CAPITULO 10

112 10 3
                                    

–¡Mamá! –exclamó Regina, abrazando a su madre–. ¡Me alegro de que estés aquí! Permíteme presentarte a Robin, el dueño de storybrooke.
–Señor  –replicó su madre arqueando las cejas como si fueran una imitación del puente levadizo de la Torre de Londres.
–Señora –dijo él, saludándola–. No sabe cómo le agradezco que haya venido a echarme una mano con la casa.
–He venido a ayudar a mi hija. Pensé que estabas sola, Gina. De lo contrario, no habría estado tan preocupada.
–Lo habrías estado mucho más si hubieras sabido todo lo que me ha pasado. Tres apagones de luz, varios cientos de arañas campando a sus anchas por la casa y un guardia de seguridad asomando la cabeza por la ventana, dándome el susto de mi vida.
–¡Qué desconsiderado!
–No, todo lo contrario. Robin estaba muy preocupado por mí y llamó a la agencia de seguridad para que me trajeran un poco de pescado con patatas fritas. Ha sido muy amable conmigo.

–Me alegro de que esté aquí, señora Mills –declaró Robin–. No pensé que pudiera dejar el trabajo que tengo ahora, pero decidí posponerlo hasta el lunes. Vi a Regina hace un momento cuando me disponía a reservar una habitación en el pueblo.
Robin, ¿por qué no le enseñas a mi madre el retrato Va a dar una charla en el Instituto de la Mujer sobre la historia de este lugar.
–Por supuesto. Venga conmigo, señora Mills. Está en la biblioteca.
–Llámame Cora –dijo ella–. Pero ¿qué es eso de que vas a alojarte en el pueblo?
–Estaré por aquí ayudando en todo lo que pueda, pero no me gustaría molestar...
–¡Tonterías! Te quedarás aquí. ¡No faltaría más!
Regina miró a Robin con una sonrisa irónica como diciendo: «¡Te lo avisé!».
*varias horas después*
–Regina, ¿quieres dar un descanso a estas mujeres? – preguntó Robin.
–Yo no estoy de vacaciones como ellas –dijo Regina, quitándose, sin embargo, los guantes de goma y acercándose a él.
–¿Has dormido bien?
–No del todo. Pensé que, en una casa tan grande como esta, podríamos tener algún momento de intimidad para nosotros.
–Bueno no es tan fácil–se sentaron en la grama
–¿Qué pasó con tus padres?– ella preguntó
–Cuando yo tenía solo unos meses, la madre de mi mamá  se puso muy enferma. Ella fue a Europa a verla y me dejó con mi padre. No estaban casados y tenía miedo de decirle a su familia que había tenido un hijo con un hombre casado. Sin embargo, ellos ya lo sabían. A los dos días, mi padre recibió un mensaje del padre de ella. Quería traer a su familia a America y necesitaba dinero para sobornar a los funcionarios que debían facilitarles el visado de salida. Era mucho dinero. Pero si quería volver a ver a mi mamá tendría que pagarlo.
–Pero... ¡eso era un chantaje!
–Mi padre acudió a mi abuelo y le pidió ayuda. Él se la dio, pero... ¡a qué precio!
–Tú...
–Mi abuelo había perdido a su legítimo heredero. Yo no le gustaba. No era el hijo perfecto de un matrimonio perfecto, pero era todo lo que tenía.
–Y fuiste el precio que él tuvo que pagar para rescatar a tu madre.
–Mi padre redactó un documento legal en el que se cedía a mi abuelo la patria potestad. Yo me iría a vivir con mis abuelos.
Sería el heredero con la condición de que mis padres nunca volvieran a verme. Como si no fuera su hijo. Y mi padre lo firmó.
–¿Qué otra cosa podía haber hecho? Amaba a tu madre. No podía abandonarla. ¿Qué pasó luego?
–Mi abuelo le dio el dinero. Mi padre se fue al aeropuerto y eso fue lo último que se supo de él. Y de mi madre. Cuando nos dijeron que habían muerto, le pedí que investigaran los hechos antes de poner la casa en venta. Storybrooke les pertenecía legalmente, si vivía alguno de ellos.
–¿No había nada en la casa que pudieras vender?
