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Primera parte.

1. Aborto.

El camino plano era abrumador, sin cambios en el clima bochornoso ni en el suelo. Nunca me han gustado los viajes largos en automóvil, pero tampoco es como si a mis padres les interesara tanto lo que prefiera. Ellos casi nunca escuchan lo que tenga que decirles, aunque debo confesar que no me molesta del todo que así sean las cosas.

Susana maneja con suavidad el volante, como si estuviera acariciándolo, desde el asiento del piloto y tararea distraídamente una de esas canciones que nunca faltan en la radio. Desde el espejo retrovisor, podía verle dirigirse contenta a nuestro nuevo destino, con el rostro alegre y la coqueta pañoleta adornando su cabeza, completamente ajena a lo verdaderamente aburrido que me resultaba ir cada verano al mismo sitio, a las mismas playas y con la misma gente.

—Papá—llamó la suave vocecita de mi hermana menor, adorablemente sonrojada por el calor que iniciaba a encerrarse en el pequeño espacio dentro del automóvil, pero él no estaba escuchando—: ¡Papá!

Mi padre se sobresaltó una vez Lupita se aseguró de tener su atención, asomándose ligeramente por el retrovisor de en medio.

—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasó, Ana Lupe?

Suspiré. Frente a mí, el asiento de papá se hundía contra mis rodillas. Podía adivinar que en estos momentos fingía mantenerse despierto desde su sitio, pero sabía que no era así. Él últimamente siempre estaba demasiado cansado, asumiendo de nueva cuenta la responsabilidad de la empresa sobre sus hombros. Mi madrastra le había insistido en que no volviera, tratando de convencerlo de que mis hermanos mayores harían bien. Papá no le hizo el más mínimo caso y despachó el tema.

Susana es la tercera esposa de mi padre. Y es bellísima, como no podía ser de otra forma. El rizado cabello azabache bien ordenado, la ropa pulcra y los labios bien sellados con pintalabios rojos son su marca. Delgada, alta y estirada. Cuando la conocí, creí que sería una de esas señoras frívolas y correctas que no se permiten disfrutar de nada en la vida. Me equivoqué. Ella no era nada de eso, en realidad era lo contrario: amorosa hasta los huesos y de buen carácter. No me hizo falta mucho tiempo para quererla como una madre.

Cuando ella llegó a nuestras vidas, Lupe y Julio, mellizos inseparables desde la cuna, no estaban muy de acuerdo con ella integrándose a la ecuación. Mucho menos cuando era madre de dos hijos, de los cuales uno de ellos jamás tuvo buena relación con Julio. Y por ende, tampoco con Lupita.

La cosas ahora eran distintas. Julio y Sebastián eran los inseparables, no paraban de parlotear cualquier tontería que los hace pasar horas riendo. Y Lupe se convirtió de pronto, en el mal tercio. Quizás de allí su especial rencor con nuestro hermanastro pelirrojo.

—Quiero ir al baño, papá—chilló mi hermana con un puchero y alcancé a notar como es que Susana sonreía con ternura desde el espejo, aún conduciendo por la estrecha carretera.

—Espera unos minutos, mi amor. Estoy segura de que la gasolinera está cerca—respondió mi madrastra en su lugar, maternalmente—, ¿crees poder aguantar un poco más?

—Hmjúm.

El breve intercambio de palabras entre las únicas mujeres acaba entonces. Susana continuó el camino y Lupe se pegó a mí como una lapa, enterrando su pequeña cabeza contra mí antebrazo. Tampoco se me pasa desapercibido, que ha mirando de reojo con cara de pocos amigos al par de críos a un lado suyo, que juegan con el teléfono de Sebastián.

»Temo, ¿me prestas tu celular?

Y aunque quiero negarme, bastante hastiado de tener que cederle todo, no puedo evitar aceptar ante sus grandes ojitos tristes. Saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón y lo tiendo hacia Lupe, cosa que la hace sonreír triunfante. Ella me tiene bien medido.

HERMANO, aristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora