Capítulo 3. Leo

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Menudo récord. He conseguido pasar las tres horas de viaje en autobús sin ponerme nervioso, pero lo más importante es que me he subido solo. Aunque tengo que admitir que he hecho un poco de trampa, porque antes de despedirme de mi madre en la estación, me he tomado un tranquilizante que me recetó mi psiquiatra para este tipo de situaciones. Nunca me ha gustado medicarme e intento hacerlo lo menos posible, pero no me veía capaz de enfrentarme yo solo a la ansiedad en un autobús. También me ha ayudado el hecho de que he estado escuchando a mi grupo favorito durante todo el viaje, con los ojos cerrados, y con un anciano inofensivo roncando a mi lado.

Me detengo frente al bloque donde se encuentra el piso que he alquilado con Dulce y que me pareció una chapuza la primera vez que lo vi. Como el ascensor todavía no está arreglado, subo con mi maleta las malditas escaleras hasta la séptima planta, y me adentro en mi nuevo hogar abriendo con mi llave.

Espero que el tal Alan no ande merodeando por aquí todavía. Según me ha dicho mi amiga, se iba a instalar de manera definitiva hoy, pero no tengo ni idea de a qué hora, así que me he levantado supertemprano para subirme en el primer autobús, relajarme, y no pillar de improviso al extraño. Porque sí, al final Dulce no me ha hecho ni puñetero caso y lo ha aceptado como compañero sin consultármelo. El día que ese chico vino a visitar el piso, mi amiga me mandó un mensaje diciéndome que me preparara para vivir con un desconocido, y en ese momento quise matarla. A ella y al tal Alan.

—¿Hola? —saludo en mitad del pasillo, y enseguida sale Dulce de su habitación, con los pelos revueltos y la cara hinchada, así que supongo que se acaba de despertar.

—Qué pronto has venido —me dice, y se le escapa un bostezo—. Puedes respirar tranquilo. Alan no ha venido todavía, pero ya hay unas cuantas cosas en su habitación.

Señalo a mi amiga con el dedo.

—Sigo enfadado contigo. —Agarro mi maleta del asa y me encamino hacia mi habitación, sin decir nada más y siendo un dramático.

Vale que entre tres personas los gastos son más baratos, pero... ¿ella no entiende lo que me va a costar a mí adaptarme a esta nueva situación? Un desgaste físico y mental con el que me sentiré agotado la mayor parte del día. Por no hablar de cómo será el chico... Seguro que es de estos niñatos que están de fiesta todo el día, fuma porros y mete a cualquiera en casa... Porque se supone que la gente va a la universidad para divertirse.

Yo no.

Dejo la maleta tirada en el suelo, pensando que así las cosas se guardarán solas en el lugar correspondiente y aprovecho para mirar el correo electrónico en el portátil, por si me han contestado de alguna oferta de trabajo. Gracias a mi maldita suerte, sólo hay una respuesta: el de canguro de una niña de cinco años. El lado positivo es que es el que más me gusta, porque los niños son los humanos que más tolero, y el negativo es que, cuando haga la entrevista, los padres me digan «ya te llamaremos», lo que se traduce a «no voy a dejar a mi hija con un niño inexperto como tú». No tengo ninguna experiencia cuidando a niños, aunque lo que voy a estudiar esté relacionado con ello.

Como no consiga ningún trabajo, no sé cómo voy a mantenerme en Madrid sólo con el dinero que me envía mi madre. Ya me estoy viendo a mí mismo regresar a casa dentro de unos meses.

Antes de que aparezca el tal Alan, pego un cartel en mi puerta con las palabras: «Guarida de Leo. Queda totalmente prohibido el paso», y entro en su habitación para cotillear un poco. La puerta se encuentra entreabierta y hay unas cuantas cajas tiradas en el suelo, algunas precintadas y otras ya abiertas. Me acerco a su escritorio y descubro un portátil de la manzanita mordida, así que no tardo en averiguar que es un niño con billetes. Después, voy hasta su mesita de noche, donde hay una cámara polaroid azul y, al lado, un montoncito de fotografías, que lo cojo y contemplo la primera foto en la que aparecen tres chicos.

Somos dos diamantes en el universo (Publicada en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora