28 de Marzo: Déjà vu

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La veía arreglarse desde el marco de la puerta. Tan preciosa. Como una muñequita de porcelana su piel delicada realzaba su belleza. Con suma calma se ponía los pendientes  mientras se miraba así misma en el espejo. Somos eternas amigas, hermanas, como una sola. Ella, claro, mayor que yo reaccionaba de una forma “defensiva” a toda costa de lo que pudiera hacerme daño. Aún así  no había circunstancia  que amenazara nuestra relación.  Cada día al despertar me recibía con una sonrisa que le hacia realzar su rostro cálido y amable. Eso ojos llenos del fuego de la vida que ha recorrido me recordaban una de las razones para estar viva y seguir manteniendo firme mi espíritu. Ella causaba todo eso en mi. Desde una taza de té por las madrugadas de insomnio, escuchar el jazz poeta que nos llenaba el alma con cada nota, hasta aquellos picnis imprevistos en medio de la noche comiendo malvaviscos ya preparados de fábrica; aún sin tener el fuego emergente de una fogata, el calor no los dábamos  nosotras mismas, con la compañía de una manta arriba de nuestra espalda y, un pequeño y viejo radio. 

Sin evitarlo empecé a llorar. Recordar aquellos momentos de crisis que han sido crudos para nosotras dos solas, es desgarrador. En aquellos altos y bajos, fue la confianza la protagonista de la solides en nuestra relación. Nunca nos ocultamos lo que teníamos que decir y jamás había una barrera para distanciarnos. Aunque traíamos recursos precarios no nos faltó el plato en la mesa y el orden de las cosas tampoco se distorsionaron: el alquiler, el pago del agua y la electricidad, los impuestos jamás se dejaron a un lado... Aunque mi padre murió, nosotras  administrabamos muy bien el dinero de la pensión que él ganaba.  Pero, para olvidar el dolor de su pérdida, nos mudamos a Londres. Una casita a las afueras de los grandes vientos culturales pero no muy lejos del centro, un barrio bastante humilde.  Mi mamá,  mi tío Marlow y yo habitamos en este humilde recinto de dos plantas. 

— Mami, ¿de verdad tienes que irte?

— Lo siento mi amor, pero tengo que hacerlo. –volteó a verme. Me sonrió por unos instantes, su dentadura blanca se dejaba brillar con la irradiación de la luz. Cada rasgo cálido y dulce se acentuaba en su rostro.– No llores mi cielo. Llegaré a la mañana... –se agachó y me abrazó.

Lamentablemente yo no tendría la compañía de mi mamá por siempre. Como vivíamos en una gran ciudad los impuestos eran más elevados y el costo de la vida también se le agregaba a la bolsa de gastos para poder vivir bien dentro de lo normal.  No éramos una familia de clase alta, pero no estábamos por el suelo. Aún así mi mamá acordó  que yo ya era algo grande para auto-cuidarme y tomó la decisión de trabajar como ama de llaves en una casa de ricos. Mas bien muy ricos. Se trataba de una familia noble a las afueras de la  ciudad. Ella cubriría el turno nocturno durante diez horas corridas y volvería para la noche siguiente. 

— Está bien mami.  Que te vaya bien –le besé la mejilla.

Aún así no podía aguantar las lágrimas. Corrí hacia el patio trasero para poder descargarme.  Estaba consiente qué pasaría;  ya no  pasaría más tiempo conmigo y yo tenía que hacerla sentir bien en su primera noche de trabajo. No debía preocuparla, y ser yo una carga para ella. Porque, a pesar de tener doce años, ella aún me seguía tratando como su pequeña.  Pero ante ella debía ser fuerte a pesar de su ausencia. El viento frío provocó que las lágrimas corrieran hacia los lados de mi rostro.  Era bastante malo quedarme sola.  Apestaba la idea. No siempre estuve sola, todo lo contrario; siempre estuve en compañía de mi madre. Mi única protectora, mi heroína, la que da todo por mi, y aquella que adivina mis pensamientos.  Ella y sólo ella. 

— ¿Mami? –volví a ella

— ¿Si cariño?

— Te quiero – rodee su cadera con mis brazos. Ella me acariciaba la espalda mientras sentía su abdomen estirarse y contraerse lentamente.

Puertas a la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora