Siempre hemos sido dos mujeres muy independientes, pero a la vez muy unidas, ya que siempre nos hemos tenido la una para la otra. Ella empezó a entregarse cada día más al trabajo y a cuidarme, me demostró que no se necesita a nadie para tirar adelante y que una persona se puede valer por sí misma.
Durante todo aquel tiempo, mi madre había ahorrado todo el dinero que tenía guardado para sus viajes, el cual tenía escondido en un bol que se hallaba en la estantería de su habitación. Pasaron dieciocho 14 de febrero y mi madre me regaló un viaje a nuestro país favorito, Nueva Zelanda. Nos encantaba respirar aire puro. El viaje salía esa misma noche, así que me dirigí a hacer la maleta. Disponía de solo media hora para prepararme e irnos directamente al aeropuerto para coger el vuelo. Una vez dentro del avión, saqué mi portátil y nos pusimos a ver nuestra película favorita. Ella me miraba en silencio, yo le devolvía la mirada y mientras ella me decía con la voz temblorosa: "Tienes la misma mirada que tu padre. Todos estos años he pensado que su ida sería algo pasajero, pero cada día que pasa tú estás más grande y tu padre está más lejos de esta familia. Aún así, eres lo más bonito que he tenido durante estos dieciocho años".