerca de ellas. Mientras tanto, se había vuelto fuente de inspiración para algunos de mis escritos por hobby.

Cuando de repente y como queriendo romper mi transe con el cuarzo, un ruido tintineante que provenía de afuera me sustrajo de mis pensamientos. Podía escuchar de forma taladrante esa pequeña sonaja que aún no lograba descifrar que era. Me quedé inmóvil siguiendo con el oído el curso de la campanilla, se acercaba sigiloso a la puerta de cristal y en un instante más conocería al autor de tan molesto sonido. Mi curiosidad no fue satisfecha pues antes de llegar a la puerta de cristal, el cascabeleo se detuvo.

Es extraño, pero en la madrugada pareciera que los sentidos se agudizan más, me quedé observando ese punto fijo en donde debería aparecer ese algo que hacía el bamboleante ruido. Mis oídos escucharon hasta las más lejanas estridulaciones de los grillos y comencé a sentir una brisa helada que provenía quien sabe de qué angosta abertura.

El sonido del teléfono rompió con violencia el suspenso generado, me levanté de mi asiento sin despegar la vista del punto mismo en el que esperaba que algo se asomara. Así llegué hasta el teléfono de pared que está a lado de la cocina, lo descolgué y descuidé mi guardia sobre la puerta de cristal. Del otro lado de la línea se escuchaba una fuerte interferencia, enseguida una voz seca preguntó por mi nombre. Deje caer el auricular cuando escuché la noticia que partiría mi corazón en innumerables pedazos. Franca había muerto en un accidente de carretera.

Solo los que han perdido a un ser sumamente cercano entenderán mi amargo dolor, el inenarrable sufrir y las infinitas lagrimas vertidas no serán jamás suficientes para explicar en una mínima parte la desesperante aflicción que sentí. Al cabo de unos días velamos su cuerpo en casa, no quise siquiera verle en el féretro pues siempre he sido de la idea de conservar el recuerdo de esa persona llena de vida, no la de un rostro momificado.

Juegos, Invocaciones y CreepypastasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora