Antes De Ti
Estaba solo, desorientado y flotando. Todo era oscuridad voltease donde voltease. Recordaba que en más de una ocasión se había sentido de esa manera, ¿Estaría soñando?
Un fuerte sonido a estática arquetípica de los televisores antiguos le llegó a los odios, intento tapárselos, pero se dio cuenta rápido que sus brazos no respondían a sus deseos. Frente a él, uno de sus primeros recuerdos se manifestó como si de una película se tratase; su madre estaba sosteniéndolo en brazos, medio sonriente y medio odiandolo. De repente, aquella media sonrisa se fue desvaneciendo, hasta que un rostro hinchado con los labios de un color azul y morado y unos ojos inyectados en sangre reemplazaron la cara de su madre. Empezó a llorar al recordar que su madre se suicidó tiempo después de tenerlo a él ahorcándose del árbol de su jardín, que él junto con su padre habían cuidado al darse cuenta que estaba casi muerto. Aún creía que era su culpa.
Frente a él, unas manos, podridas y de olor desagradable comenzaron a salir. Poco a poco, esas manos se volvieron brazos y estos a su vez en una cabeza y un cuerpo. Era la cabeza de su madre, igual de hinchada y horrible que en el recuerdo. Poco a poco y aun sin poder moverse, observó como salían cuerpos semejantes de sus seres cercanos y queridos en distintos lugares de aquella nada oscura. Estas estaban en similar o peor condición que su madre. Observó a su padre, a su hermano mayor, a su madrina, a su abuela, a su abuelo, observó a toda esa gente que le importaba. Y todos estaba muertos.
Al unísono y casi como si le estuvieran leyendo la mente, gritaron, "¡TODO ESTO ES TU CULPA!", "¡TÚ TAMBIÉN DEBERÍAS MORIR!", sus voces eran más graves de lo que recordaba, probablemente a causa de morir ahorcados. Aquellos gritos le retumbaban en la cabeza y le rompían los tímpanos, su madre se acercaba cada vez más a él y se percató de que tenía consigo una cuerda. Probablemente para llevárselo consigo.
Se incorporó rápidamente en la cama, estaba sudando y se hiperventilaba también, observó sus manos y noto como estas temblaban, "¿Sería todo un poco más fácil si simplemente siguiera el ejemplo de mi madre?" Aquella pregunta pasó fugaz por su mente. Pero antes siquiera de que pudiera meditarlo, el recuerdo del sueño lo asedio y las lágrimas hicieron una aparición estelar. Se tumbó nuevamente en la cama, esta vez, con un fuerte y descorazonador llanto. Después de aproximadamente una hora, el niño durmió sin soñar más.
La habitación recibía siempre este peculiar ritual, aquellos llantos ya eran como música para aquel cuadrado de concreto. Sin embargo, el niño que en su interior dormía, luchaba contra estas oscuras visiones nocturnas, y ganaba el pulso; por cortos pero gloriosos días, dormía sin que nada lo molestase. Pero las pesadillas buscaban constantemente atormentarlo, se adaptaban siempre para destruir al niño. Las pesadillas no descansaban nunca.
- Buenos días querido, es hora de ir a la escuela - Aquellos cálidos y ruinosos ojos se habían acostumbrado a encontrar todas las mañanas aquella pobre y frágil alma en posición fetal en la cama, aún temblando.
El chico se removió un poco en la cama y poco a poco fue abriendo sus rojos e hinchados ojos. Una sonriente cara le dio la bienvenida a un tormentoso día más. Aquel rostro era el de su querida madrina, quien había adoptado el rol de madre, padre, amiga y consejera suya durante todos esos años. Su sonrisa era cálida, pero su rostro y cuerpo delataban su avanzada edad. Estaba evidentemente cansada, pues su edad ya no era la más indicada para muchas de las actividades que realizaba, sin embargo, estaba feliz de poder ayudar a su ahijado y tener algo que hacer; muchas personas, a su edad, ya no encontraban diversión en casi nada, se limitaban a esperar la muerte, en asilos, hospitales, o en cerrados en sus casas o la de sus hijos, si es que estos eran lo suficientemente buenos y generosos como para aun recordar a la mano que les dio de comer y la aceptaran en sus hogares. Muchos solo contaban los segundos para su inevitable muerte.
- Buenos días madre - Ya se habían acostumbrado ambos a ese nombre. Dante necesitaba decírselo a alguien y su madrina estaba contenta de ser madre una vez más, pues sus hijos la habían dejado un poco a su suerte. Aunque de vez en cuando le mandaban dinero para que se mantuviera ella misma. Pero su madrina estaba consciente de que una madre no puede ser reemplazada.
Solo eso se decían por las mañanas, su madrina bajaba a preparar el desayuno de Dante y dejaba al chico en su intimidad.
