Una vez en su interior, el mozo , que me conoce del último día que estuve aquí con mis amigos, me saluda. Es amable conmigo, soy consciente de que mira a Calle con curiosidad, y, tras apartar una cortina, nos lleva hasta un lujoso reservado iluminado con velas, con un bonito sillón y una coqueta mesa redonda con dos sillas.
Cuando nos deja solas retiro una de las sillas con galantería y ella se sienta mientras soy consciente de cómo lo observa todo a su alrededor con curiosidad.
Me comenta que ha pasado mil veces frente a ese restaurante pero que es la primera vez que entra, y eso me hace gracia. Creo que la voy a sorprender.
Con seguridad, toco entonces un botón verde que hay en un lateral de la mesa y de inmediato aparece un camarero con un excelente vino.
Una vez que nos sirve a las dos y se marcha, invito a Calle a probarlo, pero al ver su cara decircunstancias le pregunto y finalmente descubro que no le gusta el vino y que se muere por una Coca-Cola bien fría.
La miro boquiabierta.
¿Prefiere una Coca-Cola a un excelente vino?
Sin duda, esta mujer no tiene paladar.
No obstante, dispuesta a ampliar sus gustos,la invito a probarlo. Ella finalmente accede y,mirándome, dice:
—Está rico. Mejor de lo que pensaba.
Asiento. Me alegra oír eso y, deseosa de agradarle, pregunto:
—¿Te pido la Coca-Cola?
Ella niega con la cabeza y entonces la cortina se abre de nuevo y aparecen dos camareros con varios platos.
Durante un buen rato disfrutamos del placer que nos ofrece la comida.
Los cocineros del Morocco son excepcionales, y la compañía de Calle es amena.
—¿Qué es eso? —pregunta ella de pronto.
Miro donde señala y, al ver una luz naranja encendida, indico:
—Algo que quizá te enseñe después del postre.
Ella sonríe, acepta lo que he dicho y continuamos cenando.
Al llegar a los postres, deseosa de estar junto a ella, me levanto, corro mi silla y me siento muy cerca. Calle me mira sorprendida y yo, cogiendo una cucharilla, parto un trozo de su tarta, la paso por el helado y exijo:
—Abre la boca.
Ella me mira asombrada y, tras ver lo que le enseño, hace lo que le pido y yo introduzco encantado la delicatessen en su preciosa boca.
¡Mmmm..., excitante!
Una vez que traga el bocado, su expresión me hace saber que le gusta.
—¿Está rico? —pregunto. Ella asiente, y yo susurro deseosa—: ¿Puedo probar?
Calle vuelve a asentir. No obstante, yo quiero probarla a ella, no el plato, por lo que, acercando mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el inferior y, tras un leve mordisquito, mi lengua entra en su sinuosa boca y disfruto de ella y de su ingenuidad.
Calle no se separa de mí y eso me envalentona, por lo que pongo la mano sobre su rodilla y, lenta y pausadamente, la voy subiendo hasta llegar a la cara interna de sus muslos. Es suave. Muy suave. Mi viaje prosigue y llego hasta sus bragas.
¡Qué maravillosa sensación!
Siento el calor que desprende...
Siento su turbación...
Siento su deseo...
Pero he de ser prudente de momento y, separándome de ella, susurro:
—Te desnudaría aquí mismo.
Mis palabras la turban hasta el punto de que ahora es ella quien me besa, y la dejo. Le permito
hacerlo, y hasta yo misma me sorprendo. ¿Desde cuándo beso con tanto gusto?