Eran casi las ocho de la mañana cuando Naiad abrió los ojos.
Normalmente no dormía demasiado aunque eso conllevara que durante todo el día se sintiera cansada. Era raro que se despertara tan tarde y, aún más raro no tener a su madre gritándole que se apresurara.
Aquel miércoles, como todos los miércoles de ese año, sus clases comenzaban a las nueve, por lo que apenas tenía tiempo para bañarse y salir corriendo en dirección a la universidad.O quizá...
Tenia mas tiempo si faltaba a las primeras horas y llegaba a la siguiente clase. Tenía mucho más tiempo.
Primero; asegurarse de que la bruja, que decía ser su madre, no estuviera en casa.
Generalmente salía de casa a las siete y llegaba por la noche. Pero había ocasiones en que trabaja por las tardes o tenía días libres. Sus horarios de trabajo eran un misterio.Naiad se removió en su cama y sus colchas cayeron al suelo. Momento de decidir.
- Mmh... ¡Mamá! ¿Estás en casa?- preguntó con toda la fuerza que pudo reunir.
Esperó unos segundos y cuando no escuchó ni el murmullo de un fantasma suspiró.-Bien, tengo tres horas antes de la clase de matemáticas- Se dijo a si misma.
Divagando sobre porqué eran necesarios los "cursos generales" en la universidad, se dispuso a elegir ropa y buscar sus toallas.
Pese a que casi siempre repetía conjuntos, ella seguía intentando cambiar eso. Pero era un hecho imposible, no llegaba a sentirse cómoda con algo nuevo.
Por ejemplo; ese top con mayas por la espalda, descartado. Aquel polo rojo que le regaló su madre, peor. ¿Y esa chompa rosada? Quiénes crean algo que supuestamente debe abrigar, tan... Corto.
Quizá si fuera delgada podría usar esa ropa. No era su caso.
Tomó la ropa escogida y todo lo que necesitaba y se dirigió al baño.
Por las mañanas no solía pensar mucho, era como si su mente estuviera despertando tardíamente. Pero en cuanto se vio en el espejo de baño no pudo evitar pensar.
Dejó sus cosas sobre la tapa del inodoro y prendió la ducha.
Esperando que el agua calentara, empezó a desnudarse.
En cuanto el pijama estuvo sobre el suelo, volvió su atención al espejo.
Le gustaba observarse y no por egocéntrica. Le gustaba tener claro que no había nada especial en ella. No quería ir llorando por cada rincón porque era fea o simplemente no aceptarlo. Ella se observaba constantemente para ser más consiente sobre su físico.
Tenia el cabello por debajo de los hombros, castaño oscuro casi negro y lacio. Un rostro redondo con un lunar pequeño. Ojos café ligeramente achinados, con pestañas como pelusas. Mejillas regordetas e irónicamente; pómulos marcados, la piel entre morena y clara. Labios delgados de un tono común, Rosado, marrón, coral, no importaba de que color fueran, no eran llamativos.
Aveces cuando se observaba durante mucho tiempo llegaba a la conclusión de que no era fea. No había un detalle en ella que la hiciera precisamente fea, pero no era bonita, era más bien un horrible intermedio.
Alguien que veían y no observaban. Si estabas en un aeropuerto nunca fijabas tu mirada sobre ella, no valía la pena.Sintió el vapor saliendo del espacio de la ducha y entró.
El agua estaba caliente.
Empezó a enjabonar su cuerpo y su mente siguió ese rumbo.
No tenía caderas formadas y no tenía un trasero formado y prominente. ¿La parte delantera? Lo necesario, nada llamativo y tampoco nada que no tuviera.
Cintura tampoco, en realidad solía exagerar con las frituras.
Ella veía a las chicas quejarse de estar gordas, pero ¿Enserio? ¿Nadie podía informarles que esas curvas que tenían otras las anhelaban? Y estaba el otro grupo, las carentes de todo menos de una debida cintura.¿ Dónde queda el grupo que no encaja en ninguno de los nombrados?
El mundo se dividía en dos para todo.
Después de una hora, Naiad estaba sentada sobre su cama terminando de peinar su cabello.
Lo sujeto en una cola baja y despeinada.Se acercó a su ventana y observó la calle. La niebla cubría casi toda la ciudad y no habían personas caminando en el asfalto. El clima era perfecto, la neblina era perfecta.
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El fuego y la lluvia
RomanceJael y Naiad se encuentran perdidos, buscan encontrar un sentido a sus vidas y a la vida en general, entre búsquedas y descubrimientos personales sus caminos se cruzarán. A él le gustaba la fuerza de las tormentas y la calidez del fuego. A ella l...