Dante se quedaba simplemente observando sus prendas de la escuela, mientras aún temblaba un poco por la pesadilla. "¿Por qué no simplemente voy con mi madre?" "¿Cuánto tiempo más danzare con la soledad?" "¿Cuántas lágrimas es capaz de derramar una persona en toda su vida?" "¿Algún Dios se apiadará de mí y me concederá una sola chispa de algo diferente en mi vida?" "¿Qué habrá hecho mi madre de desayuno?" Eran preguntas frecuentes que se hacía mientras se vestía, generalmente las respondía, pero esas respuestas solían ser dos preguntas más. Sin embargo, hoy era distinto, no se había hecho ni una sola pregunta, pues se concentraba en descifrar esa sensación en el ambiente, era algo muy distinto, algo raro. La sensación de algo desconocido en la monotonía que se había vuelto su vida, le creo algo que creía extinto; le creo interés por ver que se avecinaba en el día. Y también le creó... ¿Felicidad?, sí, eso mismo, esa sensación tan extraña era la felicidad. Después de muchas semanas, una sonrisa se formó en su rostro y fue en busca del combustible que su cuerpo le pedía. Caminó hasta aquella puerta de madera, ésta estaba rodeada de aburridas y blancas paredes. Giró el picaporte y salió por el pasillo que separaba las únicas dos habitaciones de la casa. Vio frente suya el mismo patrón, puerta de madera oscura y paredes blancas. Era la habitación de su madre. Se dispuso a ir a desayunar, pues su estómago se lo imploraba. Sin embargo, recordó que había olvidado algo en su cuarto y no quería que se le olvidará de nuevo, así que, se giró para recoger aquello tan importante, y lo vio. Un cuadro de "La Noche Estrellada", la pintura no era la gran cosa, en verdad nunca le había gustado el arte, pero, aquel cuadro en específico, lo destrozaba internamente, recordaba que su madre, antes de irse para siempre, le contaba como ella y su padre se habían conocido por ese mismo cuadro, un incidente digno de una comedia romántica. Una comedia romántica con un final muy triste y desalentador.
Dante no recordaba que le había dicho, solo recordaba en qué circunstancias se lo dijo: Se hacía limpieza anual, unos días antes de las navidades, y Dante encontró una caja grande y pesada de madera que tenía la leyenda de "Cosas Para Recordar Siempre", su madre, al ver aquella caja., sonrió contenta y melancólica. Dante recordaba como una cuantas lágrimas cayeron de su bello rostro, abrazó a un confundido hijo, y pronuncio unas palabras que lo marcaron, "No seas como tu padre, no lastimes a una persona tanto como él lo hizo conmigo".
Dante no recordaba como su padre había lastimado tanto a su madre, sabía que se lo había dicho cuando estaba pequeño, pues la voz torpe de su madre, típica de las personas cuando estaban borrachas, resonaba algunas veces en lo más profundo de su memoria, insultándole mayormente. Dante sabía que en una o varias noches de punzante dolor, su madre se lo había dicho todo, pero su mente había sido, por una vez, bueno con él, impidiéndole recordar sus cortantes palabras.
La sonrisa que se le había formado hacia unos segundos, se esfumo por completo, la poca felicidad que la mañana le había regalado, fue inundada en un mar de alcohol y vómito y el interés que tenía por ver que le esperaba el día de hoy, no se fue, sin embargo, ahora el interés era por ver que método de suicidio era más eficaz y menos indoloro.
Caminó, lento, cabizbajo y profundamente herido hacia la mesa donde unos humeantes huevos revueltos con tres piezas de tocino le esperaban. Aquella comida a Dante le encantaba, pero nunca lograba demostrárselo a su madre. Nunca se lo decía y se arrepentía de no poder hacerlo. En general, nunca le decía prácticamente nada desde hace algunos años.
Su madre se sentó en la silla que estaba frente a la suya, esperaba a que terminara de comer para despedirlo de la casa y desearle buena suerte para la escuela. Aquel gesto lo hacía desde que tenía memoria, y realmente le gustaba, era cálido y le ayudaba un poco a confrontar el día a día.
Una vez acabó, miró a su madre a los ojos. Ambos sabían perfectamente que significaba aquello. Significaba un "Te amo".
Dante tomó la mochila que estaba al lado de la puerta y salió para la caminata que le esperaba hacia su escuela.
Su madre lo acompañaba un pequeño tramo. No se decían nada, se limitaban a caminar. Pero aquello para Dante, era más que suficiente.
-Cuídate hijo, suerte- Le decía después de caminar lo usual, él se giraba, y su madre, con sus labios de madre, le daba un beso de madre en su frente. Después de aquello, ambos se marchaban.
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Antes, Contigo y Después de ti
RomanceUn trabajo de la escuela del cual me siento ligeramente orgulloso... Aun que sigue siendo una mierda. Muchas faltas de ortografia, lo siento.