2. La cena perfecta

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El equipo de audio reproduce una música vigorizante mientras un hombre apuesto, de interés para esta historia, está relajándose en la ducha. Su ropa, pulcra como ninguna, reposaba sobre su cama a la espera de ser utilizada. Era ropa formal, hecha a medida por el mejor sastre de la ciudad con materiales caros. Camisa, pantalón,corbata y chaleco. Los zapatos (italianos, cabe destacar) estaban alineados al pie del lecho.

La ducha se cierra, la cortina se abre y una toalla es tomada de su sitio. El hombre limpia el espejo y empieza con los preparativos. Después de revisar su rostro minuciosamente y darle sus respectivos cuidados, se sonríe con aprobación. Sale del cuarto de baño con un rostro impecable y un cabello perfectamente peinado. Después de vestirse (obviamente sin arrugar ninguna prenda) se asegura de llevar lo necesario. Billetera, llaves, regalo. Tiene una cena esa noche, y tiene que salir perfecta.

Ya en el auto conduce a través de las conocidas calles con dirección al restaurante donde ya era habitual. Ahí se iba a encontrar con alguien. No era la primera vez que la veía en ese restaurante, así que ya tenían una relación amistosa buena. La conoció por una aplicación de citas, que no daba mucha información, pero sí la suficiente como para saber que estaba interesado en conocerle mejor. María, ese era su nombre. Un nombre común, pero bonito. Corto, pero que decía mucho. Uno que se podía valer por sí solo, así como también podía combinarse de manera armoniosa con gran cantidad de nombres. Llegó al lugar, un restaurante bastante dispendioso, pero tremendamente popular y de gran calidad.

María estaba ahí, en la mesa. Parecía que acababa de llegar, lo cual le pareció bien a nuestro protagonista, ya que odiaba hacer esperar a las personas. Cuando entró vio cómo una sonrisa se dibujaba en el rostro de la que sería su acompañante, al igual que en el suyo propio. Saludó y se sentó. Inmediatamente un camarero vino a tomar su orden. Lo reconocían por, como ya mencioné, ser un cliente habitual. Pidieron diversos platos con nombres extravagantes e ingredientes exóticos. Conversaron, rieron, entraron en una calurosa confianza. Bastante calurosa, de hecho. Luego de unas horas habían hablado y bebido lo suficiente como para llevar el encuentro a otra parte.

Pagaron, se levantaron, salieron. El portero le abrió la puerta a la que ya parecía una pareja hecha y derecha. Subieron al automóvil y se marcharon de vuelta a casa. Para hacer el trayecto más ameno, la música y las bromas estaban a la orden de la noche. En la puerta ella dio el primer paso y lo besó. Así entraron a la casa y fueron hasta la sala. El hombre dejó su saco en uno de los muebles, no sin antes extraer el confiable sedante, por supuesto. Se lo inyectó rápidamente y la acostó en el sofá con delicadeza.

Tiene una cena esa noche, y tiene que salir perfecta. Prepara la mesa y los instrumentos. Piensa en qué platos le llamaron la atención en aquel restaurante, para intentar replicarlos. Era un cliente habitual, y al restaurante no le importaba a cuántas personas llevara ahí mientras pudiera pagar la cuenta. Se dirige de nuevo al sofá y aprecia el cuerpo dormido de María. Es hora del plato principal.

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