Tras dos años compartiendo piso se podría decir que María y Sabela eran como hermanas.
Estaba la rubia, que era una fiestera incorregible, y estaba la gallega, que por la mañana le dejaba los ibuprofenos para la resaca en la mesilla justo al lado de su cama.
Tenían largas conversaciones en las que trataban de cambiar el mundo desde el salón del piso cada vez que veían el noticiero.
Sabela tenía un puesto fijo en una asociación de salud mental y María trabajaba en el Telepizza. El lugar de trabajo de la rubia influía mucho en su dieta, dieta que la gallega trataba de mejorar, sin éxito.
Sabela era meticulosa con sus horas de sueño pues le gustaba rendir bien, y María, bueno, María tenía unas horas de sueño desastrosas. Este desastroso horario de sueño de largas madrugadas se unía a su incapacidad para madrugar que, al parecer, era genética.
A pesar de ser a primera vista tan diferentes se complementaban increíblemente bien. María trataba de hacer de Sabela una ravera y Sabela, bueno, la gallega no quería cambiar a María ni un ápice a excepción de sus hábitos alimenticios, porque por muy delgada que fuera el colesterol existe para todos y se preocupaba.
Durante el tiempo de convivencia, María tuvo que sufrir la ruptura de Sabela con el único novio que había tenido en su vida y con el cual llevaba seis años.
Él alegó que la relación se había roto por la distancia, pero a las dos semanas estaba con otra.
Y Sabela no lo encajó bien.
Que se lo digan a María que tuvo que aguantar a la gallega llorando por las esquinas durante semanas.
Sabela era una mujer fuerte, pero también muy frágil y cuando se ponía blandita no había vuelta atrás.
A María le costó sudor y raves lograr que se animara y cuando ya creyó que todo empezaba a ir mejor la gallega lo solucionó definitivamente centrándose en su trabajo.
Y así seguía seis meses después.
Y, a ver, a la rubia no le gustaba lo moñas que se ponía Sabela cuando tenía pareja, pero menos le gustaba verla así, como si no creyese que el amor estuviese hecho para ella.
Así que en un intento desesperado de María, con el cual supo desde un principio que la gallega no iba a estar de acuerdo, inició esta historia.
—María, no me voy a hacer un Tinder—declaró la gallega mientras buscaba con el mando a distancia Gossip Girl dentro del catálogo de Netflix.
Sabela ya se había visto esa serie, pero estaba empeñada en verla de nuevo. María había descubierto que esa serie era el guilty pleasure de Sabela y la gallega había descubierto los "guilti plexers", expresión que de un tiempo a esta parte usaba habitualmente.
—Venga, Sabela, que será divertido —la animó—. Tinder no es sólo para follar sino para conocer gente nueva—aclaró, tratando de convencerla—. Y así dejaras de ser una anciana.
—Que no lo necesito —bufó.
—Sí, sí que lo necesitas. Te absorbe tu trabajo —evidenció María—. Y siempre que sales de fiesta pasas de ligar.
—No es que pase de ligar es que mis bailes de niña del exorcista no le van a todos, Mari —explicó mientras pulsaba sobre la tercera temporada de Gossip Girl.
—Pues ¿ves? En Tinder a lo mejor encuentras a un tipo loco al que le guste bailar raro.
Sabela le dio una sonrisa forzada. María parecía no comprender que ella le había hecho el cruz y raya al amor, y que no necesitaba más amigos. Tenía a María y a sus compañeras de la asociación. Estaba bien. Era suficiente.
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Un Tinder para la de As Pontes | Martía & Sabilia
Fiksi PenggemarDesde que lo dejó con su último novio, Sabela ha decidido que el amor no es para ella y se centra total y absolutamente en su trabajo. Pero María está harta de verla así de hermética y decide poner en marcha el plan de emergencia: hacerle un Tinder.