Entré con miedo en la sala, sabía que un día tenía que contarlo, debía quitarme todo eso de encima, por ella, debía hacerle justicia. Cerré detrás de mí la puerta y la fiscal me miró:
-Siéntate, por favor.
Yo obedecí y me senté. Miré con curiosidad toda la sala, no había más que un par de cuadros colgados en la pared, también un par de mesas más al fondo. La fiscal me miró con una mirada tranquilizadora. Me explicó lo que ya sabía, así que me dediqué a poner orden en mi cabeza:
-Bueno, como sabes estás aquí por el caso de Marta Ruiz de Samaniego. Me han comentado que tú preferías ser interrogada en privado, y tal y como están las cosas no he podido negarme. Así que cuando quieras comienza- terminó diciendo.
Respiré profundamente, parpadeé unas cuantas veces intentando aguantar la lágrimas, pero no pude evitarlo:
-Tranquila, si quieres podemos dejarlo para mañana, todavía tengo unas cosas pendientes de este caso.
Yo asentí y me fuí de la sala. No pude. No pude empezar, era todo demasiado reciente... ella,...yo,... pude... Mientras salía de aquel horrible lugar caí en la cuenta de que lo que había dicho la fiscal era para que yo pudiera irme; ella me entendía, sabía que era complicado. Mandé un mensaje y enseguida apareció mi hermano en su coche.
Abrí la puerta y él arrancó. Hubo un silencio muy incómodo, pero a mí me ayudó. No quería hablar de nada con nadie. Llegamos a casa y me encerré en mi habitación, tal y como llevaba haciendo toda la semana.
Me senté en la ventana observando el cielo, y ahí estaban otra vez, las golondrinas. Miré mi muñeca una y otra vez. Las oí cantar, las vi bailar... parecían tan felices. Ellas siempre hacían formas curiosas en grupo, algo que a mí siempre me enamoraba... y a ella también.
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El baile de las golondrinas
Teen FictionAna es llamada a juicio por un asesinato ocurrido, debe hacer justicia, por su amiga, por todas la mujeres asesinadas a lo largo de los años. No se quedará callada.