Capítulo 2. Alan

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Termino de hacer otro largo en la piscina y extiendo mi brazo para coger mi móvil, que está tomando el sol en mi toalla. Rezo para que no se me caiga al agua como me ocurrió con el anterior por culpa de mi hermana Hannah, que me pegó un susto de muerte por hacerse la graciosilla, y el iPhone acabó escurriéndose de mis manos y se tomó un buen baño; lo puse corriendo en arroz (porque, según dice la gente, así se arregla), pero no funcionó, así que al día siguiente mis padres me compraron uno nuevo.

Decido meterme en WhatsApp aunque no me haya hablado nadie, como siempre. Sólo me envían mensajes mi madre (preguntándome si estoy bien), mi padre (para enviarme fotos de tíos y tías con poca ropa), o mis hermanos (la mayoría de las veces chorradas sin sentido). Así que tengo que confesar que mi WhatsApp está más muerto que Mufasa.

Miro la conversación en el grupo que tengo con mis amigos, y que hace meses que ninguno de los tres hablamos por ahí. Dylan sí me ha ido mandando mensajes de vez en cuando y ha venido a visitarme a casa, aunque yo le contestaba con monosílabos, sin ganas de entablar conversación con él. Y Niko, más de lo mismo, aunque ha tenido menos paciencia conmigo y se ha ido alejando poco a poco de mí.

Quisiera recuperar mi amistad con ellos, porque éramos inseparables. Nos hemos criado juntos y llevamos el mismo tatuaje de un ancla en el antebrazo, para marcar nuestra amistad.

Hasta que todo se jodió por mi culpa.

Tras pensarlo durante cinco largos minutos, me armo de valor y envío un mensaje al grupo:

YO: «¡Hola!».

No tengo ni idea de si con los signos de exclamación parezco muy enérgico o si roza la desesperación.

Vuelvo a colocar el móvil en la toalla y hago un par de largos más. Cuando acabo, escucho la voz de mi madre llamándome desde la cancela.

—¡Alan! ¡Ábreme! —grita. Salgo de inmediato del agua y voy a abrirle, con nuestra perrita Dora persiguiéndome—. ¡He tocado el telefonillo mil veces y te he llamado otras mil!

—Perdona, mamá. Sabes que cuando me sumerjo en la piscina estoy en otro planeta —le recuerdo, y avanzamos por el jardín hasta llegar a la puerta corredera, para entrar al salón.—. ¿Dónde están tus llaves?

Mi madre camina rebuscando en su bolso y maldiciendo entre dientes, lo que me hace pensar que, o las ha perdido, o están en el fondo de ese bolso. Se arrodilla ante la mesita del salón y, mientras lo vacía, haciendo aparecer todo tipo de cosas menos las llaves, aprovecho para colocarme mi audífono. Me doy cuenta de que del bolso se cae una cajita que contiene una prueba de embarazo, así que me hago con ella antes de que mi madre lo haga.

—Niño, suelta eso. —Me da un golpecito en la mano y me arrebata la caja; después me mira—. Es caca.

Me río al escuchar esa palabra.

—Mamá, tengo diecinueve años. Ya no hace falta que me digas que tal cosa es caca.

—Es verdad. —Suspira y niega con la cabeza—. Has crecido tan rápido...

—Sí, lo sé, pero no te desvíes del tema —la interrumpo, y sonrío, ilusionado—. ¿Estás embarazada otra vez?

Si me dice que sí, con ese nuevo bebé seríamos cinco hermanos (yo soy el mayor), y estoy seguro de que mis padres no se librarían de los chistes de la gente. Les aconsejarían usar preservativos, que mi madre se ligara las trompas o que mi padre se hiciera la vasectomía.

—No lo sé, sólo tengo un retraso —me responde mi madre, y levanta su dedo índice en señal de advertencia—. Ni se te ocurra decir nada o te castigo sin móvil una semana.

Somos dos diamantes en el universo (Publicada en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora