ESTEFANÍA

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ESTEFANÍA

-Estefanía, mi amor, es hora de levantarse- Tres golpecitos suaves pero lo suficientemente fuertes y esa combinación de cálidas palabras, era todo lo que su madre necesitaba para despertarla todas las mañanas e ir a la escuela.

Estefanía bostezo y se quedó un rato pensando cuando sería bueno levantarse definitivamente de la cama. Decidió que sería a la cuenta de tres, aunque siempre se alargaba a diez. Estefanía salió de aquella cama que tanto amaba; era de tamaño King Size, sus padres la habían colocado en su habitación como regalo por la remodelación de su casa: antes era de un piso, ahora era de tres. Caminó hasta la puerta de madera negra que aun después de 2 años, olía a bosque. Salió hacia lo que llamaba "El Conector" pues la habitación de su hermano y la de sus padres desembocaban allí. Estefanía entró en el baño de El Conector después de asegurarse que no estuviera su hermano ahí dentro, y se dio un buen baño.

Al cabo de 5 minutos salió, lista para afrontar un nuevo día. Bajó las escaleras para ir al comedor. Allí encontró a su hermano ya sentado y comiendo las rebanadas de pizza que habían sobrado el día de ayer. A Estefanía se le hizo agua la boca y sus ojos parecían estrellas, pues amaba la pizza. Bajó corriendo y saltando los tres últimos escalones que quedaban para ir incluso más rápido. Se sentó en medio de su hermano y su padre, que simplemente tomaba café mientras esperaba a que su esposa le hiciera un desayuno para ir bien lleno al trabajo. Estefanía le dio los buenos días a su padre y le regaló un beso pequeño en la mejilla. Un ritual ya para aquellos dos.

Su madre la miró detenidamente y sonrió, pues era un buena y linda niña; tenía una personalidad dulce, y si bien no le agradaba a todo el mundo, sabía hacerse un lugar en quienes se tomaban la molestia de pasar tiempo con ella. Su rostro era más bien normal, pero lo que más destacaba de ella eran tres puntos: su sonrisa, su risa y su hermosa y obscura cabellera rizada. Aquellos atributos los había heredado de su madre, de quien también saco esa hermosa piel blanca. De su padre saco su carácter firme y juguetón al mismo tiempo. Esa cualidad solo su padre la poseía, pues por fuera se veía como alguien serio, rígido y sin emociones, pero cuando se le conocía bien, era una de las personas que más emociones podía llegar a expresar, era de risa fácil y muy risueño. Y todo eso se lo pasó a su hija.

Estefanía devoró las tres rebanadas de pizza de pepperoni que su madre le había servido. Le dio las gracias a quienes aún comían y a su madre especialmente y fue a lavarse los dientes. Estefanía tomo su mochila, acarició a su gato Totti, se despidió de su madre, padre y hermano y salió para tomar el transporte e ir a su escuela. Antes, su padre llevaba a su hermano y a ella a la escuela, pero esto era bastante tardío por la distancia que separaba una escuela de otra, así que Estefanía decidió pedirles a sus padres más libertad e irse y regresar a casa ella sola; al principio, a su madre no le gusto para nada aquella idea, pues amaba mucho a su hija y temía que algo le pasara, pero su esposo la tranquilizo diciéndole, que, si no se enfrentaba al mundo real a esta edad, cuando creciera sí que le podía pasar algo. Argumentos flojos, pero con la seriedad y convicción que había en su voz, cualquiera se tranquilizaba. Hace un año de eso, y Estefanía junto con su madre estaban muy contentas; la primera porque esa libertad que le había entregado se sentía muy bien y la segunda porque a su querida hija no le había pasado nada.

Después de unos 15 minutos de trayecto, llegó a su destino, entro en la escuela y saludo a su grupo de amigos.

- Buenos días chicos - Dijo al acercarse a sus amigos.

- ¡DIOS! Me caga que seas siempre tan correcta Estefanía - Dijo quien consideraba su mejor amigo. Las otras 4 personas que estaban con él rieron. Estefanía se limitó a reír mientras alzaba su dedo corazón en dirección a él. Su mejor amigo le respondió con la misma acción.

