CAPITULO 9

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Lo primero que Regina hizo cuando llegó a Storybrooke fue buscar la llave de paso para abrir el agua. Como era de esperar, estaba atascada, así que, desafiando las telarañas, tuvo que entrar en el cobertizo de las herramientas para encontrar una llave con la que poder abrirla.
Habían dejado todos los grifos abiertos, así que, cuando el depósito se llenó y el agua comenzó a fluir por las cañerías, tuvo que ir por la casa cerrando uno a uno todos los grifos.
Fue luego a prepararse una taza de té, pero cuando enchufó la cafetera saltó el automático. Lo arregló conectando un trozo de alambre con un destornillador.
La siguiente tarea sería encender la cocina de carbón.
Tuvo que mancharse toda para conseguirlo. Tanto que estuvo considerando seriamente la sugerencia de su madre de dedicarse al negocio de la confitería.
Pero, de momento, tenía que seguir con su trabajo. Ya había mandado las invitaciones a todas las personas que debían asistir ese fin de semana a la jornada de puertas abiertas.
Después de encender la cocina, limpió el frigorífico por dentro y por fuera y lo enchufó.

Saltó otro fusible que dejó sin corriente a todos los electrodomésticos.
Tuvo que arreglarlo con la misma técnica de antes e ir luego a comprobar que había luz en todas las habitaciones.
Era ya de noche cuando acabó de limpiar el último rincón de la despensa. Estaba echando un cubo de agua en el fregadero para aclararlo cuando soltó un grito al ver una cara oscura en la ventana. Con el susto, se le derramó el agua en los pantalones vaqueros.
Se dio cuenta entonces de que era su cara, toda manchada de carbón, reflejada en el cristal de la ventana.
Sin embargo, un par de minutos después, volvió a ver otra cara en la ventana.
En ese momento estaba masticando una galleta y no pudo gritar. Ni siquiera cuando una figura vestida de negro asomó la cabeza por la puerta de atrás.
–Lo siento, señorita, no quería asustarla –dijo el guardia de seguridad–. El señor Locksley llamó a la oficina para informarnos de que usted estaría aquí y me pidió que me pasara a ver si estaba bien... Siento lo del otro día.
–No tuvo importancia. Solo estaba haciendo su trabajo. ¿Le apetece una taza de té?
–Puedo ofrecerle algo mejor –replicó el hombre, dejando en la mesa una bolsa que desprendía un olor delicioso a comida caliente.
Hasta ese momento, ella no había pensado en la comida, pero, de repente, sintió un gran apetito.
–Por favor, dígame que es pescado con patatas fritas.
–Sí. El señor Locksley pensó que le gustaría tomar algo caliente –respondió el vigilante con una sonrisa.
Robin...
Ella le había dicho que no le conocía, pero él parecía conocerla muy bien.
–Parece que hay dos raciones –dijo ella, abriendo la bolsa.
–Aún no he cenado. Iba a hacerlo ahora en la furgoneta, pero puedo encargarme de la cafetera mientras usted se seca los pantalones.

Apenas había luz cuando Robin se despertó. Había estado soñando con Regina. Había tenido una visión en la que ella aparecía de forma etérea, con el aroma de un jardín en primavera. Luego la había sentido junto a él, desnuda y llena de espuma, frotándole el cuero cabelludo, el pecho y la espalda. Y, cuando se daba la vuelta, le acariciaba con su mano suave...
Cerró los ojos, deseando revivir ese momento. Deseando que ella estuviera allí con él. Él le había pedido que se quedara, pero luego...
Luego había hecho lo que hacía siempre con cualquier mujer con la que empezaba a involucrarse demasiado emocionalmente. Buscar una excusa para echarla.
Le iba a costar trabajo volver a ganarse su confianza. Tampoco había hecho muchos méritos para ello. Había salido huyendo por temor a caer en la tentación de abrirle el corazón.
El corazón le daba un vuelco de alegría cada vez que la veía, pero sabía que eso que sentía por ella era una locura.
Tomó una taza de café en el patio mientras contemplaba cómo el sol iba cambiando el color del cielo de un gris pálido a un azul intenso.
Oyó entonces el timbre de la puerta.
Era Tinker. Llegaba con un sobre grande. Estaba a su nombre, pero con la dirección de Tinker. El remitente era Regina. No necesitaba abrirlo para saber lo que era.
«No te conozco, Robin», le había dicho.
Y tenía razón. Nunca había dejado a nadie acercarse a él lo suficiente como para que llegara a conocerlo. Él tampoco se conocía a sí mismo.
–¿Por qué te lo envió a ti? ¿Cómo sabía tu dirección?
–El estudio no tiene número y mi dirección no es ningún secreto para nadie –respondió Tinker–. Es una mujer muy agradable, Robin.
Había una docena de palabras que él habría utilizado para describir a Regina, pero «agradable» no era ninguna de ellas. Vital, alegre, cordial, atenta, vulnerable, sexy...
–Sí, tienes razón.
–Iré a Storybrooke en cuanto mi hijo salga esta tarde del colegio. ¿Cuándo vas a acercarte por allí?
–Tengo que ir a la fundición. Van a desmontar el caballo para empezar a hacer el molde. Me temo que eso me va a llevar algunas semanas.
–¿Quieres que le diga algo?
Él negó con la cabeza.
–Espera –dijo él, dándole una tarjeta de crédito que sacó de la cartera–. Encárgate de pagar la comida y todo lo que haga falta para la jornada de puertas abiertas. Y diles que pueden servir el vino que hay en la bodega. Supongo que Michael lo encontrará todo muy cambiado.
–Será un aliciente más para él.
Tinker se dio la vuelta y salió a la calle.
Robin cerró la puerta, abrió el sobre, sacó el dibujo y pasó el dedo por cada línea del cuerpo sensual de aquella mujer que aparecía dulcemente dormida en la cama.

" dispuesta ha hacer cualquier cosa "Donde viven las historias. Descúbrelo ahora