Estaba sentada al frente de él. La mesa era el único intermediario que se oponía en nuestra cercanía. Y así es mejor. Podía ser un chico amable y de buen parecido. Cualquiera que lo viese por su atractivo, pensaría que es un chico común el cual vive la vida como cualquier otro de su edad; que se gana su salario con honor y respeto, que es un producto de una buena familia con excelentes valores morales. ¡Qué gran mentira! Pues resultaba ser todo, absolutamente todo, lo contrario. Era el vil demonio en persona. Y sentía, tal vez, humanidad por él. Jamás pensaría que semejante espécimen fuera una persona cruel, fría, sin signos vitales de sentimientos. Nada. Nadie en su sano juicio podía causarle problemas a él. Quien lo hiciera estaría loco o demente. Totalmente fuera de sí. Quien se atreviese tendría que despedirse de esta vida.
Recuerdo cuando estaba en el callejón. Nunca se me olvidará lo que hizo por mí, en parte se lo agradezco y quedaré en deuda con él. Pero ahí me dio una clara descripción de lo que es capaz de hacer.
Quien se atreviese estará muerto.
- Come -. Su voz ronca hizo que saliera de mis pensamientos. Habían pasado aproximadamente diecisiete minutos y yo aún no probaba ni un bocado.
- No tengo hambre -. Dije en susurro. Él me miró, tal vez burlándose de mí. Luego su rostro cambió a uno que yo no podía estudiar. Crucé mis manos sobre la mesa para desviar mi atención hacia él, pero él su mirada viajó directamente hacia ellas. No me respondió.
Miré por la ventana los árboles que se divisaban en el patio y más allá de la cerca, el granero, el maizal; mucho más allá de la carretera, las montañas dibujadas en acuarelas de verdes degradados, desde el más oscuro, por la cercanía; hasta el más claro que se difuminaba con el amarillo radiante del sol. Una brisa mañanera chocó contra mis mejillas y el reconocible olor a paja inundó la habitación. El viento provocó el revoloteo de mis cabellos, por intuición a la sensación volví a mirar hacia el frente para encontrarme con sus ojos sobre mí.
- Hmn -. Pareció cantar en tono de pregunta por su gesto torcido-. Hmn, hmn, hmn -. Lo miré sin entender. Pronto su sonrisa torcida apareció ante mí con su mirada atemorizante. Él se levantó de su silla y luego apoyó sus manos sobre la mesa. Su pecho bajaba y subía tranquilamente. Luego se paró firme y soltó una carcajada que yo no esperaba.
«Este chico es raro. Muy raro».
Se dio vuelta para dar vista hacia el fregadero. Sacó algo de su bolsillo delantero y luego se quedó inmóvil.
Esperaba. No había respuesta alguna a mi pregunta por su gesto, tampoco conseguí una hipótesis de lo que pasaría después. Mi cabeza le daba vueltas a la situación. Recordé su sonrisa tan macabra de hace segundos.
Podía ser un chico lindo, pero era el vil demonio.
Todo pasó en fracciones de segundos. Se dio la vuelta de nuevo, esta vez su mano poseía un puñal y me miraba tal cual pero sin su sonrisa. Mi corazón se aceleró y mis manos, aún entrelazadas, comenzaron a temblar. Él abrió sus ojos lo más que pudo y después su rostro tomó normalidad. Era ver a un psicópata.
«Si es, que lo es ya».
Iba salir de allí. Mis nervios comenzaron a hacer fricción en mi cabeza y miraba ansiosa a todos lados. De pronto, en un movimiento rápido, él alzó su brazo y arrojó el puñal hacia mí.
- ¿¡Que mierda haces!? -. Grite en el pico del pánico al ver que el puñal aterrizó en la madera de la mesa solo a centímetros de tocar mi diafragma.
Soltó una risa profunda. Sus labios formaban una línea curva mientras que sus ojos sobresalían de su cabello decreciente sobre su frente.
- Te reto... -entrecerró sus ojos-, te reto a que tomes esa navaja de allí -la señaló con su índice-, que te la pases por el cuello y que mueras desangrada.
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Puertas a la Mafia
عشوائيSomos juzgados por lo que el ojo crítico del otro solo ve. Pero jamás preguntan el «¿por qué?» a las decisiones que se toman y nunca están para sacarnos del poso; solo nos apuntan con el dedo índice, muchos se ríen, especulan sin darle al blanco, ot...