- Oigan -Dijo una chica. Su nombre era Alejandra, una de sus mejores amigas, cabello rubio, lacio y hermoso, un cuerpo que muchos chicos considerarían "Bueno" y una sonrisa cautivadora; sus ojos, negros como la noche no hacían más que contrastar con esa perfecta y cuidada piel blanca que poseía. Sin duda, muchos chicos estaban detrás de ella. - ¿Qué tareas hay para hoy?, realmente el domingo no hice nada. - Era algo típico de ella, era responsable, pero no los días Domingo.

Estefanía se rió un poco y dijo. - Es muy típico de ti no hacer nada los Domingos. - Sacó un cuaderno decorado con un unicornio y se lo entregó a su amiga. - Solo dejaron de mate. - Alejandra sonrió, tomó el libro, y se lo guardó en la mochila.

El día había comenzado normal y sin nada muy destacable. Tocaron para entrar a la escuela. Y Estefanía lo vio de nuevo. Era aquel chico raro y con aura obscura, sin duda no era lo que una persona se esperaría en un chico de tercer grado. Muchos pensarían que todo es diversión y alegría, pero ella lo veía a él, y no podía creer cómo una persona pudiera contagiarle de tristeza solo con verle. El chico no se percató de que ella lo observaba, muy detenidamente, pues buscaba clavar sus ojos con los dé él, pues pensaba que de esta manera algo de alegría podría tratar de contagiarle; pero esos ojos estaban siempre vacíos, perdidos, como si su cuerpo se moviera por pura inercia y no porque él lo controlara. Llevaba ya dos semanas viendo a aquel chico, y cuando le pregunto a su mejor amigo, el cual se llama Luis, no sabía que él fuera alumno de la escuela. Esto le hizo pensar a Estefanía que sería alguien de intercambio y le costaba horrores hacer amigos en un lugar distinto, pero siempre que lo buscaba en horas de receso, homenajes o subiendo alguna escalera para ir a sus clases, nunca lo encontraba. Trataba de esperarlo en la salida, pero sus amigos siempre la arrastraban a algún lugar distinto, al poco rato se olvidaba de aquel chico y se divertía.

Las horas pasaron sin muchas novedades; bajó a hora de homenaje, y una vez más buscó, sin éxito alguno, aquel chico tan raro. Hizo las actividades que los profesores dejaban, y de vez en cuando le llamaban la atención por reírse, siempre que eso pasaba, le daba las gracias a Luis, porque generalmente era su culpa. Bajó nuevamente a la hora de receso, y lo buscó una vez más; aunque el resultado ya lo esperaba, tenía aún una pequeña gota de esperanza.

El día terminó, entre risas y despedidas, pues hoy estaba decidida a hablar con aquel chico, le pidió a Luis que le acompañara mientras lo encontraba. Salieron lo más rápido que pudieron de la escuela y esperaron a la distancia.

Al cabo de unos 10 minutos, Estefanía lo vio. Le dijo a Luis que lo viera el también.

- ¡Verga Estef! Si me dices que te interesaste por la depresión andante, sinceramente creo que tu estas peor- Dijo mientras tenía la vista fija en él, con la cara contraída por un poco de asco.

- Cállate idiota, no estoy interesada en él de ESA manera, TU mejor que nadie sabe quién me gusta, ¡Y NO ES LA PUTA DEPRESIÓN ANDANTE! – Ella siguió observándolo mientras el chico miraba hacia el cielo y suspiraba. De repente, aquel chico volteo hacia su dirección, desde la distancia no lograba descifrar su expresión.

- Carajo, tu enamorado realmente da puto miedo – Dijo el estúpido de Luis y se rió un poco.

- Pendejo... - Hubiese dicho más, pero en ese momento se dio cuenta que aquel rarito se alejaba rápidamente. Y en ese momento un solo pensamiento la inundó, "Síguelo".

- ¡Adiós Luis! – Gritó mientras se alejaba rápidamente. Aquella acción, su amigo no se la esperaba, pero era Estef, y ella era capaz de todo, hasta seguir a la depresión con patas.

Antes, Contigo y Después de tiWhere stories live. Discover now