Capítulo 1

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El sitio no podía estar peor iluminado. Por no hablar de la humedad. El sonido de las gotas de agua le bombardeaba la cabeza y, si se concentraba mucho, era capaz de determinar el lugar exacto de la fuga. Pero, todo aquello, sólo le servía para distraer la mente. Por otra parte, hacía ya un tiempo que no sentía el dolor de las correas aprisionando sus manos y, además, su cerebro se había acostumbrado al incómodo hormigueo en sus piernas. Tiempo. Crowley se preguntó cuánto llevaría en aquel agujero. ¿Días? ¿Meses? ¿Años? Supuso que unos cinco meses. Cinco meses en el infierno de aquella mazmorra. ¿Infierno? Ojalá estuviera en su cálido y monótono infierno, pero sabía que el infierno que recordaba poco tenía que ver con lo que se había convertido tras la traición de Dean. ¿Cómo ha podido hacerme esto? Le devuelvo a la vida, lo trato como a un hijo y se hace con mi Infierno. Además, estaba el hecho de que nadie le echara en falta. Nadie vendría a por él, así que cualquier esperanza de salir de allí se había esfumado.

Mientras cavilaba en sus pensamientos, oyó gritos. Provenían de la puerta contigua y parecía ser una pelea. Pudo distinguir las voces de algunos de los guardias que Dean le había puesto (por lo visto el nuevo Rey del Infierno creía que Crowley tendría alguna forma de huir). Instintivamente, Crowley miró a los dos guardaespaldas que le hacían guardia en aquella mazmorra.

-¿A qué esperáis, imbéciles? ­–Dijo mientras intercambiaba una mirada de enfado a ambos. –Id a ver qué ocurre.

El más pequeño de ambos se dirigió hacia la puerta, la abrió temeroso y salió. Ni Crowley ni el otro esbirro oían nada: Se hizo el silencio. Crowley no supo decir si fueron minutos o segundos lo que duró aquella interminable pausa, tanto él como su captor se miraban esperando cualquier cosa.

Lo siguiente que Crowley vio fue la sombra del pequeño esbirro volar hacia al más grande. Éste se apartó a tiempo y el cuerpo del otro rebotó contra la pared con tanta brutalidad que quedó apalancado entre los ladrillos. Una luz azul violácea llamó la atención de Crowley; miró hacia la derecha justo para observar cómo un halo de la misma luz bordeaba la figura de alguien que entraba por la puerta. Era una mujer, de eso no tenía duda, pero no conseguía identificarla; la luz era tan potente que le cegaba.

El guardia que quedaba se lanzó hacia ella, pero ésta resultó ser más rápida: lo esquivó, giró sobre sí misma y lo golpeó por detrás. El esbirro tropezó sin caer, se dio la vuelva para volver a atacar, pero la mujer ya estaba preparada para recibir el golpe de izquierda de su atacante. Lo bloqueó como si se tratara de una pluma, a pesar de que aquel hombre le sacaba más de dos cabezas. A continuación, tras aguantar el golpe, lo empujó hacia atrás, quedando éste aprisionado contra la pared. El demonio no tuvo escapatoria cuando ésta lo agarró fuertemente del cuello. Crowley la escuchó murmurar algo que no supo identificar y, de inmediato, el espíritu demoníaco salía por la boca del atacante.

Mientras el humo se desvanecía ante los ojos de Crowley, también lo hacía el centelleante halo de luz de la mujer. Para su sorpresa, aquella mujer no era más que una chica que apenas alcanzaba los veinticinco años; su estatura, unos centímetros más pequeña que él, tampoco ayudaban a la resolución de su edad. A medida que la observaba, la luz se apagó y la extraña chica se giró hacia Crowley respirando con dificultad. Por lo visto, aunque había sido un combate corto y aparentemente fácil de resolver, aquello la había dejado agotada.

La chica desconocida avanzó hacia la incómoda silla de Crowley. Sus ojos, de un extraño verde-pardo, resaltaban en su tez clara y su cabello cobrizo, fuertemente agarrado por una cola. Antes de poder articular palabra, la chica ya estaba a escasos centímetros de él. Dirigió su mano hacia el rostro sorprendido de Crowley y, suavemente con la punta de sus dedos, lo volteó. Primero hacia la izquierda y, luego, hacia la derecha.

-Parece que estás bien ­–Comentó la chica, mientras observaba el resto del cuerpo de un Crowley cada vez más sorprendido. –No te veo nada serio. Sólo magulladuras.

Le llevó unos segundos procesar la información y ordenar sus pensamientos, pero tras ello, Crowley habló:

-¿Quién eres? –Estaba seguro de que tenía millones de preguntas mejores, pero en aquel momento, sólo se le vino aquella. La chica se incorporó, giró la cabeza en evidente signo de confusión y una sonrisa se dibujó en su rostro.

-¿No es obvio? ­–Preguntó recíprocamente. Se acercó al rostro de Crowley y, quedando separados por escasos centímetros, murmuró. ­–Soy tu salvadora.

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⏰ Última actualización: Oct 05, 2014 ⏰

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