Capítulo 5

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— Entonces Samay, ¿cuál es su último recuerdo?

Cerró los ojos.

❅ 

El cristal lo dejaba ver todo, siempre límpido y sincero. Dejando ver lo deseado, también lo indeseado. Esa ocasión no era distinta.

Cristal, frío al tacto, pero cálido al corazón. Una vez oyó que el cristal era como el océano en tormenta: se veía venir, pero no se veía el qué. Ni el por qué. Parecería engañoso que algo tan simple pudiese ser tan letal, de la misma manera que curioso. También había oído que los cristales solo mostraban aquello que uno estuviese dispuesto a ver, que esos vidrios eran como un profundo mar en el que te podías ahogar si te perdías.

Nunca se había creído esas historias, los cristales eran eso, dejaban ver lo que había, ni nada más ni nada menos. Ella nunca creyó que se perdería, hasta que se despertó en el fondo del mar, ahogada y sin saber nadar. Hasta con un ancla al cuello tendría más posibilidades de salir viva.

Bendito vidrio terso al corazón.

Maldito su reflejo.

Samay sabía más bien poco sobre los cristales, pues jamás se había parado a analizarlos, no tenía motivos. Sabía que podían ser opacos, podían dejar pasar la luz, reflejaban a quien se miraba en ellos, eran rígidos. Aunque por encima de todo, era consciente de que el cristal es frágil.

Frágil hasta que se rompe.

Y cuando el cristal se rompe, corta.

Cuello fino pero huesos fuertes. Nunca nadie diría que detrás de su endeble apariencia se escondería tal fuerza, tanta resistencia. Jamás le habían dicho que el tiempo podía llegar a pasar tan despacio, a ser tan desgarrador. Cuello fino pero huesos fuertes, aunque sus huesos ahora yacían rotos, puesto que el tiempo les había hecho mella, como siempre lo hace.

Cachitos de hueso se esparcían por el suelo, ¿o eran de cristal? Ya no lo sabía, su visión se había vuelto muy roja, muy borrosa.

Cuello fino... ¿pero huesos fuertes? Ni si quiera estaba segura de que eso fuese cierto. Recordaba el crujir de sus huesos con el choque, el grito desgarrador, lo que se habían dicho. Cuando las personas están enfadadas, ¿hablan sin pensar o dicen lo que piensan? No lo sabía, un sentimiento la había cegado y había voceado todo lo que se le había cruzado por la cabeza, le había hecho daño así que ella también intentó herirlo, quiso provocarle todo el daño que le estaba provocando. Era un instinto natural, si te atacan te defiendes con todo. 

Siempre la había comparado con un animal salvaje, cuanto más acorralado está con más fuerza saca las garras. Evoca carcajearse de esa frase, aludiendo a que al final del día todos somos animales salvajes, monstruos sin corazón.

Ahora se arrepentía de haber dicho eso. Hasta siendo unos monstruos sin corazón habrían sido más considerados. Más cuidadosos con el mundo de cristal que los rodeaba.

Cerró los ojos, se arrepintió,volviéndolos a abrir de golpe. No dejaba de ver cristales por todos lados: resquebrajándose, volando, cayendo, cortando, sangrando. El repiqueteo que estos generaban al chocar contra el suelo era lo único que sus oídos lograban discernir entre el bullicio que escuchaba. Miró a sus pies: ningún cristal roto en las losas blancas.

Otra vez pegó sus párpados. Al abrirlos se encontraba sentada. La silla era incómoda, tenía algo que le golpeaba justo en el medio de la columna, si se removía un poco, escuchaba con total claridad el hueso rozando el plástico del mueble. Se removía. Le dolía. Se removía. Volvía a removerse. El dolor reaparecía. La inquietud aumentaba, retornaba a moverse. La espalda le ardía cada vez más. Pero sentía que se lo merecía, debía sufrir por lo que había hecho... ¿qué había hecho?

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