–Mi familia nunca fueron grandes coleccionistas de arte. Nadie tuvo la idea de encargar unos retratos de familia a Gainsborough, ni de comprar algunos cuadros impresionistas cuando aún eran baratos, o agenciarse algún Picasso.
–Y ¿qué me dices de la tierra y las cabañas?
–La tierra está dentro de una zona protegida en la que no se puede construir y las cabañas están ocupadas por antiguos miembros del servicio.
–¿Y el piso de Londres?
–Cuando diagnosticaron el Alzheimer a mi abuelo,  pidió que firmara un poder notarial vitalicio a mi nombre. Vendí el piso para pagar a las enfermeras. Quedó algo de dinero, pero no el suficiente para pagar los impuestos de la herencia.
–Tu abuelo pudo haberte criado, pero no has salido a él.
–No creas. A los diecisiete años, llevaba su mismo camino. Arrogante, consentido, me creía el amo del mundo. Si me hubiera quedado aquí, habría sido exactamente igual que él. Mi abuela fue a ver mi primera exposición, a pesar de que ya tenía los días contados. Cuando mi abuelo me vio en su funeral, creyó que yo era mi padre y comenzó a despotricar contra mí...
–¿No te dijo nada de lo que pasó con tus padres?
–Solo rumores. Había muchos. Que habían sorprendido a la familia tratando de abandonar el país y que todos estaban muertos o pudriéndose en la cárcel. Que mi padre se había inventado toda la historia para quedarse con el dinero y que mi madre y él vivían en algún lugar del Caribe. Que mi padre fue víctima de un timo y que una vez que entregó el dinero se deshicieron de él. Tienes donde elegir.
–Cualquiera menos eso último. Me niego a aceptarlo. Es posible que su pasión fuera tan fuerte como para renunciar por ella a su propio hijo, pero, si hubiera sido un timo, tu mamá se habría librado de ti el mismo día que se enteró de que estaba embarazada.
–Robin...
Él alzó la mano y le acarició la mejilla.
–Déjame terminar –dijo él, señalando con la mano el embarcadero y la casa que se ocultaba detrás de los árboles–. Esto era lo que realmente le importaba a mi abuelo. Preservar la casa y su buen nombre. Por el contrario, mira –añadió él, sacando una foto de la cartera–, esto era lo único que a mi padre le importaba.
En la foto, aparecía una mujer joven muy sonriente con una expresión llena de amor.
–Era muy hermosa, Robin. ¿Cómo conseguiste la foto?
–Llegó en un sobre cuando mi abuela volvió de la exposición. No tenía ninguna nota.
–Una sonrisa como esa contra cuatrocientos años de historia. No había elección –dijo Regina, mirando los ojos oscuros de la mujer de la foto, iguales que los de Darius–. Tu madre habría venido a por ti, aunque hubiera tenido que atravesar descalza el desierto. Nada la habría detenido. Y menos, un simple trozo de papel.
–Sí. Siempre supe que estaban muertos, pero, en el fondo, tenía la esperanza...
–¿Adónde fuiste? ¿Cómo te las arreglaste para vivir?
–No tuve que malvivir con un cartón debajo de un puente, si es eso lo que estás pensando. Vendí la moto y alquilé una habitación, me matriculé en un instituto y conseguí un trabajo de mozo en unos grandes almacenes.
–Gracias por escucharme–dijo Robin, agarrándole la mano.
Ella se puso de puntillas y le dio un beso. Robin la estrechó entre sus brazos.
–Si no volvemos pronto, empezarán a preguntarse dónde estamos –dijo ella.
–Puedes decir que estuvimos inspeccionando el embarcadero para ver en qué estado estaba.
–De acuerdo –dijo ella, apoyando la frente contra su pecho.
Cuando Gina se dio la vuelta, vio a su hermano apoyado en un lateral del embarcadero. Estaba con los brazos cruzados y una caña de pescar en la mano.
Era evidente que llevaba allí algún tiempo.

chicas espero que les haya gustado, aprovecho para avisarles que solamente queda un capítulo de esta maravillosa historia. Un abrazo 🤗

" dispuesta ha hacer cualquier cosa "Donde viven las historias. Descúbrelo ahora