Entró al local como la idea de pasar desapercibido, mirando con disimulo a todos lados -sus ojos eran péndulos dentro de su cabeza plantada firmemente- al mismo tiempo en que mil pensamientos aparecían entre flashes encandilantes de su frágil cerebro.
Estaba en un estado de tensión impresionante, por lo que tuvo que plantearse más de cien movimientos sincronizados que disimularan cuán quebrantado se encontraba. Para él, era tan nueva la situación que le nublaba la cordura.
Dentro de su mente, había toda una jerarquía de objetivos específicos que debía seguir para no quedarse atrás del resto de la civilización:
1. Continuar caminando,
2. Moverla silla,
3. Sentarse en la silla.
Super objetivo: hacer todo esto en la cantidad exacta de minutos que le toma a un ser humano normal en una cafetería para no levantar la más mínima sospecha.
No entendía exactamente que hacía ahí, pero intuía, incluso durante su locura, que probablemente quería sentirse un poco cuerdo.
En menos de treinta segundos, ya se había sentado, obligándose a sí mismo a sentirse conforme con su esfuerzo desmeritado.
Continuó pasando hojeadas a todo el lugar, de afuera parecía que analizaba a cada individuo, pero por dentro era consciente de su cabello desordenado y su respiración agitada.
Se había sentido a gusto al principio, creyó unos instantes que había cumplido su objetivo, pero cada tic tac del reloj le planteaba dudas que carcomían cada extraña.
Respiro.
Sintió que no sabía respirar antes de tomar eses mínimo aliento, pero inclusive, se sintió cada vez más agobiado; sobrepasado por todo alrededor y dentro de sí mismo.
Solo lo había saludado, y él, incapaz de hablar, había asentido.
Se aclaró la garganta mentalmente y espero que nada sonara mal antes de dejar salir el aire.
Llevaba tanto sin hablar.
Todo en él parecía una máquina de operación, y vapor salía de la fábrica en la que su cerebro estaba convertido.
—Buenos días. Me das un capuchino, por favor.
Sonrió con la mirada, incapaz de mover las facciones en su rostro.
Se estaba volviendo loco, rascó su calva preguntándose si le seguía la muerte y se apretó la nariz chata pensando si lo que le acechaba era la vida.
Se obligó a calmarse, dándole un sorbo a la bebida que no sabía cuándo había llegado a su mesa.
Su mirada se movía sobre el periódico marcado con la fecha del 27/05/2015 como si leyera las noticias de ese
día que no era el suyo.
Apenas lo tomó en la mañana después de pelearse con el gato porque estaba tirado sobre él.
Durante años, colocaba todos los días el periódico unos sobre otro conforme los compraba y sin saber cómo un periódico con la fecha mal marcada había llegado a la cúspide en un descuido.
Se detuvo a mitad de noticia, porque entonces se dio cuenta de que no había parado de pensar en si había cerrado la puerta del microondas antes de bajar y caminar hasta el asiento.
Parece extraño, pero aun cuando no tenía ningún otro mueble en casa, le seguía preocupando ese último electrodoméstico que le quedaba.
Poco a poco se había desecho de todo, sacando cada objeto por las ventanas ausentes de la casa de bloques.
Se levantó de la silla y salió del lugar, seguro de que nadie le conocía y nadie lo detendría. Creyendo que nadie le había visto.
Pero te equivocas, John.
Yo sé quién eres, medi cuenta cuándo pusieron el café en tu mesa y sé por qué el periódico marca el27 de mayo del 2015
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Historias de Medianoche
RandomCopilación de cuentos, historias cortas, anécdotas semipersonales y escritos de la madrugada.