— ¡¡Aitana!! ¡Aitana! — sentí como entraba la voz de mi madre resonando entre todas las paredes de la habitación, para luego entreabrir los ojos poco a poco.
— Mamá... Qué horas son estas para despertarme, jolín... — solté un pequeño suspiro a la vez que escondía mi rostro en la almohada, como reacción al sentir los rayos de sol que entraban por la ventana contra mi rostro.
— No te quejes tanto y levántate, que en nada tenemos que coger el metro a Badalona tu padre y yo. — Mis padres se iban a ir unos días por temas laborales y me iba a quedar sola en casa, como cualquier adolescente de mi edad anhelaba. Porque, a pesar de estar relativamente cerca, habían decidido quedarse en un piso que tenía mi padre, en Badalona, para no estar todos los dias yendo y viniendo. Pero mi madre, Belén, era tan emocional y nostálgica que quería que les acompañara a la estación y me despidiera de ellos, para luego ir por la ciudad a hacer recados y a comprar todo aquello que pudiera resultar necesario en su ausencia.
Mi madre salió de la habitación al mismo tiempo que me erguía sobre mi cama. Segundos después de abrir los ojos, la mirada se fue depositando en cada rincón de mi habitación. Cada uno de ellos eran especiales e importantes, y dentro de un par de semanas mi vida cambiaría.
Me mudaría a Madrid, pasaría el verano allí para acostumbrarme a la ciudad y a mi nuevo microclima, y empezaría mi vida allí, estudiando. Volvería a Barcelona en puentes, vacaciones, y el próximo verano. Pero era inevitable pensar en que cambiaría de aires, de vida, y quien sabe si también yo cambiaría en todo este proceso.Una vez que terminé de vestirme y arreglarme, salí con mis padres a la calle. Fui admirando cada edificio y lugar de Barcelona a medida que caminaba hacia la estación. Nunca me había detenido a sentir plenamente mi ciudad, lo cual es algo irónico, ya que adoraba Barcelona y todo lo que rodeaba su ambiente. Sin duda era arte en todos los aspectos, da igual donde miraras. Barcelona tenía algo que enamoraba a la gente, y enganchaba a cada uno de los turistas que pasaban por aquí en las fiestas o vacaciones. Millones de cantantes habían escrito sobre ella, y millones de pintores la habían admirado. Y yo, ajena, en mi mundo de adolescente durante dos años, me acostumbré a la rutina de tenerla siempre todos los días al rededor. Y en menos que nada, dejaría de verla allá donde fuera.
Me entraban escalofríos tan sólo de pensarlo.Sin saber cómo, o sin darme cuenta, llegamos a la estación de metro.
Me dediqué a buscar junto a mis padres la estación a la cual debían dirigirse y me despedí de ellos, prometiéndoles que cuando llegaran a casa todo estaría como ellos deseaban.
Volví sobre mis pasos, con la intención de salir de la estación y realizar todas las tareas pendientes, que eran muchas, pero me detuve en una de ellas.Pocas veces había pisado el metro de Barcelona, no lo encontraba necesario, ya que tampoco había ido demasiado lejos en la ciudad, y cuando solía ser así, mi padre, Cosme, siempre hacía uso del coche. Pero, esta vez, pude observar como unas cuantas personas se distribuían por las estaciones, con sus sillas, instrumentos en mano, entonando alguna que otra canción conocida o no para mi memoria. Fui escuchándolos a todos a medida que avanzaba, retrasando la prisa que llevaba antes para salir de la estación.
En un momento, observé detenidamente a una chica, era rubia, con el pelo rizado y más alta que yo. Tenía una guitarra en la mano y estaba cantando una canción de P!nk, pude darme cuenta a los pocos instantes de que de verdad sentía su significado. Su voz me dejó completamente asombrada y cuando terminó de cantarla, me sumé a la cantidad de personas que se pararon a aplaudirla.Ya llevaba 10 minutos de retraso, por lo que decidí avanzar apresuradamente, dejando atrás a todos los guitarristas. Saqué el teléfono y en cuanto estaba a punto de insertar los cascos escuché una melodía de guitarra acústica.
— Y ves, te dije que esta vez saldría bien, que dos puertas cerradas abren cien; que no me importa el cómo, sino el quién... — la curiosidad hizo que girara la cabeza hacia la procedencia de esa voz, y me encontré con un chico sentado a pocos metros de mi, tocando su guitarra. Tenía el pelo negro, barba pero de normal longitud, estaba sentado pero no tenía ninguna duda de que era alto, pude observar que en su muñeca tenía bastantes pulseras a modo de adorno.
Me acerqué un poco a él al observar que seguía tocando la guitarra y seguía cantando. No se daba cuenta de que era la única persona que estaba parada delante de él, y de repente abrió los ojos para encontrarme delante mientras lo escuchaba. — Y soy todo lo que un día quise ser, y floto sin motivo con tus pies, mi brújula, mi musa, mi mujer... — Acto seguido, tocó un par de acordes y soltó las cuerdas de su guitarra, haciendo que volviera a mi realidad.— Perdona, seguramente te he dado miedo, dios pero, creo que no me suena esa canción...— mordí mi labio inferior intentando recordar alguna letra o melodía que podría haber escuchado previamente.
— Imagino que no, porque es una composición mía. — comentó con una sonrisa en sus labios y sentí mis mejillas enrojecer, para variar yo haciendo el ridículo.
— Anda, que fallo más tonto, que vergüenza... Pero, es muy bonita, realmente si, bueno, supongo que eso ya te lo habrán dicho. — me estaba empezando a trabar con mis propias palabras y aquel chico no podía hacer otra cosa que reírse y encontrarle la gracia a mi torpeza natural.
— Siempre es bonito que te digan cosas así. Por lo tanto, muchas gracias... — asintió con la cabeza y me volvió a dedicar una sonrisa, lo cual hizo que yo también le sonriera, para luego mirarme fijamente con el objetivo de que yo terminara su frase.
— ¡Ah, si! Claro, que tonta, me llamo... — en ese instante, tan oportuno, sonó el teléfono y pude observar en la pantalla un mensaje de mi madre. "¿Has comprado ya las entradas del concierto? Acuérdate de que hoy es el último día que las anuncian." Abrí los ojos precipitadamente y no pude evitar explotar en nerviosismo. — ¡¿Qué?! ¿Cómo que hoy es el último día que las venden? —Comenté en voz alta y acto seguido salí corriendo de la estación, mientras giraba la cabeza hacia el chico. — Perdona, es que tengo que irme rapidísimo, ya nos veremos otro día.
Observé como el se levantaba riendo, mientras agarraba con una mano su guitarra.
— Si ni siquiera sé tu nombre. — Contestó con una sonrisa, casi gritando debido a que yo ya me encontraba algo lejos en la estación.
— ¡Soy Aitana! — Le respondí a medida que me reía debido a la situación, para luego volver a darme la vuelta y correr, saliendo de la estación de metro de Barcelona hacia la calle.
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Llévame a casa. | Aitana + Cepeda
RomanceUn hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper.