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— Déjeme sola—. Lo miré a los ojos. Sus cejas estaban unidas, era una expresión de preocupación que se acentúa en su rostro. 

— Tranquila—. Subió su mano para acariciar el ambiente entre los dos. Su expresión se fue suavizando.  Aún así seguía parado en el mismo punto sin moverse ni un milímetro.  Sus hombros cayeron dando por hecho de que estaba en un estado de serenidad completa.  Pero yo no. Miraba a todos lados para saber cómo escapar.  No quería hablar con nadie.  Estaba a la perspectiva de todo movimiento suyo o mio. Las manos me sudan,  como estar en cólera. La cabeza me daba punzadas.  Lo miré fijamente a los ojos y ahora él estaba incómodo.  Se mordía el labio inferior mientras su cabeza caía de lado —.Yo...

— ¿Por qué me siguió?  –interrumpí  a algo que nunca me iba a decir. Él se alarmó.  Debe estar buscando una explicación convincente para justificarse. Se mordía el labio más frenético, mientras juguetea con las costuras de los bolsillos de su pantalón. Pero su silencio me daba a pensar de que no era así.  Que sólo estaría ahí estático sin ninguna respuesta. 

— Estabas llorando—. Su voz era firme. Apenas esas dos palabras me costaron el aliento. Como un balde de agua fría. No quería seguir aquí. Con él.  En esta situación.  

— Váyase—. Intenté levantarme, pero una de mis piernas se había acalambrado. Difícilmente lo intentaba.  Lo miré nuevamente para certificar que él todavía permanecía ahí, pero pareció entender algo que no era. Se acercó a mi con las manos extendidas para tratar de ayudarme—. ¡No!—. Se alejó ante mi grito. Otra vez intenté levantarme, apoye mi pié derecho para levantarme  y tratar de sobrepasar el dolor de mi pié izquierdo acalambrado. Titubeé sobre mi pié sano y él volvió a tratar de ayudarme —. No, no me toque—. Ésta vez ya estaba firme sobre mis talones. 

— Lo siento —. Se disculpó por tratar de ayudarme. 

«No, yo lo siento. Soy una estúpida que no quiere que la toque ningún hombre».

— Oh Dios mío...  —. Abrió sus ojos lo más que pudo. Miré hacia atrás y a los lado para encontrar el fenómeno que había causado en él tanto asombro. Suponía que era la vista de Big Ben a través del ventanal,  y no le culpo; la primera vez que llegué a este salón dije lo mismo con las manos sobre mi boca. Volví mi vista sobre él pero sus ojos mieles estaban directamente sobre mí—. ¿Quién fue?  —. Fruncí el ceño. Y él hizo lo mismo.  Su expresión de seriedad era increíble.  Sus arrugas se definían mucho,  parecía no ser un chico, más bien un hombre de treinta años.

— ¿De qué hablas?

— ¿Quién te lo hizo?—.  Preguntó con tono más severo. 

— ¿El qué?  —. Traté parecer no entender. Pero el nudo formado en mi garganta me delató. Últimamente intentaba todo y nada resultaba.  Escuché su respiración profunda tratando de contenerse y me miró como si no me creyera. Luego con su dedo índice me apuntó. 

— ¿Quién te golpeo la mejilla? —. Su voz era grave, escalofriante.  Efectivamente,  su dedo estaba sobre mi mejilla guardando una distancia mínima para no tocarme, aunque ya me sentía invadida.

— Esto... es-esto fue porque...—. Callé. Posé mi mano sobre mi mejilla para tratar ocultar el maltrato.  Pero ya era tarde. De alguna manera no quería dar explicaciones. 

«¿Debía hacerlo?  Si es así,  ¿qué iba a decir?»

“Fue mi tío.  Me golpeo al yo negarme ante su abuso sexual que ha venido aconteciendo desde que tenía doce años”.

«No. Claro que no».

Él seguía ahí, aún señalándome, su rostro permaneció inexpresivo; pero sus ojos evaluaban cada rasgo.  Mantenía su respiración calmada, en cambio la mía empezaba a acelerarse.  Debe seguir esperando por mi respuesta.  Algunas gotas de sudor caían por mi frente. En un acto de desesperación mentí:

— Fue-fue un accidente.   

Él arrugó su frente, bajó su mano y se acercó más a mí cubriendo la distancia que ocupaba su brazo antes. Tal vez no fui lo suficientemente convincente.  Clavó su vista en la mía. Me estaba poniendo nerviosa. Su cercanía era máxima.  Podía sentir su respiración.  Las manos me sudaban aún más.  Escuchaba los latidos de mi corazón por mis oídos. Estaba muy cerca.  Demasiado.  Difícilmente podía mantenerme con suficiente rigidez. Me veía reflejada en sus pupilas.

Ahora pequeños recuerdos fugaces atravesaban mi mente. El dolor ser apoderó de mi cuerpo, y mi vista pronto se hizo borrosa.

“Sus manos sobre mi cuerpo. Me besaba. Cuando estaba dentro de mí, la vergüenza era reina de mi mente, aún cuando mis lágrimas gritaban el dolor de mi cuerpo; nadie, nadie, me sostuvo la mano para librarme de una pesadilla más allá de lo que cubre los parámetros de los sueños malignos”.

Él seguía ahí.  Aquí.  Exactamente igual.  Ya no quería soportar su mirada, su distancia y su silencio.  Dio un suspiro que, de repente, lo hizo volver a su realidad igual que yo. Abrió sus labios y sólo soltó un gemido. 

— ¡Ustedes jóvenes! ¿Qué hacen aquí?  —. Nuestro rostros se giraron hacía el origen de esa voz femenina. La Profesora Farnham se encontraba en el marco de la puerta del salón con sus brazos cruzados. 

— Nosotros... nosotros no estábamos haciendo nada —. Su voz se escuchaba nerviosa.

— No me interesa. El quinto piso está terminantemente prohibido —. Recalcó la última palabra—. Sabrá Dios qué estaban haciendo —. Se hizo la cruz mirando al techo. Yo seguía sin decir nada. Mi mirada calló a mis zapatos, aún retenía las lágrimas,  pero no era el momento; tal vez la Profesora Farnham llegue a pensar que sucedió algo malo con respecto a mi llanto  y este chico—. ¿Y bien? —. Alargó.  La miré unos segundos y sus brazos a hora se recargaban en su cintura. 

— ¿Qué?  —. Alzó la voz —. Ya le he dicho que no hacíamos nada.

— ¡No sea insolente, joven! —. Volví a mirar y ella lo señalaba. 

— ¿Insolente yo? ¡Já!  —. Bufó —. Tendrá que disculparme —lució su acento—, pero la entrometida es usted —. No me había dado cuenta de que él estaba al frente de mí. Ahora la discusión era entre ellos dos.

— ¿Cómo me ha llamado? ¡Pasarán a la sala de detención ahora mismo!  

— ¿Que qué?  Pero... ¿Por qué?  —. Su voz se volvió temblorosa. 

«Primera vez que le sucede esto.  Seguro que si».

— ¡Ahora! —. Se dio vuelta y un silencio nos invadió.

Él se giró para quedar de nuevo en frente de mí.  Yo lo miré con pena, no lo había defendido en lo absoluto. Soltó un suspiro. 

— No te creo —. Su voz grave retumbó en mis oídos.

— Yo...—. Parpadee varias veces nerviosa. 

— Pero está bien —. Pausó —. Algún día,  tal vez, lo sabré de tu boca.

Puertas a la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora