Prefacio.

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El piso ocho del hospital Nueva Victoria eran frío y distante, producía un eco que helaba la sangre de cualquiera que estuviera despistado y con justa razón; sus paredes guardaban el martirio que pasaban los pacientes oncológicos.

La palabra cáncer se volvió una muy usual para Michael Germanotta, así como el piso ocho se convirtió en otra sala de su casa aunque fuera muy triste y lejana a su verdadero hogar.

Estaba acostumbrado a ver pasar gente nueva, familiares acongojados y desolados tras recibir un diagnóstico aterrador como lo era el cáncer; Él había vivido esas sensaciones siete meses atrás, cuando mediante una biopsia a su padre, Lawrence, le diagnosticaron cáncer pulmonar. 

Solía esperar la quimioterapia en silencio, con las manos enlazadas entre sí y mordiéndose una uña a veces. Movía el pie derecho a un compás que enloquecería a cualquiera y es que era producto de su nerviosismo, de su miedo y su impotencia. 

Preguntas como, ¿Cuándo será el último día? ¿Papá estará bien?,  ¿Vencerá el cáncer?,  ¿No hará metástasis?, ¿El doctor en verdad hará todo lo que está en sus manos? salían cada vez que esperaba afuera.

Detestaba ser él quien lo acompañará, era débil, y cada vez que llegaba a casa se echaba a llorar por más que su padre le dijera que estaba bien. 

No, en realidad no lo estaba. 

A veces sus amigos de la academia le mandaba saludos y sus mejores deseos para el alivio de su padre. Extrañaba tanto bailar, aprender, dar lo mejor de sí pero ahora, Elsie no se daba abasto con la enfermedad de su progenitor, necesitaba toda la ayuda y el tiempo de su hermano por lo que dejar la academia de baile y la oportunidad de su vida fue la única opción para los dos. 

Mientras fingía escuchar lo que transmitían por la pantalla de la recepción, una mujer tomó asiento a su lado. Cubría su cabeza con la capucha de su sudadera, se abrazaba así misma como si tuviera frío, sin embargo no dejaba de sonreír con amabilidad. 

— Vaya, a ella nunca la había visto — pensó Michael viéndola por el rabillo del ojo. Reconocía muchos pacientes y familiares, incluso se había vuelto amigo de uno que otro. 

Rápidamente dejó de prestarle atención para seguir cavilando pero entonces el móvil de la mujer sonó. 

— ¡Hola! Sí, he llegado, todo esta bien — contestó. Su voz era dulce y expresiva, se escuchaba bastante relajada aunque impaciente— No, aún no me los entregan — Ah, viene por resultados, intuyó Michael—. No te preocupes, todo saldrá bien 

Para él era difícil no hacerse cuestionamientos en su interior. Sabía que esas palabras no eran verdad, y menos en el afamado y temido piso ocho, pero siempre había una esperanza. Admiraba el optimismo con el que los nuevos llegaban pero desgraciadamente pocos continuaban siendo así, iban deteriorándose sin poder deener el tiempo. 

Intercambio un par de palabras más y colgó. Aun mantenía una sonrisa dulce. 

— Elizabeth Fletcher — llamó una enfermera saliendo de un cubículo. Dicha mujer se levantó animada—, venga por favor 

Fletcher caminó hasta el cubículo, la enfermera cerró la puerta detrás de ella.

Escasos cinco minutos unos alaridos desgarradores comenzaron a escucharse por toda la recepción.

Y ahí estaban los resultados... Cáncer de ovario. 

Michael sintió muchísima pena. Las palabras no servían de nada. Sabía lo que dolía pasar por ello y lo horrible que podía llegar a ser, quedaba un camino largo y desfavorable para su familia y para ella misma.

— ¿Qué haré con mi hija? Mi pequeña Vania, ¿Quién la cuidará? — musitó ahogando su llanto pero aún así era audible para los que esperaban afuera— ¡Voy a morir!

— Señorita Fletcher aún esta a tiempo, no desespere — decía el doctor tratando de contenerla—. No morirá 

— ¡Ella sólo me tiene a mí! — siguió sin escucharlo— A su padre no le interesa y tampoco yo... 

—Señorita, tranquilícese, tuvo detección temprana, usted tiene más posibilidades de sobrevivir 

Dramas o no, Michael sintió aun más pena. Era lamentable las batallas que todos ahí libraban, y era peor dejar un hijo huérfano, él y su hermana ya eran adultos al menos, pero, ¿Y esa niña? 

Con un suspiro comenzó a cabecear hasta quedarse dormido. 

Van Tango | Franz Ferdinand FicWhere stories live. Discover now