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Segunda parte.

2. Bahía.

—Hasta que llegamos—gruñó la voz chillona de Lupe, cruzada de brazos con el cabello interminable sujetado hermosamente en una trenza de cola de sirena.

Finalmente habíamos salido de ese auto de calor asfixiante, aunque el calor en sí no había cesado desde entonces. Frente a nosotros, una enorme casa de madera se alzaba sobre nuestras cabezas. Lucía fresca, sencilla y playera, aunque no estuviera tan cerca de la playa.

Hace algunos años habría soltado una exclamación sorprendida al verla, por lo preciosa y grande que es, pero actualmente no era el caso. Estaba acostumbrado a ella: su madera crugiente, su sala espaciosa y sin televisión por cable, la cocina lista para ser usada y las grandes aunque pocas habitaciones repartidas en el piso de arriba. Estaba familiarizado con el gran jardín trasero y la carne asada del domingo.

Incluso con mi falta de entusiasmo, mis hermanos estaban totalmente emocionados. Ni siquiera lucen como alguien que tuvo que recorrer cinco horas y un poco más en carretera. Supongo que es la resistencia favoreciendo a los menores. Porque por mi parte, mi huesos están molidos de estar en la misma posición por tanto tiempo. Mi espalda tiene un dolor agudo y mis piernas están dormidas.

Pero cuando papá no puede abrir la puerta por un largo rato, todos esperamos cansinamente a que lo logre. Y entonces, cuando lo hizo, agua chorreó a nuestros pies.

—Ni modo, chicos—suspiró Susana, mordiendo su labio inferior. Talló su frente con las yemas de sus dedos y negó con la cabeza—. Tendrán que ir a dar una vuelta mientras su padre y yo arreglamos esto.

—¡No!—exclamó Julio, con un puchero resaltando en sus labios mientras azotaba los pies—: Sebas y yo pensábamos jugar videojuegos en la tele de la sala.

—Oh, no, no—regañó mi madrastra—, si venimos aquí fue para deshacernos del día a día de la ciudad. ¡Miren, el cielo está hermoso! Llévense lo necesario y vayan a explorar la zona.

—¡Ya conocemos todo aquí!—chilla Julio, pero cuando Susana lo voltea a ver con sus ojos encapuchados, tanto él como Sebastián resoplan con genuina molestia. No dijeron nada más para no llevarle la contraria. Sabían perfectamente que no le ganarían si se pusieran a discutir.

—Bien—gruñó el pelirrojo. Tomaron sus toallas de baño y no pudieron darse a la fuga cuando Susana les extendió una mano, que sólo podía significar una cosa.

Los chicos entregaron el celular de Sebastián y finalmente se alejaron corriendo, pero esperándonos en la baranda de la entrada.

Susana y Lupita hicieron un gesto parecido, poniendo los ojos en blanco mientras negaban con sus cabezas, y pensé que Lupita finalmente tenía una figura femenina a quien admirar luego de tanto tiempo sin mamá.

La pequeña tomó su bolso lleno de juguetes, sus sandalias, lentes de sol y agua embotellada. Estiró la toalla amarilla sobre su hombro desnudo y me entregó la mía antes de arrastrarme con ella hasta donde los niños esperaban. Y sin más luego de un simple "vuelvan antes de la cena", salimos rumbo a la pequeña bahía cerca de casa.

Sebastián y Julio corrieron todo el camino entre risas, y Lupe sólo podía parecerse a mamá mientras se molestaba de sus payasadas. Suspiró una última vez antes de tomar sus lentes en forma de corazones rojos del fondo de su bolsa y colocárselos. Se acomodó el morral sobre su hombro y continuó con su caminata.

—¿Quieres que la cargue por tí?

—¡No, Temo!—gritoneó, como si fuese la mayor ofensa que pude haberle hecho—Yo soy independiente y fuerte, ¿bueno? Puedo con esto.

HERMANO, aristemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora